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Marzo de 2024
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Opinión y Actualidad

Crítica de "El buen patrón"

Para ciudadanos atentos y sociólogos despistados.

13/10/2021

Por Mirito Torreiro
Para Fotogramas

Como si se tratara de un inmenso contracampo (eso sí, rodado casi 20 años después) de Los lunes al sol (2002), en El buen patrón Fernando León de Aranoa nos propone indagar en la mentalidad de la otra parte del mundo laboral, en este caso, el dueño de una fábrica de mediano tamaño, hombre previsiblemente formado (es ingeniero), todavía de buen ver y, viene casi en el lote, con modos de macho alfa. Ese hombre, Blanco (mediante el que Bardem nos brinda uno de sus trabajos más deslumbrantes: él es, sencillamente, la película), tiene un problema: ha de actuar casi a contratiempo para que su deseo, ser recompensado con un premio empresarial, no se vea manchado por pequeños detalles de última hora que, en realidad, son los gestos que explican toda una vida.

Hormigas contra elefantes

20 años son mucho tiempo para todo, y mucho más en estas épocas, recorridas frenéticamente por la prisa. De forma que los parados de ayer ya no lo son por una remodelación empresarial acompañada de huelgas, sino por la arbitrariedad de un patrón con derecho casi de pernada, lo que provoca la gesta personal de un solo obrero, una hormiga contra un elefante: ahora se conjuga en singular lo que otrora fue orgulloso plural reivindicativo. La radiografía de las relaciones laborales resultante es atroz, por más que el genio de León de Aranoa nos la brinde envuelta en los aires de una comedia negra, muy divertida, que, sin duda, habría complacido a quien sigue siendo aún una de las referencias mayores del cine del director madrileño, el gran Ettore Scola. Risas, claro que sí..., pero también el rictus que se te queda cuando ves que te estás riendo casi de ti mismo.

Realismo mágico

Pero como no se trata de proponer una de buenos y malos, el cineasta arropa a su protagonista absoluto con elementos que lo acercan al espectador. Es atractivo, pasablemente empático (aunque luego veamos que no tanto), se enfrenta a todo tipo de problemas para, se nos sugiere, no tener que cerrar su fábrica. Y en el otro fiel de la balanza, el obrero, con quien sospechamos que el director debería identificarse más, es un hombre empecinado y testarudo, en el límite del absurdo, aunque lo disfrace de heroicidad: un trabajador anterior a los sindica- tos. El cuadro resultante no es, empero, posmoderno: al director le duele lo que cuenta, de ahí ese final desgarrador, en el que el rostro de la desesperación se encarna en un obrero, ante la triunfal, bien que banal, satisfacción del manipulador, avieso padre/patrón.