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Abril de 2024
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Opinión y Actualidad

Lenguaje inclusivo: ¿destrucción de la lengua o lucha por la igualdad?

Mientras la Real Academia Española (RAE) despedía el año 2020 anunciando que las tan esperadas novedades léxicas añadidas al diccionario incluían palabras como emoji, cuarentenar, finde y COVID, también se pronunció respecto al llamado lenguaje inclusivo indicando, como en otras ocasiones, que el uso de la “e” para sustituir a la “a” y a la “o” como terminaciones, es innecesario y “ajeno a la morfología del español”.

15/04/2021

Por Sharon Grobeisen and Daiset Sarquis

Para The Washington Post

En la lucha por alcanzar la igualdad son cada vez más las comunidades, instituciones académicas, medios de comunicación y organizaciones que buscan la deconstrucción hacia un lenguaje inclusivo. Casi 10 grandes universidades argentinas aceptan ya estas modificaciones en producciones orales y escritas, e instituciones de la administración pública y municipalidades incorporan su uso en la documentación oficial, mientras la RAE reitera que en español el masculino “cumple la función como término no marcado de la oposición de género”.

La revisión y la búsqueda de un lenguaje alejado de formas anquilosadas de concebir el género debe ir más allá de la preocupación por las reglas gramaticales y ortográficas. La principal labor del lenguaje es expresar nuestra realidad, nuestras experiencias y los cambios que en ellas surgen, por ello la vocación de las instituciones de la lengua, además de legitimadoras del lenguaje, debería incluir ser un espacio de reflexión sobre la voz, la participación y la representatividad de quienes lo construyen.

Instituciones como la Organización de las Naciones Unidas han creado una guía, que reconocen como “un documento vivo que evoluciona con el tiempo”, para asegurar un uso del lenguaje sensible al género. Dicha guía se aleja de recomendaciones puramente lingüísticas y aconseja evitar sesgos de género en el idioma, y así por ejemplo, sustituir “las enfermeras” y “los doctores” por “personal médico”.

Frecuentemente olvidamos que detrás de las decisiones y acciones de las instituciones existen individuos y contextos. En la RAE, en pleno siglo XXI, de las y los 42 académicos y académicas que la conforman, únicamente siete son mujeres (Carmen Iglesias, Soledad Puértolas, Inés Fernández-Ordóñez, Carme Riera, Aurora Egido, Clara Janés y Paz Battaner). Es decir, que las decisiones son determinadas 80% por hombres. Si consideramos la representatividad de las mujeres a lo largo de la historia de la Academia, veremos que su voz, su representación y su participación sobre el lenguaje que define y articula nuestro entorno, ha sido prácticamente nula. Y ni qué decir de la representación de la diversidad sexual, religiosa, étnica o racial.

Desigualdades similares encontramos en los parlamentos alrededor del mundo: en 2020, 75% estaba en manos de hombres. En la industria fílmica, más de 65% de los papeles con diálogos sustantivos corresponden a personajes masculinos. Y solo una de cada cuatro personas que presentan noticias son mujeres.

Más allá de poco inclusiva, la resistencia a revisitar el uso y la representatividad del idioma, no únicamente desde una visión gramatical, es anticuada pues obvia el hecho de que el lenguaje es la principal herramienta para habilitar procesos equitativos y democráticos. No hay que olvidar que los cambios culturales, políticos y sociales más trascendentes no se dieron dentro de una institución sino en el uso cotidiano. Las instituciones de la lengua no tienen el monopolio del lenguaje y al oponerse a abrir una discusión acerca de la falta de neutralidad en el idioma español, en una sociedad y en un mundo como el que vivimos y con la urgencia que le acontece, ponen en riesgo su vigencia.

Lo que no se nombra no existe. Poder pronunciar, denotar, asignar y definir genera nuevas realidades: el lenguaje no solo se construye por quienes lo utilizan, sino que nuestra percepción del mundo se construye por medio del lenguaje. No se trata de forzar términos con calzador. En la adopción de un idioma inclusivo se busca reflexionar acerca de la opresión e invisibilización de las mujeres y las identidades no binarias que han prevalecido desde la palabra.

Mientras las instituciones deciden si subirse o no al tren del siglo XXI con respecto a los procesos lingüísticos podemos, libres de la regla escrita, explorar e integrar palabras, nuevas terminaciones e intercambiar modismos, consultar a nuestras audiencias y colegas y articular así, de manera colectiva, nuevas formas de inclusión y representatividad. Está por comprobarse si las instituciones se adaptarán en algún momento al uso cotidiano del lenguaje inclusivo o si deciden liderar el proceso de una integración gramatical que acompañe a los nuevos tiempos.