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Abril de 2024
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Opinión y Actualidad

Un comienzo complicado, un regreso protegido

Hay un desafío común para los alumnos al inicio de niveles educativos: insertarse en un grupo.

05/08/2020

Por: Irene Kit*

Los estudiantes ingresantes, aquellos que iniciaron primer grado o primer año de la secundaria, se encontraron —como toda la sociedad—con el tsunami COVID-19. Los 10 días de clase seguramente no alcanzaron para construir ese condimento esencial del vínculo pedagógico: la confianza basada en el conocimiento entre docentes y estudiantes.

Hay un desafío común para los alumnos al inicio de ambos niveles educativos: insertarse en un grupo. Aunque los alumnos ya se conozcan entre sí desde hace mucho, el grupo cambia porque las reglas del nivel educativo (asistencia, tareas, horarios, calificaciones, trabajos en grupo) se modifican drásticamente. Ninguno de nosotros, sin importar la edad, es igual a solas en su hogar, que con su grupo de pares. 

En el caso de primer grado, los niños y las niñas se encuentran saliendo de su primera infancia. Para ellos,  los vínculos con los docentes adquieren una densidad especial: todos quisimos ser los preferidos de “la seño”. Además, la lectura y la escritura, la numeración y los cálculos son un desafío particular del inicio de la escuela primaria.  

Los estudiantes que inician la secundaria, con 12 o 13 años, se encuentran en pleno torbellino adolescente. Esto implica una relación compleja con los adultos y estrecha con los pares. El desarrollo adolescente implica una reorganización cerebral que involucra sus lóbulos frontal y prefrontal e implica impactos drásticos en el ejercicio de la función ejecutiva, la que nos permite planificar, anticipar y organizarnos. Atender simultáneamente las demandas de hasta 13 materias, cada una con sus tareas, enfoques y evaluaciones, resulta abrumador para la mayoría. Los padres, profesores y preceptores suelen hacer de “lóbulos frontal y prefrontal” suplentes, para que puedan atravesar aceptablemente el inicio de la escuela secundaria. 

Aun en condiciones excelentes de conectividad, formación docente y entorno del hogar (equipamientos, nivel educativo y disponibilidad de los padres)  sin la presencia del docente cara a cara, ni la interacción y debate con los compañeros, no se dan todas oportunidades de aprendizaje deseables. Sin embargo, las clases a distancia son el mejor sustituto que se pudo hallar. Hubo que reformar la ley de Educación nacional para que la educación a distancia sea permitida para los niveles obligatorios, y por excepción. La educación a distancia debe ser una opción, no una obligación.  

Los estudiantes ingresantes y sus docentes comparten la complejidad de abordar mucha cantidad de información, actividades y revisiones, pero sin conocerse lo suficiente entre sí. La retroalimentación y devolución de sus tareas es central para el aprendizaje. Afortunadamente, hay consenso en suspender las calificaciones, pero incluso así, realizar una valoración pedagógica conceptual es sumamente complejo y delicado. 

Es preocupante que familias, estudiantes y docentes acumulen dosis importantes de estrés para tratar de alcanzar las expectativas que se han depositado en esta nueva modalidad. Ese estrés dificulta el aprendizaje, y hay un riesgo de que se empiece a asociar el aprendizaje con el estrés excesivo y que esto genere desaliento y malestar duraderos.  

Si se prioriza a los ingresantes en la vuelta a clases, hay una buena noticia: tenemos varios años para acomodar este inicio perturbador que han tenido 700.000 estudiantes de primer grado y 750.000 de primer año de secundaria. No debemos pretender que no ha pasado nada y forzar un inicio acelerado que compacte, en unos pocos meses, una gran cantidad de contenidos y tareas, porque esto impediría recrear un entorno estimulante, propicio para el aprendizaje. 

En ese sentido, surgen tres recomendaciones básicas para el regreso a clases presenciales, aún en un horario parcial. La primera, no tomar evaluaciones diagnósticas hasta que haya pasado al menos un mes de enseñanza presencial para poder ajustar y organizar los aprendizajes de la primera parte del año. La segunda, dar tiempo para el conocimiento interpersonal para construir un grupo clase colaborativo, comunitario y tolerante. Por último, generar situaciones de aprendizaje para que los estudiantes reconozcan sus intereses personales y se inserten en una comprensión integrada de la realidad: pandemia nos obligó a asumir la interconexión de la biología, la cultura, la economía, la política, la matemática. 

Los aprendizajes no son sólo para los estudiantes: familias, directivos y docentes podemos dialogar y decidir qué se puede aprovechar de esta experiencia y de las herramientas utilizadas. ¿Por qué no reinventar las modalidades y frecuencias de las reuniones de padres, que tienen tantas dificultades para realizarse en forma presencial? ¿Por qué no aprovechar estos caminos para acompañar más de cerca a los estudiantes que necesitan refuerzos? ¿Por qué no habilitar un esquema permanente para que los que faltan puedan saber qué se trabajó en clase?

 La vuelta a clases de los ingresantes requiere que todos los adultos involucrados nos demos un espacio previo de encuentro y diálogo, así como de superación de las situaciones de estrés que se puedan haber vivido en torno al aprender en casa. Recrear el espacio de aprendizaje va mucho más allá del abrir la puerta de las escuelas: es necesario abrir las mentes y los corazones para este encuentro. Ya de encierro tenemos bastante.  


*Referente de Argentinos por la Educación y presidente de la Asociación Civil Educación para Todos.