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Abril de 2024
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El traslado de la Capital Federal, desde Alem a Alfonsín

El debate no es nuevo, ya en los albores de la patria se discutió si Buenos Aires era realmente la ciudad adecuada para ser la sede del gobierno federal. Sarmiento, San Martín, Leandro N. Alem, estuvieron a favor de una capital en el centro del país.

27/08/2014

A través de los años, distintos historiadores, estudiosos, analistas, políticos y politólogos en torno a la federalización de Buenos Aires han expresado que la misma se constituyó en el germen de muchos de los males y padecimientos que han asolado a nuestro país.

Ya en su momento figuras públicas coetáneas a la misma se habían expresado en ese sentido y particularmente Leandro N. Alem, desde su banca de diputado en la legislatura de Buenos Aires, en su famoso debate con José Hernández, trató de alertar sin éxito a sus contemporáneos y a las futuras generaciones sobre las implicancias negativas de esta decisión.

A partir de la federalización se prolonga y consolida la tendencia centralista y monárquica de la época virreinal, devenida en unitaria y elitista en el manejo de lo cosa pública durante Rivadavia y otros.

La reafirmación de un país macroencefálico, sorbió los esfuerzos, sacrificios y economías de toda la Nación, situación que en parte sigue vigente en la actualidad.

La historia nacional es en cierta medida la de una capital rica, fastuosa, culta, avanzada enfrentada a provincias pauperizadas, con su gente desarraigada y en constante migración hacia aquella, y mendigas del poder central.

La capitalización se constituyó en un corsé de acero para la política nacional, ejercido por las oligarquías, los terratenientes y las élites ganaderas en una primera etapa y luego en su continuidad histórica por las cúpulas empresariales multinacionales, bancarias y exportadoras.

Esos sectores fueron los verdaderos artífices y beneficiarios de dicha medida, lo que se puede inferir de las palabras de José Hernández al abogar a favor de la capitalización de Buenos Aires, oponiéndose a Alem en el debate parlamentario, cuando dice: "Ese comercio extranjero…, ha manifestado diariamente su opinión en favor de la cuestión capital por medio de sus órganos más genuinos en la prensa. Ese comercio extranjero tiene en la prensa de Buenos Aires diez periódicos: dos alemanes, tres ingleses, uno suizo, dos franceses, tres italianos y uno español, y esos periódicos sin excepción están en favor de la resolución de esta cuestión, haciendo la capital en Buenos Aires".

Hoy podríamos afirmar que el mercado y los mass-media fueron los sectores más interesados en la capitalización y los más beneficiados por la medida, pese a la resistencia de casi todo el pueblo de la Nación.

Sarmiento, que también fue un férreo opositor, creía que una república federal se debía resistir a la que fue la capital monárquica y unitaria y en su defecto se debía fundar una nueva, que para él debía radicarse en la isla Martín García y ser denominada "Argirópolis".

Para mayores males, esos "sectores a los que le interesaba el país", enquistados en Buenos Aires, siempre contaron, cuando las cosas no eran de su agrado, con la complicidad de la oficialidad egresada del Colegio Militar de la Nación, cuyo linaje se emparentaba con esa burguesía en continuo crecimiento, para imponer por el golpe de estado y dictaduras varias, la vigencia de sus propios intereses por sobre los de todo el país.

Al gobierno del Raúl Alfonsín se le podrán achacar muchos errores en su gestión, pero la historia lo tendrá entre sus grandes próceres, fundamentalmente por la defensa irrestricta del sistema democrático, el juicio a las juntas militares genocidas, a las cuales institucionalmente el peronismo le había otorgado un bill de impunidad, y el intento lúcido y estratégico, aunque no materializado, del traslado de la capital. Argentina necesita la culminación de este proyecto.

Necesita una capital nueva, moderna, racional y confortable, alejada de todos los entornos, lujos, placeres y presiones, lo más equidistante posible de todos los puntos cardinales del territorio nacional y que se constituya en la defensa de los intereses comunes y no sólo de los porteños.

Asiento institucional donde no tengan cabida las distracciones, vicios y círculos áulicos de toda gran ciudad y que evite, al decir de Alem, "la violencia que se hacían esos señores en salir de este centro de placeres y comodidades, en donde se lleva una vida tan agradable, cuando hay recursos suficientes, cuando uno es presidente o ministro y está radicado aquí por distintos vínculos."

Las luces de la gran ciudad que atrae a muchos, que como la de los faroles a los insectos y termina quemándolos, no es ajena a los legisladores y funcionarios de todos los niveles que se trasladan a ella en cumplimiento de sus funciones, a los que también atrapan y terminan presos de sus tentaciones.

¿Cuántos de ellos fueron a la capital a defender los intereses del interior y terminaron comprando en Puerto Madero, o construyendo fastuosas residencias en los conurbanos de la misma, acabando por ser candidatos en sus domicilios capitalinos, sin regresar nunca más a sus provincias, ni levantar sus banderas originarias?

Cualquiera que gobierne el país, del signo político que sea, tiene la obligación institucional, moral, histórica y social de encarar este desafío.

En particular para los radicales, ello debe constituirse en una cruzada en base a su historia partidaria que honre por igual a Alem y Alfonsín; quizás ello les haga dejar de lado mezquindades y egoísmos propios de las disputas políticas internas, y puedan encaminarse en pos de objetivos superiores, que hoy no aparecen tan claros en ese partido.

Quizás el radicalismo no sería tal sin la convicción de Don Leandro y la derrota en este tema, que lo llevó a renunciar a la Cámara y a sus pertenencias políticas, para resurgir casi una década después con toda su fuerza y con un nuevo alineamiento en la nacional y popular para fundar la UCR.

Durante años los del interior han estado obnubilados, encandilados y confusos frente a la gran capital y no alcanzaban a entender que la música que se sintonizaba en el país era escrita por porteños y para porteños.

Desde siempre los suspiros de la capital fueron un espasmo para el país y se creyó que sus intereses eran los de la Nación, y así nos fue.

Por otra parte la ley de traslado se encuentra vigente y debe ser cumplida a menos que se modifique o se derogue.

Termino estas reflexiones con las palabras de Alem, en el cierre de su profético vaticinio, que debería enseñarse en las escuelas y que a lo largo de los años se ha convertido en una dolorosa realidad, que algunos seguimos reivindicando: "Yo he hablado para todos, he dicho menos para la cámara y no he hablado siquiera para estos momentos, sino para el futuro".

Fuente: Ricardo Luis Mascheroni, diario La Capital de Rosario.