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Opinión y Actualidad

La otra pandemia en Colombia

Este es un país donde muy pocos parecen dispuestos a olvidar y a perdonar. Y en donde la violencia y la intolerancia siguen intactas, a pesar de varios acuerdos de paz con las guerrillas y los grupos paramilitares en los últimos 30 años.

13/08/2020

Por Fernando Ramos

Corresponsal de CNN en Español en Bogotá desde hace dos décadas.

Aquí a diario asesinan con sevicia a líderes sociales, campesinos, civiles, policías y militares. Matan por robar una bicicleta a un padre indefenso que deja a tres niños huérfanos. Asesinan por robar un celular. Matan a niños, agreden a policías que tratan de controlar fiestas clandestinas en donde se propaga el covid-19. Amenazan a médicos a los que señalan –en el colmo de la ignorancia y el desagradecimiento– de ser un riesgo de contagio de la pandemia. Asesinan, agreden y amenazan. Ni siquiera el coronavirus ha parado esa espiral de violencia.

Es tal la amnesia que han dejado más de 50 años de violencia que a nadie parece interesarle. Solo nos conmueve cuando la tragedia toca nuestra puerta. Si es un familiar o un amigo. De lo contrario no es cosa mía. No me afecta. No me interesa.

Eso ocurre en el mundo real, cotidiano. Y en las redes sociales ese mismo país se condensa, se refleja de otro modo igual de preocupante. Twitter, por ejemplo, se ha convertido en el principal vertedero de una avalancha de odios represada por años.


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Y los políticos han sabido canalizar esas frustraciones colectivas para uno u otro lado. Para convertirlas en votos. Para exacerbar esa ira y convertir a los más incautos en seguidores incondicionales dispuestos a enfrentarse al que sea, de la manera que sea, e imponer su ideología, su punto de vista, su concepción de país.

O estás conmigo o eres mi enemigo. No hay grises. Debes estar de un lado o de otro. Un país dividido entre quienes defienden al expresidente y senador Álvaro Uribe y quienes lo desprecian. Entre quienes apoyan al senador y excandidato presidencial Gustavo Petro y quienes lo odian. Una medición de fuerzas permanente entre la izquierda y la derecha. Quienes están en el centro, quienes se manifiestan neutrales son denominados “tibios”; una especie de ciudadano incapaz de enfrentar a la turba digital porque no utiliza sus mismas armas.

Y son, muchas veces, las tendencias permanentes en redes. Las etiquetas, casi siempre, tienen un denominador común: la disputa política, la agresión, el matoneo, el bullying público, la discusión interminable de quién o quiénes le convienen al país. Los insultos, los agravios, el uso de palabras ofensivas son la norma para quienes parecen no tener escrúpulos para lo que debería ser un debate sensato y civilizado.

Los nuevos ejércitos ilegales se esconden detrás de seudónimos. Sus armas digitales hacen mucho daño y pueden ser tan devastadoras como las que se utilizan en los campos de batalla reales. Atacan sin misericordia y, casi nunca, responden por los daños colaterales. Están entrenados para identificar a los posibles enemigos y neutralizarlos antes de que puedan defenderse. Su misión es aumentar la rabia y el odio. Replicar la violencia enquistada por décadas. De eso se alimentan y es su razón de ser.


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Es un nuevo tipo de violencia. Un nuevo virus que se propaga por las cadenas de WhatsApp, en trinos, en publicaciones en Facebook. En millones de noticias falsas. Que no nos deja avanzar como país. Que no permite superar viejas heridas de años de violencia política y de conflicto armado interno. Que hace que las nuevas generaciones cultiven esa misma intolerancia que ha dejado cientos de miles de muertos en campos y ciudades.

En Colombia la lista es larga e infame: huérfanos y viudas. Hijos de desaparecidos y secuestrados. Adultos que fueron reclutados a la fuerza por grupos armados ilegales cuando eran apenas unos niños. Niños que siguen siendo reclutados. Víctimas de la barbarie del narcotráfico, la guerrilla de extrema izquierda y paramilitares de extrema derecha. Desplazados por la violencia, por la guerra entre el Estado y los que arrasan los campos para invadirlos de los cultivos ilícitos. Una violencia que nos ha marcado a todos y que nos mantiene casi siempre a la defensiva. Es la dinámica del enfrentamiento, de la pelea, de la guerra que parece condenada a no desaparecer por más acuerdos de paz que se firmen.

Y como periodista eres un objetivo permanente. Te insultan de lado y lado cada vez que tocas un tema político. Si informas de una decisión judicial, si consultas puntos de vista diferentes. Si hablas del Gobierno está mal, si no también. Te señalan de estar apoyando a la derecha o a la izquierda. No importa lo balanceado que sean los reportajes. Siempre tendrás áulicos y detractores. Y eso está bien. De lo contrario sería preocupante.

Lo que no está bien es que no seamos capaces de dirimir las diferencias de manera civilizada y sin necesidad de aniquilarnos físicamente o en las redes sociales. Lo que no está bien es que el virus de la violencia que hemos tenido por años en nuestro ADN se convierta en pandemia por efecto de las redes sociales. Lo lamentable es que por el momento no parece haber vacuna para eso.