El cineasta noruego Dag Johan Haugerud cierra su trilogía de Oslo con este drama que borda las dinámicas de poder en las relaciones románticas, la perspectiva sobre el deseo y el amor en diferentes edades.
Por Manu Yáñez
Para Fotogramas
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Pese a que no se trata de un debutante –su primer largometraje, 'I Belong', data de 2012–, el escritor y realizador noruego Dag Johan Haugerud se ha convertido en la última revelación del cine de autor europeo. Con su Trilogía de Oslo, formada por 'Amor en Oslo', 'Sex' y 'Sueños en Oslo' –esta última, ganadora en el Festival de Berlín del Oso de Oro llega ahora a los cines españoles–, Haugerud ha devuelto a la pantalla el espíritu de Eric Rohmer, entendido como ese lugar cargado de sensualidad y misterio en el que la conversación deviene una puerta de acceso a la reflexión y la belleza.
Dotadas de un corazón literario que fulgura gracias a la atención ultrasensible a los gestos de los actores y actrices, las películas de Haugerud nos sitúan frente a un abanico temático que va de la amistad a la sexualidad ('Sex'), de la ética profesional a la búsqueda del amor ('Amor en Oslo’), de las pasiones juveniles al horizonte de la mortalidad (‘Sueños en Oslo'). A su modo, este cineasta noruego, a quien cabría considerar un heredero amable de Ingmar Bergman, ha construido una discreta y embriagadora teoría del todo, una memorable versión de bolsillo de los grandes proyectos literarios que marcaron la literatura europea del siglo XIX.
El cine de corte realista –en particular, el europeo– nos ha acostumbrado a un esfuerzo de interpretación permanente. Cuando vemos una película "social", lo más habitual es que debamos buscar su significado "entre líneas", cuando no en el subtexto del relato, o en el trasfondo de unas imágenes que operan como fábulas edificantes. Esto no ocurre casi nunca en el cine de Haugerud, que suele abordar sus temas de forma directa, frontal, a través de personajes que se expresan con absoluta transparencia –son pocas las ocasiones en las que el noruego recurre al discurso alegórico; y cuando lo hace, como en una escena de 'Sueños en Oslo' que transcurre en una escalera cargada de simbolismo, su cine pierde fuelle, se resiente–.
Todo esto no quiere decir que estas películas no contengan matices, pliegues narrativos y múltiples capas de lectura. El universo de Haugerud es complejo, sus personajes caen de forma recurrente en las contradicciones, pero nunca dejan de buscar la manera de expresarse de forma sincera. Y es esta suerte de honestidad brutal la que dota a la Trilogía de Oslo de su encanto punzante. Haugerud no oculta su condición de ciudadano del primer(ísimo) mundo. Las neurosis de sus criaturas tienen mucho que ver con la experiencia del privilegio, pero aun así los personajes nunca resultan antipáticos, porque sus angustias y placeres siempre resplandecen como síntomas de una verdad palpitante.
Siguiendo su método habitual, Haugerud construye 'Sueños en Oslo' a partir de una situación minimalista –una chica joven se enamora de su maestra– que deriva en la exploración de un nuevo escenario –la relación de la chica con su madre y su abuela–. Estas dos situaciones se van reflejando la una sobre la otra y generan un apasionante y caleidoscópico marco temático.
La película aborda las dinámicas de poder en las relaciones románticas, la perspectiva sobre el deseo y el amor en diferentes edades, y también la relación entre la experiencia vivida y la creación artística, ya que la chica joven escribe un diario íntimo que después se plantea publicar. Abriendo discusiones que conducen a un vasto catálogo de interrogantes, Haugerud vuelve a demostrar un talento inusual para abordar con ligereza cuestiones que suelen evocar una fuerte gravedad.
Así es como los dilemas imposibles y dolorosos se negocian de un modo liviano, grácil (Rohmer en el recuerdo). Así son las singulares leyes del deseo de Haugerud, que zarandean y hieren, pero también curan gracias al efecto balsámico de los afectos.
Para comprobar que la reflexión no está reñida con el entretenimiento.