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Opinión y Actualidad

El siglo XXI que asoma

Los siglos no suelen coincidir con los tiempos cronológicos sino con procesos que pueden ser más extensos o más breves.

30/03/2020

Por Jorge Ossona, en el diario Clarín

El historiador Eric J. Hobsbawm nos enseñó que los siglos no suelen coincidir con los tiempos cronológicos sino con procesos que pueden ser más extensos o más breves. El XX, por caso, comenzó con las consecuencias de la Primera Guerra Mundial y terminó con la caída del bloque comunista soviético en 1991. A partir de entonces, comenzamos a transitar los misterios del siglo XXI algunas de cuyas tendencias de larga duración ya son posibles de evaluar. Intentaremos marcar sus jalones salientes cotejándolos brevemente con los nuestra historia nacional reciente.

La implosión de la URSS tomó por sorpresa hasta a los más pesimistas sobre el curso del denominado “socialismo real”; último estertor de los fenómenos abiertos por la Primera Guerra. Acabada la Guerra Fría, los victoriosos EE.UU., convertidos en potencia unipolar, diseminaron su tecnología militar secreta a la sociedad civil motivando una revolución tecnológica que alteró todos los paradigmas vigentes durante el siglo XX.

La economía tendió a globalizarse en redes debilitando el poder jerárquico de las grandes burocracias nacionales y su producto de última generación: los “Estados de Bienestar”.

El segundo y el tercer mundo se diluyeron en los procesos de integración y en las oportunidades de los nuevos “países emergentes”. La prosperidad parecía proyectarse indefinidamente en el largo plazo al compás de la articulación armoniosa entre el capitalismo y la democracia liberal. Era, según Francis Fukuyama “el fin de la historia” y el ingreso en la era del aburrimiento. Solo tres años después, comenzó la estampida de crisis de sucesivos “emergentes”: primero, México; luego, el sudeste de Asia, después, Rusia; Brasil; y finalmente nosotros aunque nuestro colapso no movió el amperímetro global.

El segundo capítulo procedió del ataque a las Torres gemelas de Nueva York, símbolo del nuevo orden triunfante, por la red de redes terrorista islámica Al Qaeda. Poco después, la exitosa fusión entre capitalismo y totalitarismo político comenzado en China por las reformas pos maoístas se plasmó en su ingreso en la Organización Mundial del Comercio. Comenzó así su ascenso como potencia industrial “emergente” mientras que Europa y EE.UU. devenían en economías productoras de servicios de alta tecnología. Su demanda de commodities produjo una ola de prosperidad para los demás “emergentes” al compás de la devaluación del dólar dado el aumento del gasto militar norteamericano en contra del fundamentalismo talibán.

Hacia las postrimerías de la década se yuxtapusieron dos nuevas crisis; esta vez, en el centro de la economía occidental. Primero fueron los denominados PIGS europeos (Portugal Irlanda, España y Grecia) y luego la crisis de las “hipotecas subprime” en los EE.UU. que hizo suponer erradamente a muchos una nueva Depresión como la de los años 30. Luego de dos años de recesión, la economía se recuperó rápido; pero la nueva década perdió el brillo de la anterior. La “Primavera Árabe” se diseminó desde Túnez hacia Medio Oriente hasta estrellarse en la espeluznante guerra civil siria.

Los nacionalismos xenófobos y neo populistas surgieron como reacción a los costos sociales de la globalización hasta que una de sus versiones desembarcó en los EE.UU. suscitando una guerra comercial inconclusa con una China devenida en potencia tecnológica. La caída de los precios de las commodities y la crisis de los sistemas políticos también alcanzaron a América Latina produciendo la reacción en cadena en 2019. Y por debajo de todos estos procesos, una nueva era de pandemias devastadoras como el coronavirus de estos días.

En suma, vulnerabilidad de emergentes globalizados cuyas crisis cambiarias contagian a pares con desequilibrios análogos; terrorismo internacional organizado según los nuevos patrones tecnológicos; ascenso de China como potencia industrial y tecnológica; un disciplinamiento macroeconómico tan riguroso que el mas mínimo desfasaje muchas veces subrepticio motiva "cisnes negros" de fuste y alcance planetario; nuevas sociabilidades de redes sociales que se plasman en reacciones en cadena internacionales distópicas, globofobias y xenofobias asociadas a autoritarismos paternalistas con sus respectivos dogmas laicos o religiosos que suprimen la razón en diversas dimensiones; pandemias que desbordan los sistemas sanitarios, una revolución tecnológica imparable con sus prodigios pero también las penurias de su baja productividad ocupacional. Henos aquí solo con algunas de las líneas maestras de este nuevo siglo comenzado históricamente hace tres décadas.

¿Y por casa? En el orden económico la Argentina participó de la apertura global a través del Mercosur desde los 90 y la provisión de nuestra exportación estrella a China en los 2000. Pero su curso irregular fue insuficiente para absorber sus costos sociales. La crisis de nuestro Estado de Bienestar se ha plasmado en niveles de pobreza desconocidos que han fracturado a la sociedad.

El Estado luce exangüe como para administrar con eficacia y sin grandes traumas ulteriores emergencias globales como las actuales al tiempo que la política bascula entre una democracia republicana y deslices neo autoritarios.

Toda crisis, sin embargo incuba oportunidades para bien o para mal, para extender autoritariamente la excepción o para atreverse a emprender reformas poco factibles en tiempos normales. Es el dilema entre los providenciales y los estadistas, más vigente que nunca en coyunturas como estas.