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Opinión y Actualidad

Colombia y el afán por buscar culpables en el peor momento de la pandemia

Contaba Susan Sontag en su libro La enfermedad y sus metáforas que, para hablar sobre el cáncer, la humanidad había inventado decenas de comparaciones.

08/07/2021

Sergio Silva Numa
Para The Washington Post

Desde el cangrejo que Hipócrates vio en los vasos sanguíneos que se forman alrededor de un tumor hasta una larga lista de símiles bélicos. Pero si esa era una enfermedad “cargada de mixtificación”, las palabras para describir los desenlaces del COVID-19 en Colombia hoy apenas alcanzan a capturar la tragedia que vive el país. Parece que nos hubiésemos acostumbrado a ella.

Al observar la dinámica de la pandemia, Colombia hoy es el tercer país de América del Sur con la tasa más alta de muertes acumuladas por millón de habitantes (sin ser ajustadas), por debajo del promedio de la región. Los casos nuevos de infectados, además, se han mantenido por encima de los 20,000 diarios.

Este “tercer pico” ha sobrepasado la capacidad del sistema de salud y las unidades de cuidado intensivo (UCI) escasean. Bogotá, la capital, apenas tiene 8.3% de sus camas desocupadas. “Ha sido el peor de todos los picos”, “estamos agotados física y mentalmente”, nos contaban hace unas semanas trabajadores del personal de salud.

Se trata de una tragedia en la que todos quieren hallar un único responsable. Iván Duque, presidente de Colombia, optó por el camino más fácil: culpabilizar a quienes han salido a las calles desde el 28 de abril en el Paro Nacional para protestar por vivir en un país en crisis. Para él, claro causante de ese malestar, haber evitado las aglomeraciones “habría prevenido 10,000 muertes”.

Por fortuna, científicas y científicos, acostumbrados a naufragar en el mar de la desinformación, refutaron sus imprecisiones. En una investigación aún no revisada por pares (pre-print), los epidemiólogos José Moreno Montoya, Laura Andrea Rodríguez Villamizar y Álvaro Javier, mostraron que en varias ciudades, como Bogotá, Medellín y Barranquilla, las protestas no tuvieron un efecto en el aumento de la tendencia de casos. En otras, apuntaron, la situación pudo ser distinta.

Pero, aunque sea tentador emprender una cacería de culpables para explicar nuestra tragedia, hacerlo es omitir la complejidad de la pandemia. Es también pasar por alto algo esencial: como me recordaba en entrevista la epidemióloga Silvana Zapata, no hay que olvidar que el COVID-19 se comporta de manera muy diferente en las regiones en que está dividida Colombia. ¿Por qué nadie habla de las autoridades locales (alcaldes y gobernadores) que han tomado decisiones equivocadas? ¿Por qué no señalamos con más ímpetu que ordenaran abrir discotecas sin ventilación antes que las escuelas?

En medio de ese caos, varias voces piden regresar a las cuarentenas. Lo han hecho gremios médicos hace un par de meses y en los últimos días periodistas y “líderes de opinión”. Sentados desde la comodidad de sus escritorios y sus sillones, olvidan que, si bien estar en casa la mitad de 2020 permitió robustecer el sistema sanitario (pasó de tener cerca de 5,000 UCI a más de 13,000), causó una tragedia sin precedentes: 23% de los hogares pasó a consumir dos comidas al día. Otro 10% solo puede alimentarse una sola vez.

Dicho de otra forma: el año pasado 3.5 millones de personas cayeron en la pobreza y 2.7 millones en la pobreza extrema. La cifra es tan aterradora como la alta mortalidad por coronavirus.

En un país con serios aprietos económicos, con cerca de 15% de la población desempleada, con una deserción escolar de más de 243,000 menores y un descontento social que ha desembocado en una grave ola de violencia civil y represión policial, parece que no hay otra opción que aferrarnos a las vacunas. Y aunque algunos de esos “líderes de opinión” quieran hacernos creer que no funcionan al establecer relaciones equivocadas con el aumento de contagios o con casos aislados de fallecimientos, tenerlas a nuestro alcance es la mejor noticia que hemos recibido este año. Sin ellas viviríamos una catástrofe.

Es difícil evaluar qué se está haciendo bien o mal en el proceso de vacunación en un par de párrafos, pero no hay que dejar pasar un hecho claro: el ritmo de aplicación ha mejorado mucho en el último mes. Mientras que en febrero y marzo no se administraban más de 100,000 dosis por día, desde hace un par de semanas se aplican más de 300,000. Es una velocidad muy superior a la que tienen varios países de América Latina, pese a que solo 21% del total de habitantes necesarios para alcanzar la anhelada inmunidad de rebaño en Colombia (35 millones, aproximadamente) cuente con el esquema completo de vacunación.

Esa esperanza no nos puede hacer olvidar que seguimos entre la tempestad y que debemos exigir acciones más precisas a nuestros gobernantes (a todos) para que Colombia pueda sortear esta ola de COVID-19. Pero tampoco podemos dejarnos arrastrar al naufragio por quienes quieren ver fracaso, con engaños, hasta en la efectividad de las vacunas.

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