Quentin Dupieux es un perro verde y, en su última película, ofrece disparates taciturnos sobre el patetismo masculino y femenino y la ambición y el conformismo.
Por Antonio Trashorras
Para Fotogramas
Una buena manera de disfrutar esta (ya de por sí divertida) película es imaginar a medida que avanza su trama el partido que le habrían sacado en un estudio de Hollywood a semejante premisa. Si de allí viniera 'Increíble pero cierto', estaríamos ante una pulcra fábula cómico-buenrollista a lo 'Atrapado en el tiempo' (H. Ramis, 1993) o 'Mis dobles, mi mujer y yo' (1996), también de Ramis. Claro que Quentin Dupieux es un perro verde, y si a algo se parecería este su último trabajo de haber sido concebido por otro cineasta más ‘popular dentro de lo indie’ sería a las más excéntricas, al tiempo que amargas, obras de Spike Jonze, Charlie Kauffman o, claro, su compatriota Michel Gondry.
Pero Dupieux ya no está en esa onda arty-juguetona, y si bien, como ellos, sigue orientando su otredad hacia la burla, cuando no el desprecio, hacia los manuales de guion y la dramaturgia académica, lo cierto es que sus chistes se han ido convirtiendo en Peta Zetas amargos, en disparates taciturnos sobre la ambición y el conformismo, la madurez y la juventud y, por supuesto, el patetismo masculino y femenino.
Para degustadores del cine excéntrico.