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Opinión y Actualidad

Revolución de Mayo: la educación es el camino hacia la libertad

Un análisis importante al celebrarse 210 años de la Revolución de Mayo.

25/05/2020

Por Magdalena Fernández Lemos, en el diario Clarín (*)

Hoy se cumplen 210 años de la Revolución de Mayo. Cuando pensamos en este episodio, seguramente a muchos de nosotros se nos vengan a la mente escenas borroneadas de infinidad de actos escolares: damas con peinetones, vendedores ambulantes, señores con galeras y la plaza del Cabildo atestada de personas. Por supuesto, el 25 de mayo fue muchísimo más que esto. Sin pretender dar cuenta acabada de este fenómeno en su rigor histórico, me permito hacer uso de la efeméride porque considero que hay dos aspectos centrales que nos pueden ayudar a pensar cuestiones de nuestro presente, en general, y de nuestro sistema educativo, en particular.

El primero de ellos se vincula con el rol de la incertidumbre. Lo ocurrido en 1810 es, ante todo, una respuesta a un contexto de incertidumbre de carácter global frente a la expansión napoleónica, la encarcelación del Rey Fernando VII y la caída de la Junta de Sevilla. En segundo lugar, y como sucede frecuentemente en la historia, se trata de una revolución que se presenta, en su fase inicial, como voluntad de restauración: el objetivo es devolver la soberanía a los pueblos ahora que su depositario se encuentra privado de su libertad e incapaz de hacer uso de la misma para gobernar.

Hoy también estamos atravesando un contexto de absoluta incertidumbre que nos enfrenta a toma de decisiones de altísima complejidad para las que no tenemos guías ni protocolos. En educación, esto implicó ajustar, en pocas semanas, un sistema escolar que parecía inmutable. Como suele suceder, entonces, el primer instinto es el de tratar de rescatar la tradición, de salvar las estructuras y reducir al mínimo los cambios. Así es que nos embarcamos en la búsqueda de distintos dispositivos que nos permitieran traducir ese contenido presencial a uno virtual para que la vuelta a la normalidad nos encuentre listos para seguir, como si nada hubiera pasado.

Si bien pareciera ser inherente al ser humano este miedo a soltar viejas estructuras y aferrarse a lo conocido, creo que los problemas que está evidenciando nuestro sistema educativo, que tienen larga trayectoria pero se vuelven más agudos en este contexto, deberían impulsarnos a animarnos a soltar viejos paradigmas. En este sentido, me gustaría proponer dos ejes que considero centrales para reimaginar nuestro sistema educativo y que creo deberían ser transversales a cualquier propuesta que ponga a los estudiantes en el centro de la reflexión.

Partiendo de mi experiencia como docente, creo que el primer foco debe estar, sin lugar a dudas, en los vínculos. Los seres humanos somos seres sociales por definición, pero además la escuela es uno de los espacios de socialización más relevantes: es el lugar de intercambio, de cooperación entre pares, de transformación conjunta. Un vínculo de confianza, apertura y respeto es la base sobre la cual edificar todos los demás conocimientos y aprendizajes. Este escenario de distanciamiento hace más evidente la importancia de tender puentes y aprender a construir con otros.

El segundo foco de atención gira en torno a lo que llamamos aprendizajes significativos, esto es, aquellos saberes esenciales para que los estudiantes puedan desenvolverse en el presente y aventurarse al futuro. Como es de esperarse, estos aprendizajes serán distintos conforme se van modificando los contextos.

En un mundo tan cambiante como el que tenemos en el presente, la clave está en contextualizar y priorizar, porque si algo deja en claro esta atmósfera de incertidumbre es que no todos los estudiantes necesitan aprender los mismos contenidos curriculares ni de la misma manera.

Entonces tenemos que priorizar espacios que formen estudiantes con capacidad de pensar críticamente sobre su realidad, que puedan comunicar aquello que ven y sienten, que empaticen y trabajen con otros, que se hagan preguntas sobre el mundo y a la vez ofrezcan soluciones a los problemas que los desafían, que sea capaces de construir su proyecto de vida y perseverar en el intento por lograrlo.

Cuando estábamos en la primaria, finalizado el acto del 25 de mayo sabíamos que quedaba poco más de un mes para preparar los festejos a propósito de esa otra gesta patriótica que marca el nacimiento de la nación Argentina: la Declaración de Independencia de 1816.

En la secundaria aprendimos, no obstante, que lo sucedido el 9 de julio en Tucumán no responde a una estrategia claramente delineada 6 años antes, sino que es el resultado de una certeza que se instalará cada vez con más fuerza en los años sucesivos a la revolución de mayo respecto de la imposibilidad de volver al régimen anterior tal cual se lo conocía.

Estoy convencida de que algo similar sucederá con nuestro sistema educativo. Si bien hoy, frente a tantos cambios impuestos por el contexto, nuestro acto reflejo se aferra a las metodologías y los contenidos conocidos, creo que podemos aprovecharlo como una oportunidad para comenzar a desandar activamente nuevos caminos. No hay recetas mágicas ni es de un día para otro, y aunque no sepamos cómo será el futuro, lo que sí sabemos es que debemos comenzar hoy, porque solo la educación nos hará realmente libres.

(*) Magdalena Fernández Lemos es Directora Ejecutiva de Enseñá Por Argentina

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