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Opinión y Actualidad

Después de la pandemia del coronavirus, volver a pensar en el día a día

Cuando la crisis haya pasado, los Estados tendrán que afrontar las penurias de economías muy debilitadas.

08/04/2020

Por Julio María Sanguinetti, en el diario La Nación

Las pandemias fueron siempre globales. En tiempos de imperios o señoríos feudales, siempre transitaron por encima de las fronteras creadas por los humanos. La diferencia es que antiguamente no se sabía nada sobre sus orígenes y ahora la ciencia nos aproxima explicaciones. En la recién "descubierta" América, los bienintencionados dominicos que, en la voz del padre Antonio Montesinos, lanzaron en la víspera de Adviento de 1511 un tremendo sermón condenando a quienes llevaban a la muerte a los indios por sus abusos, ni idea tenían de lo que significaría el contagio de la gripe, la viruela o el sarampión. Hoy sabemos más, tenemos vacunas, pero cuando aparece algo desconocido -como es del caso hoy- nuestro mundo se sacude hasta sus cimientos.

Byung-Chul Han, el filósofo coreano-germánico tan de moda en estos días, piensa que por esa sorpresa la reacción universal ha sido "desproporcionada" y que ni la "gripe española" de hace cien años, muchísimo más letal, generó -ni de cerca- el desbarajuste económico que estamos hoy sufriendo. Lo que ocurre, a nuestro juicio, es que la sociedad contemporánea, más próspera que nunca, que ha logrado aumentar la expectativa de vida a niveles impensables (en el Río de la Plata, cinco años más solo en los últimos veinte), tiene una idea distinta de los riesgos, su sensibilidad es infinitamente mayor y difícilmente soporta que no haya claridad científica. También parece evidente que si no se hubieran tomado las medidas que se tomaron, la situación sería infinitamente peor, como ocurrió donde la reacción fue tardía (Nueva York, Italia).

Lo que vuelve a ser resonante es la ingobernabilidad de esta globalización. Cuando más se necesitaría una acción conjunta, más anárquica es la reacción. EE.UU. transita con respuestas distintas en cada estado y un presidente, errático una vez más, que no asume a cabalidad la expansión del virus. Europa, ya complicada por el Brexit británico, se divide ahora de modo triste, con los del norte indiferentes a las penurias de los del sur. Ni hablemos en América Latina, con México y Brasil mirando todo con escepticismo y el resto hundidos en estas "cuarentenas".

Como dice Ricardo Lagos, desde las Torres Gemelas de 2001 y la crisis financiera de 2008, se ha puesto en crisis toda la construcción internacional posterior a la Segunda Guerra Mundial. Estados Unidos, el notable líder de aquel período, es precisamente quien más ha puesto en jaque el sistema, desatando un soberanismo particularista que hace de Occidente una civilización desasosegada y sin grandes referentes en la vida política.

Asia, en cambio, ya exitosa económicamente, luce optimista. China, donde empezó todo, vuelve a ser, en este caso también, la vedette, que hasta se da el lujo de enviar médicos y asistencia material a países comprometidos. Todo Oriente, Japón, Corea del Sur, Taiwán, Singapur han atravesado la situación sin drama. Se atribuye a una cultura de la obediencia mucho mayor, al confuciano respeto a la autoridad, propio de una visión bien lejana a nuestro individualismo liberal. También, en lo práctico, a un big data que controla la vida de la gente sin la barrera de esa privacidad que tanto defendemos, permitiendo una persecución eficaz de la propagación del virus.

De ahí se derivan visiones apocalípticas, que hasta intuyen una crisis del capitalismo, una deriva hacia un colectivismo, que si en Oriente es parte de una filosofía, en Occidente solo ha sido la imposición de Estados totalitarios derrotados.

¿Por qué razón ocurrirá tamaña cosa?
Si nos ubicamos ya en la idea del retorno a la normalidad, atravesaremos sin duda un tiempo económico recesivo, pero nada permite pensar que se cuestione la propiedad privada o que renazca la tentación totalitaria. Que el Estado democrático, como organización, vuelve al centro de las expectativas, sin duda. Es lo que ha pasado siempre. En tiempos de paz y normalidad, es casi un deporte vituperar al Estado y sus cargas; hasta que viene una crisis, sea del tipo que fuere, y todos salen a reclamarles y a exigirles a los vilipendiados políticos que se hagan cargo. Sin ir más lejos, ¿no es notorio que la crisis ha fortalecido al presidente Alberto Fernández en la Argentina como a Luis Lacalle Pou en Uruguay? O, aun en la sufriente Italia, ¿no está hoy Conte mejor mirado que nunca? ¿Es casual? No. Son gobernantes de distinto signo político, pero la gente quiere que alguien se haga cargo del Estado y afronte la crisis.

Ese Estado revigorizado tendrá luego que afrontar las penurias de una economía muy debilitada. Las cosas allí serán más difíciles, porque el proceso será mucho más largo que la pandemia. Y habrá pasado el miedo, con lo que la paciencia ciudadana será menor. Pero la vida tiene que retornar a la normalidad y, guste o no, retornarán las empresas al protagonismo. Schumpeter las consideraba la esencia misma de la economía capitalista. Como decía Marx, "la burguesía no existe sino a condición de revolucionar constantemente los instrumentos de trabajo, es decir, todas las relaciones sociales". Ahora parece evidente que el mundo digital, ya fuerte, ha dado un salto cualitativo. En la producción, en el trabajo a distancia y hasta en la vida cotidiana. También -no hay mal que por bien no venga- los medios formales de información -diarios, televisión, radio- han recobrado prestigio frente a la baja credibilidad de las torrenciales redes, que venían minando hasta nuestra democracia representativa. Los Estados tendrán que reorganizar sus sistemas de seguridad social y, muy especialmente, los de salud, que está claro que no tenían en su agenda episodios de este tipo.

Tiempo de reconstrucción, los arreglos de deuda, los desequilibrios fiscales, la competitividad, volverán rápidamente a nuestras vivencias diarias. Sin ellos, no habrá recuperación de empleos ni de recaudación. Ninguna sociedad resiste "cuarentenas" eternas. Lo peor de lo que viene quizás sea, además, que lejos de fortalecerse la solidaridad internacional y el multilateralismo, se profundice la visión soberanista, probablemente proteccionista.

Vivimos estos días, todavía, tiempos de epopeya. La vida, la enfermedad, la muerte, el heroísmo de la gente de la salud. Pero ya tenemos que pensar en el día después. En el artesanal día a día. El futuro nunca se resolvió con magia.