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“Tato” Acuña, el legendario goleador del fútbol santiagueño

Conocé la historia de uno de los grandes delanteros que dio nuestra tierra.

28/08/2020

Carlos Acuña fue sin dudas uno de los máximos ídolos del Club Atlético Sarmiento y uno de los grandes exponentes del fútbol santiagueño.

Goleador de raza, rápido, astuto, letal, Tato hizo historia en nuestro fútbol, aunque muchas veces tuvo que remarla y sobreponerse a las adversidades, se dio el gusto de triunfar con las diferentes camisetas que le tocó vestir como jugador, cuestión que repitió como entrenador.


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En la cancha de Sarmiento, a la que él define como su casa, Tato accedió a un mano a mano imperdible con Somos Deporte para contar su historia.

Sus comienzos...

Mi historia con Sarmiento es muy linda. A pesar de haber debutado en Defensores de Forres a los 16 años no podía entrenar porque estaba en la escuela Industrial, pero cuando terminé los estudios un compañero mío de apellido Valladares le comunicó a los dirigentes de Sarmiento que tenía un amigo. Fue así que Pepe y Manuel Bellido fueron a buscarme a casa y me propusieron sumarme. Sarmiento venía de quedar eliminado en el año 83 de un torneo a nivel nacional. Me llevaron a una prueba un día domingo, tuve la suerte de convertir tres goles en ese amistoso, que se jugó entre el equipo que había quedado y otros que iban a probarse. No conocía la historia de Sarmiento, lo que sabía era a través de mi papá, yo soy futbolero gracias a él. Veía a Central Córdoba cuando enfrentó a Boca y a River, pero jamás se me cruzó por la cabeza que podía llegar a estar ahí y menos de construir la vida deportiva que tuve en este club.


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¿Cómo nace tu amor por el fútbol?

Uno tenía la pertenencia por el barrio en el que vivía, la cuadra y tu casa, era algo muy fuerte. Yo vivía en Huaico Hondo, en el 5° pasaje y nuestro equipo, que se llamaba así, teníamos primera y cuarta división. Se jugaban partidos todos los fines de semana, por dinero y con equipos de otras localidades, a morir. Ahí arranqué jugando en la cuarta con grandes jugadores, que después pasaron por diferentes clubes. Tuve una infancia y adolescencia muy buena, hermosa con una familia que me amaba, era muy mimado por mis tíos y abuelos porque era el primero de esa generación. Nunca pensé que iba a jugar a esto, mi vieja quería que estudie. Hice la primera en la escuela Coronel Borges, luego aprobé el examen de ingreso a la escuela Industrial, que no era fácil y después pasé a La Banda porque quería estudiar construcción. Ahí es donde me empiezo a involucrar en la ciudad y a sentir lo que vía en el bandeño, que me identificaba mucho, la pertenencia, su forma de pensar y de sentirse dentro de Santiago del Estero no como una ciudad más, sino creyendo siempre que de aquí puede salir lo mejor. Eso me contagió y luego el fútbol hizo la conexión porque yo jugaba al básquet en Coronel Borges y lo hice desde los 11 hasta los 17 años. Me destacaba más en ese deporte porque se practicaba en las escuelas.  Luego dejé y me dediqué al fútbol, por eso Sarmiento fue, es y será mi identidad.

¿Cómo fue tu romance con el básquet?

Había un equipo en el club Coronel Borges donde el básquet era furor y también era pertenencia barrio contra barrio. Había diferentes equipos de donde salieron grandes jugadores. La altura no prevalecía tanto, sino la habilidad, la potencia y la picardía que podías tener. Recuerdo el quinteto del club compuesto por los hermanos Castillo (mellizos), los Brandán, que eran dos pero no hermanos y un muchacho Coco que perdió la vida hace 10 años. Ese era el equipo que jugaba y yo quería estar adentro y me di el gusto.


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¿Cómo arrancas en Sarmiento?

Fue en el año 1983, y recuerdo que cuando me tocó debutar no pude, porque no había avisado que tenía la firma en Defensores de Forres. Estábamos por ir a jugar y me avisaron de ese problema, que no tenía la libertad de acción. Fue así que me perdí el partido ante Mitre y recién pude debutar ante Comercio en esta cancha, ganamos 1 a 0 con un gol mío y ahí comenzó la puja con un gran jugador como Lolo Suárez, que era el número 9. No fue fácil, porque los jugadores de antes no hablaban mucho, por ahí te tiraban algún concepto de cerca o directamente predicaban con el ejemplo. Teníamos un equipo pero en el 85 se fueron todos, al año siguiente comenzamos a tambalear, había muy buenos jugadores pero teníamos que remarla. Y en el año 87, teniendo todo para salvarnos, terminamos descendiendo. Perdimos tres mano a mano, con Sportivo Fernández, Comercio y Estudiantes. Esa fue sin dudas la mayor tristeza en el club, vi llorar a mucha gente, pero a su vez me fortaleció y me hizo querer más a mi institución.

¿La mayor alegría?

Fue cuando nos clasificamos al Torneo Argentino B, algo que no había logrado nunca con Sarmiento y era una cuenta pendiente.

Un técnico que te haya marcado…

El Tato Medina, cuando me llevó a Unión Santiago. El me plantó, paró su plantel, me puso en el medio y separó a los que estaban a prueba. Después me explicó y me dijo, ‘mirá Tato yo no te traje para que seas el Patoruzú de Sarmiento, todo bárbaro, siempre llegas, pero aquí vas a ser cheque al portador, vos tienes que estar donde están los japoneses. Tenés que estar a las seis de la mañana en el banco, usted trae la plata para nosotros’. Eso me marcó, mi función pasaba por ahí y eso fue lo que me llevó a jugar hasta los 40 años.

¿A qué jugadores actuales ves con tus movimientos?

No me comparo, pero tenía algo parecido a Ramón Díaz que a cualquier otro. Jugador que se tiraba atrás saliendo con velocidad, pero siempre llegando al gol, explosivo. En la actualidad Lautaro Martínez, sin dudas.


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Qué anécdotas recuerdas…

Recuerdo una con un periodista. Le ganamos a Mitre y tenía que hacer una nota, pero antes de comenzar me dice, ‘Tato lo único que te pido por favor es que respondas únicamente lo que te pregunto, porque si no me dejas sin preguntas’ (risas), y está bien porque cuando uno habla de esto pasa del pasado al presente porque el recorrido es así.

Luego, Tato se refirió a uno de los momentos más difíciles de su vida...

En Sarmiento viví ocho meses cuando me quebró tibia y peroné un jugador de Estudiantes, tenía la posibilidad de ir a Newell’s, y me trajeron a vivir aquí porque no tenía casa ni trabajo, y ese mismo año que me quitaron todo me dieron laburo en el 84, mirá si no voy a amar a Sarmiento. Fue durísimo, gente de Sarmiento me traía mercadería y plata toda la semana. Aquí en el club me tocó pasar todas, pero esas experiencias me formaron como persona, futbolista, padre de familia. Tengo una familia integral con tres hijos hermosos.

El gol que más recuerdes…

Son dos, uno jugando para Sarmiento a Central Córdoba, no entraba un alfiler ese día y ellos tenían todo para ganar. Nosotros exigimos un árbitro a nivel nacional, la Comisión Directiva estuvo bárbara y lo trajeron al Sargento Giménez, que era el segundo supuestamente en ese momento detrás de Castrilli. Tenía las cosas bien claras, una prestancia. Ese partido era muy importante no perderlo. Los goles de los partidos entre sí valían, ellos festejaban, faltaban tres minutos y llegó lo que siempre hacíamos con Ramón Rosa Galván, cruzar mitad de cancha, hacer un pase corto o hacer el amague para que me cruce una pelota para quedar mano a mano. Hice eso Ramón Rosa me vio, me marcó el pase y me la tiró, le gané la posición a Alurralde y la medí tanto para no errarla. Lo hice en el arco de la tribuna Pedro León Gallo que era un griterío porque ellos ganaban, cuando empato me fui a festejar con mi hinchada y ya no se escuchaba un ruido. No se puede explicar lo que se siente convertir un gol en esas canchas, pero no solamente por uno mismo sino porque es el trabajo de todos.

El otro gol es jugando para Central Córdoba ante Juventud Antoniana, que entré luego de un largo parate por una lesión. Alcides Merlo me mandó a la cancha y me dijo ‘andá viejo hacé lo que sabes’, y la primera que toqué la mandé adentro. Ganamos 2 a 1, lo que era esa cancha.

¿Te llamaron de Central Argentino?

Sí, en el año 2004, me fueron a buscar unos dirigentes, siempre voy a estar agradecido, pero conversamos y consensuamos que era imposible, porque iba a ser algo que no lo iba a ver bien la gente y tampoco nos íbamos a sentir cómodos nosotros. La historia es testigo de lo que haces o no y está claro cómo piensa el hincha, con la pasión no se juega. Siento las alegrías que puede sentir un hincha, si gana Boca me alegro y si pierde analizo.

¿Qué es peor, descender o perder la final de la Libertadores con tu clásico rival?

Para mí las dos cosas, porque significan dolores tremendos. En su momento le tocó sufrir a River y le dolió el alma a todo el mundo, como te puedo asegurar que a Boca le pasó lo mismo cuando perdió esa final.


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En tu mejor momento, hoy estarías jugando en Central Córdoba, Mitre o Güemes…

Central Córdoba, me gustan los grandes desafíos. El buen jugador o el que tiene capacidad, cuando más alto juega mejor lo hace y cuando más baja se complica la cosa, los campos de juego no son los mismos, los árbitros son diferentes y es otra clase de espectadores. La vara alta siempre, porque si no somos de medio pelo y no sirve, prefiero no irme.