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Opinión y Actualidad

La Argentina ciega

La Argentina del Siglo XXI no ha comprendido bien como dar el salto de la locura a la normalidad. Nuestras recetas son la propia enfermedad.

18/09/2019

Por Manuel Adorni, en el diario ámbito.com

La Argentina del Siglo XXI no ha comprendido bien como dar el salto de la locura a la normalidad. Mientras que el mundo a partir de la mitad del Siglo XX ha entendido que las libertades, la defensa de la propiedad privada y el comercio serían los transformadores de las miserias en abundancias, en estas tierras no hemos logrado entendimiento alguno en la forma que debemos forjar nuestro destino para transformar este país en uno que se asemeje más a una nación que a un simple lugar en el mundo.

Incluso en un momento crítico, como lo es el presente por el cual estamos transitando, no logramos, no podemos o no queremos entender nuestros males. Un tercio de nuestra sociedad pobre, la mitad de los chicos menores de edad hundidos en el peor de los males: la miseria ya no solo alimentaria, sino educativa; una inflación que destroza precios, poder adquisitivo y proyección de futuro, con una economía de las más cerradas del mundo y con una destrucción de la riqueza que año a año se consolida. Pero aún así, escuchamos como posible solución a nuestros males, aplicar como fórmula cada unas de las viejas recetas que se han transformado en las causas que nos han traído hasta aquí, década tras década.

Nada en esta vida es un problema si se comprenden, si se aceptan y si se aplican las curaciones que corresponden. De manera inentendible, nuestras recetas son la propia enfermedad, que a esta altura no lograrán otra cosa que no sea terminar de aniquilar este enfermo en el cual convivimos todos los días.

El peso, esos millones de papeles impresos con imágenes de animales, donde cada uno de ellos tiene un valor de 1,6 centavos de dólar por unidad, son la conclusión de una historia de cinco signos monetarios que han fracasado y que acumulan una quita a través del tiempo de trece ceros en sus nominaciones. Así es como un peso de hoy equivale a 10.000.000.000.000 (10 billones) de Pesos Moneda Nacional. A pesar de esta breve (y trágica) historia de nuestra moneda, seguimos insistiendo en que el problema es que los argentinos tenemos un trastorno psicológico que no nos deja defender el valor de nuestra moneda tal como patrióticamente deberíamos hacerlo: parece que en nuestra locura nos acusan de correr hacia el billete verde por la crisis, por tener que comprar un inmueble o simplemente porque sí, de puro capricho intelectual. Y la solución a ello que proponen nuestros devaluados pensadores es un contundente control de cambios y con ello evitar la sangría del sistema financiero, como si una decisión de escritorio lograra modificar más de medio siglo de fracasos y la decisión de millones de personas que deciden diariamente, minuto a minuto que hacer y cómo proteger su dinero.

La idea de poner (como algo que solo implica un acto de bonanza) dinero en el bolsillo a la gente no es más que una mentira electoralista. Creer que las parrillas comenzarán a humear simplemente por una decisión del ejecutivo es lo mismo que pretender que la noche dure 24 horas o que podemos ser felices con el solo requisito de que exista una ley que nos obligue a ello.

En décadas de decadencia constante (salvo raras excepciones) hemos siempre logrado esquivar la realidad y con ello (y tal vez sin darnos cuenta), un futuro digno. Hemos criticado a los exitosos, simplemente por ser nosotros los mejores exponentes de la mediocridad. Hemos creído falsedades y destruido el presente. Siete millones de jubilados quejándose (con razón, por cierto) de sus miserables jubilaciones, casi como si todo fuera un problema de hoy del cual una buena parte de ellos no hayan tenido ni una cuota mínima de responsabilidad, en décadas de haber hecho de este país lo que este país es hoy.

No nos endeudemos, no emitamos y no bajemos el gasto público. Algo así como intentar saltar sin agacharnos, o querer salir del pozo cavando más rápido. Las utopías Argentinas son tan insólitas que solo nosotros nos confundimos con ellas y por algún período medido en décadas, las creemos, simplemente porque no estamos dispuestos a tener otra realidad.

A los argentinos no nos importa el pasado. No nos importa un Indec sin estadísticas, ni la corrupción ni la dilapidación de recursos en subsidios que destrozaron el superávit energético. Tampoco nos importa lo ocurrido en materia de deuda, de default o de inflación. Menos aún nos importa la estafa a los jubilados y con ella, la estatización (robo) de los fondos de las AFJP a los que voluntariamente habíamos elegido ese sistema de capitalización. Las relaciones con el mundo tampoco tienen importancia: ser amigos de Venezuela, Cuba o Irán, o no serlo, nos da lo mismo. Al argentino todo, absolutamente todo le da lo mismo, tanto que seguimos creyendo fervientemente que detrás de la firma de un político, puede estar la solución a todos los problemas, problemas éstos que ellos mismos nos han inseminado.