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Cuando River ayudó a Boca: la verdadera historia del pase de Ruggeri y Gareca

El traspaso del Cabezón y el Tigre fue catalogado como una de las mayores traiciones; sin embargo hay una historia especial.

20/10/2019

En el libro "Armando a Macri", escrito por Fedrico Polak, interventor del Boca Juniors a finales de 1984, existen detalles inéditos sobre las tan sonadas transferencias de Ricardo Gareca y Oscar Ruggeri a River Plate.

Si bien esos cambios de aires significaron una de las "traiciones" más grandes del fútbol argentino, según la consideración de los hinchas de Boca, este escrito revela que, prácticamente, gracias a ello River le dio una mano a su eterno rival.

Resulta que Ricardo Gareca y Óscar Ruggeri estaban jugando sin contrato durante los dos últimos años, por lo que podrían haberse ido libres cansados de tantos problemas económicos que vivía Boca Juniors en ese entonces.

Guillermo Cóppola, representante de ambos jugadores, buscaba la libertad de ambos, tal como se señalaba en un estatuto del fútbol argentino, pero la dirigencia 'bostera' quería conseguir las renovaciones o un precio de transferencia, aunque no tengan contrato.

Es ahí que el presidente de River Plate, Hugo Santilli para salvar la situación se reunió con Cóppola para pedir a Gareca y Ruggeri, dándole un dinero de "transferencia" para Boca, el cual ascendía a 120 mil dólares.

Días después, en 1985, el cuadro "xeneize" mandó los telegramas de renovación de sus dos cracks, pasaron a ser jugadores de River Plate.

En dicha "transferencia" se incluyeron los pases de Carlos Daniel Tapia y Julio Jorge Olarticoechea, futbolistas de River Plate que jugarían ahora en Boca.

El diario Infobae realizó una recopilación de la historia para contar los detalles:

Ruggeri y Gareca, del “derecho” a quedar en libertad de acción al conflicto interno con el plantel, el liderazgo en la cancha y el hostigamiento de La 12

Oscar Ruggeri y Ricardo Gareca, dentro del conflicto del plantel de Boca con el club, constituyen un caso diferente. Su problema no se reduce simplemente a primas, sueldos y premios sin pagar; sobre esto el reclamo es generalizado, y quien se encarga de gestionar su solución es Guillermo Coppola, aunque en realidad solo es el representante formal de Ruggeri y Gareca. Estos dos jugadores tienen el derecho de quedar en libertad de acción a fin de mes porque el vínculo contractual con Boca ha concluido, están jugando hace dos años sin contrato.

En 1984 toman distancia de los demás integrantes del plantel que lidera Roberto Mouzo. Ruggieri no se habla con sus compañeros, mantiene con ellos un duro enfrentamiento público; tanto que llega al punto de afirmar el 11 de diciembre a Tiempo argentino: En Boca no queda ningún hombre, para que me quede tendrían que irse todos los jugadores que están, y que vuelvan los siete que dejaron libres.

Sin embargo, durante los partidos ejerce un liderazgo natural, ordena a la defensa y al mediocampo. Su sola presencia transforma al equipo, le da envergadura. En el vestuario se cambia en soledad, no dialoga, pero en la cancha no necesita hablar, le basta con recibir la pelota, jugar, pasarla al mejor ubicado, mostrarse para recibir, con un lenguaje gestual muy futbolero y eficaz.

Ese enfrentamiento interno es la consecuencia lógica de los conflictos acumulados por el club que se proyectan sobre el plantel, alterando la convivencia deportiva. Cuando Boca parece diluirse como institución, su equipo deja de ser un grupo unido tras un objetivo común.

Gareca sufre por esos días el hostigamiento de La Doce, que lo agrede con un cántico abominable (Gareca tiene cáncer, se tiene que morir). Este hecho cruel y devastador, como tantos otros del fútbol argentino, en lugar de penalizarse, se integra a su folclore, como si se tratase de una gracia, una historieta más.

La “renuncia forzada” del presidente Corigliano, el rol clave del interventor Polak y su reunión con Coppola

Ruggeri tiene sobre la época un recuerdo puntual: cuenta que son los jugadores quienes precipitan la salida final de Corigliano. Aprovechan una reunión en un domicilio particular para grabar lo que el presidente dice, sin que él se dé cuenta. Como lo que dice son inconveniencias, lo dejan descolocado. Sin opciones, ya no puede sostenerse en el cargo.

Apenas asume el interventor, Coppola pide verlo en la sede social. Concurre acompañado por los dos jugadores, seguidos por una multitud de periodistas y fotógrafos. Es un hombre inteligente, seductor, de innegable notoriedad pública, que agigantará más adelante cuando se convierta en representante de Maradona, a quien Ruggeri introduce en 1985, en reemplazo de Jorge Cyterszpiller. Coppola supone que, habiendo llegado el gobierno nacional a la conducción de Boca, el caso se resolverá rápidamente, habrá apoyo financiero y se respetará el estatuto de Futbolistas Argentinos Agremiados. Se concederá la libertad de acción de los jugadores, o se les otorgará una mejora substancial en sus contratos.

El interventor piensa distinto. No le es posible solucionar el tema, pero tampoco va a dejar escapar a dos jugadores de semejante nivel, sin que Boca reciba una compensación adecuada. Decide violar el estatuto. Es un funcionario público que viola abiertamente la ley, simulando que la cumple.

Recibe a Coppola, Ruggeri y Gareca solo para informales que los atenderá su abogado Roberto Lucke para que discutan con él los aspectos legales del conflicto. Coppola se desconcierta:

Pero doctor, esto es para que lo arreglemos Ud. y yo, políticamente. Traje a los jugadores, a los periodistas, a los fotógrafos…

Ah, Ud. quiere que nos saquemos una foto juntos, perfecto, pero después se reúne con Lucke, no conmigo. Conmigo no tiene nada qué hablar. Los jugadores son de Boca. Si se quieren ir, Boca los vende, pero no les dará la libertad de acción.

Lo único que obtiene Coppola son las fotos.

La estrategia del interventor es mantener el conflicto vivo hasta que surja una oferta de compra de algún club, supone que del extranjero. Entretanto amenaza con recurrir a la justicia, afirma que afrontará una huelga general de jugadores por el tiempo que sea, exhibe ante la prensa los recibos de sueldos de Ruggeri y Gareca, afirmando que vienen cobrando sumas superiores al 20%. Confunde deliberadamente el problema.

Muestra que Gareca en diciembre de 1983 cobra $ 8.640, y este diciembre $ 40.662; en tanto Ruggieri $ 5.345 y $25.153, respectivamente, pretendiendo que con las sumas pagadas sus contratos se han renovado automáticamente. El argumento carece de apoyatura jurídica, pero como es profesor y pone cara de convencido, para muchos es como si la tuviera.

El momento de mayor crisis, el ofrecimiento de River y el respaldo de Grondona

La situación se tensa. Pareciera que no hay modo de resolverla. Pero dos semanas después, en la tarde del lunes 17 de diciembre, recibe un llamado.

Soy Hugo Santilli, el presidente de River, lo invito a almorzar mañana, a usted le sobran los problemas. Tiene demasiados, pero creo que tengo la llave para que arregle uno.

Se encuentran en el Hotel Libertador Kempinsky (hoy pertenece a la cadena Sheraton, el agregado de Kempinsky desapareció) ubicado en la avenida Córdoba y Maipú. Santilli – verdadero gestor de la solución- es concreto. Ofrece por la transferencia de ambos jugadores ciento veinte mil dólares, más los pases a Boca de dos jugadores del plantel de River, Carlos Daniel Tapia y Julio Jorge Olarticoechea.

Pero ¿Ud. cómo sabe que en esas condiciones el pase se puede hacer, que los jugadores van a aceptar?

El interventor percibe que mejor negocio para Boca no es posible imaginar. No lo puede creer. Por dos jugadores técnicamente libres, recibirá una suma muy importante para la época, con el agregado de la incorporación de dos excelentes jugadores que serán campeones mundiales poco después, en México 86, junto a Ruggeri.

Quédese tranquilo, si usted da el visto bueno, del resto me ocupo yo, y la operación la concretamos ahora, a la antigua, con un apretón de manos.

Se dan el apretón de manos. Así se resuelve otro de los objetivos centrales de su gestión. Le pide a Antonio Alegre – a quien la historia oficial le adjudicará un crédito que no le pertenece- que ajuste los detalles de la operación. Ambos comensales tienen conciencia de lo que vendrá: un minué de idas y vueltas entre Futbolistas Argentinos Agremiados, la Asociación del Fútbol Argentino y los clubes involucrados, una huelga en defensa del Estatuto del Futbolista Profesional, bravatas públicas con amagos de posiciones irreductibles, todo durante el verano hasta el comienzo de un nuevo campeonato. El montaje de la obra de teatro habitual de la patria futbolera, en la que cada uno desempeñará el papel que le fuera asignado previamente, hasta que se formalicen legalmente los pases cuya concreción es ya una realidad ese mediodía.

Cerrado el trato con Santilli, el interventor no altera el patrón de conducta que se ha fijado: como él es un funcionario público, las operaciones que comprometan el patrimonio de Boca deberán ser instrumentadas legalmente por las autoridades naturales de Boca, después de su partida. Él no firmará, tendrán que hacerlo los que vienen. En 2018 Santilli le contará una parte de la historia que desconocía. Antes de su designación como interventor, el presidente de River avanza –tomando una figura ajedrecística- con el ataque Nimzowitsch-Larsen de una larga partida. Sabe que Ruggeri y Gareca quedarán libres porque lo dispone el estatuto. Quiere a Ruggeri; Gareca viene en el combo, no puede hacerse de uno solo, debe solucionar el conflicto integralmente, de otra manera no sirve. La plaza de Gareca –un excepcional delantero- la tiene cubierta con Enzo Francescoli y Adrián De Vicente, entre otros. Tanto que seis meses después de su llegada a River, Gareca será transferido a América de Cali, un buen negocio para River. Su primera jugada es D4, apertura de peón de dama: conversa con Coppola, quien consulta con los jugadores. Con el visto bueno del representante y los jugadores, va a verlo a Grondona y recibe como respuesta:

Mirá Hugo, no se puede desmantelar al club. Boca está muy mal, Ruggeri y Gareca son lo mejor que tiene, pensá cómo protegerlo.

Siguiendo la línea que indica el patrón de la AFA, incluye en la oferta a Tapia y a Olarticoechea, excelentes jugadores que en River rotan en el medio campo, son de repuesto, suplentes, no titulares; River tiene un medio campo escandalosamente bueno, mezclando históricos con promesas, Gallego, Merlo, Alonso, Dalla Libera, Gorosito, Alfaro, Héctor Enrique, Nigro, Russo, Troglio. La ecuación cierra bien para River, y aún mejor para Boca. Algunos de los jugadores de aquel River anclan con el tiempo en Racing –el Loco Dalla Libera, Adrián De Vicente- porque el segundo club de Santilli en el afecto es Racing, debido a su hermano muerto, quien harto del cotorreo incesante entre su padre y él hablando de River, se hace de Racing. Una curiosidad: el interventor tiene ese espejo invertido: su hermano Miguel, que fallece a los treinta y dos años, es fanático de River, dentro de una familia de definido tono albiceleste.

Santilli va más allá del apretón de manos. El 19 de diciembre pone las cosas banco sobre negro, claro que con la mesura que la situación requiere, utilizando un lenguaje medido y sugerente. Declara a Clarín:

Hablé con el doctor Polak para analizar el caso. Por ahí surge la chance de que River negocie con Boca.

La “ayuda” de River

El interventor, y mucho menos sus asesores (se refiere a Alegre, Heller y Asiain), nunca tuvieron la intención de respetar el Estatuto del Futbolista, o sea de dejar libres a Gareca y Ruggeri el 31 de diciembre. Santilli seguramente tampoco lo habría hecho, pero le convenía negociarlos en condición de libres.

Sin embargo, River ofreció, entre otras cosas, adelantarle un dinero a Boca para que arreglase los contratos vencidos de los jugadores, y más tarde los adquiriera en forma definitiva a un precio más bajo.

El miércoles 19 de diciembre, Guillermo Cóppola estaba convencido de que el estatuto se iba a respetar. Se equivocó. El viernes 21, salieron los telegramas a los domicilios de Ruggeri y Gareca notificándolos de la renovación del contrato.

Ya en el 85, Boca se desprendió de Roberto Mouzo, pero no de Ruggeri y Gareca. Esto derivó en una huelga de futbolistas que se destrabó cuando los dos pasaron a River. Pero no fueron como libres, sino a cambio de una suma de dinero y los pases de Tapia y Olarticoechea. Demás está decir que el estatuto no se cumplió. En cambio, como no les interesaban sus servicios, Marcelo Bachino quedó en libertad estando en las mismas condiciones que Gareca y Ruggeri.