Santiago del Estero, Jueves 18
Abril de 2024
X
Opinión y Actualidad

Los ataques contra la diversidad sexual no son fobia: son odio

Fobia es un término clínico y no abarca el odio hacia el colectivo LGBT+, como en los casos del bar Maricafé o del ataque al bailarín salteño.

19/01/2022

Por Marina Abiuso
Para TN

No pasó nada, parece. No hay daños materiales, el ataque casi no se nota en la puerta del local que no tuvo que estar cerrado ni un solo día. No hubo heridos tampoco. Si no hubieran visto los videos de las cámaras de seguridad, ni se hubieran enterado. Pero sí, acá pasó algo.

Dos hombres caminan hasta la puerta de un café en Palermo y prenden fuego una almohada o almohadón. Se quedan de pie mirando la llama que no se llega a expandir. Sin apuro. La imagen es en blanco y negro pero la realidad no: cualquiera que pase por la puerta de Maricafé no necesita ser muy suspicaz para descubrir que se trata de un espacio inclusivo: el nombre, la decoración, la vajilla y hasta el menú son un testimonio de visibilidad.

“Lamentablemente no es la primera vez que esa zona de CABA es la elegida por quienes destilan su odio hacia el colectivo LGBT+. No vamos a permitir que siga ocurriendo”, dijo el INADI en un comunicado. La investigación está abierta y el martes pasó a la fiscalía de violencia de género. La hipótesis es que el ataque estuvo motivado por el odio.

Espacios “heterofriendly”

¿Qué significa que un café sea LGBTIQ+? La pregunta se hizo en sorna desde algunos espacios, pero vale la pena contestar por si alguien duda en serio. Maricafé abrió en julio de 2018, sobrevivió a la cuarentena y quedó en pie como uno de los pocos espacios de su tipo en la ciudad que solía tener una oferta mucho más amplia en materia de diversidad.

Sí, dejan entrar a heterosexuales. Incluso un varón y una mujer pueden besarse y no van a ser mal mirados por nadie. A muchas parejas de gays o lesbianas no les pasa lo mismo en otros locales. A pesar de la igualdad ante la ley, se espera de ellos una discreción adicional.

“Por eso quise que Maricafé estuviera abierto también de día”, explica su fundador, Pablo Terrera: “Había más espacios relacionados a la noche y yo quería que este fuera un lugar para tener una cita a la tarde, por ejemplo”.

Besos prohibidos

“El 9 de noviembre me llamaron a uno de los vestuarios y a solas me comunica nuestra DT que me echaba del plantel ‘profesional’ por haberme, supuestamente, besado dentro del club con una compañera”, escribió Maira Sánchez, que había sido defensora en Rosario Central durante seis años.

“¿Acaso mi vida personal tiene más peso que mi rendimiento deportivo?”, puso en Instagram, junto a fotos luciendo la camiseta.

El club negó la acusación, dijo que los motivos de la desvinculación eran futbolísticos y que no iba a soportar una “difamación”.

Jugadoras y ex jugadoras del club apoyaron a Sánchez con una denuncia colectiva contra Rosario Central y la DT en cuestión “para visibilizar una serie de hechos de hostigamiento que padecimos durante el último año”. Dos subsecretarias del ministerio de las Mujeres, Género y Diversidad viajaron a la provincia para reunirse con la jugadora.

El fútbol femenino viene recorriendo un camino arduo para su profesionalización. No tienen el mismo presupuesto ni la misma visibilidad pero desde el origen es un espacio más abierto a la diversidad que el futbol “de varones”.

En “Cuerpos que (no) importan”, Rafael Crocinelli analiza las masculinidades del fútbol: “Los futbolistas ratifican permanentemente la heterosexualidad como norma colectiva”, asegura y remarca: “Hasta el momento, AFA no propuso ninguna política que multe o sancione a los jugadores con comportamientos homofóbicos”.

Es poco probable pensar que no haya (hoy, antes, desde siempre) jugadores gays. Sin embargo, las hinchadas y el negocio en torno al juego siguen haciendo parecer que la única opción para un jugador homosexual es el silencio.

Más que palabras

“Los gays somos sobrevivientes”, asegura Roberto “Tito” Costilla desde Salta. En su caso es literal: volvía a su casa cuando dos hombres -padre e hijo- le salieron al cruce y le quebraron la pierna en varias partes.

Fue en diciembre. Tito es bailarín y profesor de bachata. Tuvo que ser operado y todavía no volvió a caminar. “Espero poder bailar otra vez, pero es algo para dentro de seis meses con suerte”, asegura. No pudo seguir trabajando y depende del cuidado de sus padres.

Los que lo atacaron no eran desconocidos sino literalmente vecinos. “Se mudaron hace años y me empezaron a gritar ‘maricón de mierda’, incluso antes de que yo supiera qué significaba”, asegura. Están detenidos, pero Tito siente temor porque otros miembros de la familia siguen en la misma casa, separados solo por una medianera. Hasta hace algunos días tenía una consigna policial, pero ya no.

El odio

Muchos creen que la reivindicación ya no hace falta: que hay matrimonio igualitario, identidad de género, que la discriminación ya no existe en la segunda década del siglo. Ojalá tuvieran razón.

Los ataques violentos y los crímenes tienen su cimiento en la naturalización de casos como el de Maricafé. Queremos creer que quizás haya otro motivo menos bárbaro. ¿Ruidos molestos? ¿Mala relación con los vecinos? Quizás Maira García sea una mala defensora y punto. No lo sé y no seré yo quien lo determine. Pero a veces es más fácil imaginar alternativas que enfrentar al odio de frente.

Porque estamos hablando de odio.

Históricamente le hemos dicho “homofobia”, pero el término está en crisis en muchos círculos de reflexión: “Fobia es un término clínico que connota temor a ciertos animales o elementos. ¿Por qué se le aplica a la agresión contra identidades sexuales no hegemónicas? ¿Por qué se utiliza una palabra de la clínica médica si es un tema psico-social, ético y jurídico?”, escribió en un artículo reciente la filósofa y referente Esther Díaz.

Es un punto de vista interesante. La fobia es incontrolable y trae padecimiento a quien la sufre. El homoodio, en cambio, trae sufrimiento al objeto de ese odio que es completamente ajeno al sentimiento del otro. No hace más que existir.