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Mundo

La semana en la mirada de los analistas

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31/03/2013

Entre la sumisión y la destitución
Por Joaquín Morales Solá | LA NACION

Sumisión o destitución. La opción de Daniel Scioli es sólo ésa para el cristinismo. No lo queremos echar, pero debe alinearse, condicionó Diana Conti, convertida en el inconsciente explícito del cristinismo. Es decir, el oficialismo se propondrá la caída de Scioli si éste no se sometiera.

El propio mandatario provincial debió aclarar públicamente que él no se irá de la gobernación hasta que haya concluido su mandato, en diciembre de 2015.

Es una aclaración dramática cuando todavía faltan dos años y medio para ese plazo.

Pero declaraciones oficiales del cristinismo o trascendidos de ese mismo origen planteaban ya una duda pública: ¿seguirá Scioli? Resistiré, asegura el gobernador.

El jefe de Gabinete de Scioli, Alberto Pérez, fue el primero en denunciar una maniobra de destitución. La acción del sindicato docente es destituyente, dijo; todos saben que el sindicato docente es cristinista. Cristina no lo quiere a Scioli en La Plata. La verdad, pura y dura. Aquella opción tiene dos caminos que terminan en el mismo lugar. La sumisión significaría la renuncia voluntaria del gobernador, seguramente con el pretexto de alguna candidatura a diputado nacional. Si no se sometiera, el gobierno nacional lo desestabilizaría con otros medios. Ya están en marcha: ahogo financiero, descalificaciones públicas, vacío político, acoso parlamentario.

Cerca de Scioli no se olvidó nunca la gravedad de lo que sucedió hace tres semanas en Junín. Esos episodios de violencia fueron barridos del primer plano por la posterior e inmediata elección del papa Francisco. Pero el peligroso mensaje no desapareció. Punteros cristinistas se colaron en una manifestación pacífica por la muerte de una joven, que había caído en manos de delincuentes comunes. Destrozaron e incendiaron los edificios provinciales y municipales de Junín, pero no los nacionales, como la sede del Banco Nación o de la Anses. Llegaron a la tranquila Junín contingentes del duro conurbano bonaerense. En medio de los disturbios, fueron identificados militantes de Kolina, la agrupación que lidera Alicia Kirchner, de la Juventud Peronista y, en menor medida, de La Cámpora.

Junín pudo ser una buena advertencia para Scioli. Su intendente es un radical, Mario Meoni, con estrechos lazos con enemigos históricos del cristinismo, como Julio Cobos, Mauricio Macri o Sergio Massa. La violencia de Junín no comprometió a los intendentes aliados del cristinismo. Era fácil, entonces, trazar desde allí una huella del futuro. Las viejas palabras violentas habían cruzado un límite irreversible; los hechos fueron violentos.

Al sciolismo no le pasó por alto ni siquiera la bala anónima que perforó el avión del gobernador de Santa Cruz, Daniel Peralta, otro enemigo para el cristinismo. ¿Hasta dónde están dispuestos a llegar?, se preguntan al lado del gobernador.

Hasta la re-reelección de Cristina. Los tres gobernadores que llevan la bandera de ese proyecto reeleccionista (Sergio Uribarri, de Entre Ríos; Jorge Capitanich, de Chaco, y Francisco Pérez, de Mendoza) acaban de recibir autorización del gobierno nacional para buscar financiamiento con créditos. Es la misma autorización que le negó a Scioli, que quiere tomar créditos por 6000 millones de pesos. Esa autorización ya le había sido negada antes a Mauricio Macri en la Capital y al propio Peralta en Santa Cruz. El error de Scioli fue anticipar que sería candidato presidencial en 2015 si la Presidenta no lograra la reforma de la Constitución. Desde entonces, cada gesto del gobernador, cada palabra suya, cada fotografía es mirada como la estrategia de un enemigo.

El gremio docente que tiene sin clases a más de cuatro millones de argentinos forma parte, en efecto, del cristinismo. Scioli se jugó personalmente cuando asistió a la última reunión con sus dirigentes. Fue una reunión amable durante casi todo su transcurso. Scioli no podría abrir de nuevo la paritaria, después de que los restantes gremios docentes aceptaron su propuesta. Sería una traición a éstos y un insoportable signo de debilidad política. Lo dijo en esa reunión. El encuentro se estropeó en los últimos diez minutos. Seguimos con la huelga, le respondieron los gremialistas cristinistas, casi sin argumentos.

Ya cansan. No se les ocurre nada nuevo, se enfurece el sciolismo. Se refieren al cristinismo, no a los gremialistas. La secuencia es inalterable cada vez que quieren destruir a Scioli: primero le sacan dinero a la provincia y luego culpan al gobernador de mala administración. Un coro de críticos surge de inmediato; todos son empleados de la Presidenta. Julio De Vido comienza en el acto a canjear entre los intendentes bonaerenses adhesiones a Cristina, y rechazos a Scioli, por dinero fresco para obras públicas. Una política sin dignidad llegó en los últimos días al grotesco: algunos municipios firmaron una solicitada en reclamo de clases, pero sin la firma de los intendentes. Varios intendentes desmintieron luego las firmas que nunca habían existido.

A Scioli se le prendió una leve luz de esperanza cuando advirtió que los que hablaban eran cristinistas, mientras Cristina callaba. Duró poco. Alguien escuchó al poderoso Carlos Zannini dar una lección de malicia política: Esta vez no lo pagaremos nosotros. Hablarán otros, explicó. Se refería al último enfrentamiento, cuando Cristina le negó a Scioli los recursos para el aguinaldo, a mediados del año pasado. Entonces fue la Presidenta la que habló y ella terminó ardiendo en el fuego que había encendido.

Scioli confía en su diálogo directo con la sociedad. La sociedad no es tonta. Sabe que hay un problema político y que hay también un problema con la distribución de los recursos nacionales, lo escucharon decir. Es su último refugio.

¿Qué hará Scioli en un año electoral? Su paciencia está llegando al límite, pero no quiere romper. Sabe que no podrá colocar candidatos suyos en las listas bonaerenses, ni siquiera para legisladores provinciales. Podría quedar luego al borde del juicio político. Por eso está metiendo algunos dirigentes de él en las listas de Francisco de Narváez. Es probable también que la Juan Domingo y su alianza con Alberto Fernández presenten candidatos del gobernador. ¿Un sciolismo sin Scioli o con Scioli? Eso no lo sabe, por ahora, ni el propio Scioli.

¿El cristinismo está dispuesto a dejarle a Macri el camino abierto a la presidencia si lograra arruinar a Scioli? La re-reelección es socialmente inviable por ahora. No importa. ¿Por qué? Macri sería una alternancia; Scioli podría ser el relevo irrevocable en el liderazgo peronista, explican los que oyen a Cristina.

La imposición de Conti a Scioli, en nombre del cristinismo, es una perversión de la democracia. Un gobernador elegido por su pueblo debe someterse, mudo, a los dictados mesiánicos de una líder. Un país donde no se dialoga; sólo se impone. Ése es precisamente el paisaje argentino, claro y directo, que pintó el nuevo arzobispo de Buenos Aires, Mario Poli, que será el primado de la Iglesia Católica argentina dentro de pocos días. El Gobierno no dialoga ni la oposición tampoco. Los sectores sociales, sindicatos y empresarios golpean puertas que nunca se abren.

El arzobispo Poli es la continuidad directa e inconfundible del papa Francisco. Poli hizo casi toda su carrera religiosa al lado del actual pontífice y fue su auxiliar en Buenos Aires hasta hace pocos años. Varios obispos locales se sorprendieron ante la rapidez del Papa para nombrar a su sucesor en Buenos Aires. También porque la elección cayó en Poli, un amigo de Papa que no figuraba en ningún pronóstico. Una manera de Bergoglio de decirle a la ciudad y al mundo que su diócesis natural, permanente, es la Argentina, no sólo Buenos Aires. Respeto, pero distancia y diferencia, expuso Poli cuando le preguntaron sobre su futura relación con el gobierno de Cristina Kirchner. En esas tres palabras (respeto, distancia y diferencia) podría resumirse también la relación del entonces cardenal Bergoglio con los dos gobiernos kirchneristas.

El Papa seguirá atento a su país y a su Iglesia. Poli es el mejor ejemplo en ese sentido. El cristinismo ha hecho pública, para peor, su decisión inverosímil de adueñarse del Pontífice. Ese esfuerzo resulta inútil cuando se contrastan las enardecidas declaraciones de Conti, propias de un rampante estalinismo, y las del arzobispo Poli. Hay algo entre el país cristinista y la Iglesia del papa Bergoglio que aleja a esos dos mundos casi definitivamente..

Okupas culturales y piquete tuerca
Por Pablo Sirvén | LA NACION
Twitter: @psirven


Al fin fue liberada la Sala Alberdi, pero fue ocupada casi al mismo tiempo una buena parte de las avenidas Figueroa Alcorta y Libertador, y la calle Tagle como circuito de la carrera del Súper TC 2000 que tiene lugar en estas horas. Una gran paradoja.

Ambos contrastantes temas conviven en las primeras planas de los diarios, en la TV y en los sitios de Internet. Y las aguas volvieron a dividirse en materia de críticas y adhesiones.

Un mismo gobierno, el de la ciudad de Buenos Aires, fue víctima en el primer caso de la desaprensión de artistas "con facas y bombas molotov", como los describió Mauricio Macri, y en el segundo es el gran artífice de poner patas arriba una zona neurálgica de la ciudad durante veinte días o más.

La excusa es generar un evento que atraiga cerca de un millón de personas, como el año pasado, aunque esta vez no cuente, por razones obvias, como entonces, con la bendición de los autos participantes por parte de Jorge Bergoglio, ahora papa y totalmente tomado en estas horas por las sucesivas ceremonias de Semana Santa.

Como un resabio residual del asambleismo que emergió con la crisis de 2001, la Sala Alberdi, reducto del Cultural San Martín, de muy escasa significación en sus logros, fue puesta en involuntario cautiverio en nombre de la defensa de lo público, por más que quienes se apropiaron de ese espacio, lo privatizaron de hecho en pos de sus reducidas y radicalizadas aspiraciones.

Funcionales al kirchnerismo, que hostiga en todos los frentes y de todas las maneras posibles, al gobierno porteño, los okupas eternizaron su toma, alentados por cierta anomia policial y judicial que, mirando para otro lado, o estirando lo más posible la resolución del conflicto, sólo lograron poner una vez más en cuestión la gobernabilidad de la principal ciudad argentina.

Provocaron un crescendo que dejó devastada, tras su liberación, la sala tomada y que extendió los daños y los acampes a otras partes del complejo cultural.

El movimiento okupa -que define a aquellos que se instalan en inmuebles ajenos, por lo general abandonados, que hacen suyos- surgió hacia fines de los años 60 en Gran Bretaña. En origen, fue una expresión contracultural de hippies y punk. Pero con el tiempo, y en su paso a otros continentes, los okupas, sin perder su sesgo rebelde, adquirieron un tono más social, político y combativo.

Los okupas del Alberdi tuvieron en los "artistas alternativos" de Rosario su más lejano antecedente, al tomar, en 1996, los viejos galpones ferroviarios que hay al borde del río Paraná en esa ciudad. Y la tendencia se generalizó cuando la crisis nos sumergió en el abismo de 2001.

El piquete -corte de calles o rutas por un grupo de personas-, fenómeno más típicamente argentino, tuvo su bautismo de fuego con los cortes de la ruta nacional 22 y las pobladas de Cutral Có y Plaza Huincul, en abril de 1997, contra los despidos de trabajadores de YPF, cuya privatización, dos años más tarde, avalaron y aplaudieron menemistas y futuros kirchneristas, que la volvieron a estatizar en 2012.

El piqueterismo podría haber sido algo excepcional y pasajero, pero terminó generalizándose durante el gobierno de Fernando de la Rúa, que no supo detenerlo y lo dejó avanzar. Durante el kirchnerismo este tipo de medida de fuerza adquiere su máxima intensidad al no encontrar el más mínimo freno, lo que convirtió al tránsito en un caos permanente y rehén de las protestas más disímiles. Hoy son varias las organizaciones sociales que utilizan habitualmente ese tipo de extenuante medida de fuerza.

En 2010 la Ciudad había denegado al gobierno nacional la posibilidad de desplegar la muestra Tecnópolis, precisamente en ese tramo de la avenida Figueroa Alcorta, hoy convertido en autódromo, con un argumento racional: que iba a colapsar el tránsito.

Ahora las mismas autoridades no han tenido el menor reparo en reducir las manos de esa arteria y de Libertador por el despliegue de las defensas de cemento, tribunas, carpas y los trabajos de repavimentación. A eso se suma el corte total, la polución sonora por el rugido de los motores, la eventualidad de accidentes, y las previsibles huellas que quedarán por la fricción de los neumáticos en maniobras bruscas y la pérdida de aceites y de otros fluidos. Baños sanitarios, puestos de comidas al paso y muchedumbres que van y vienen deterioran los parques y resienten la paz de barrios residenciales.

Mientras tienen lugar todos estos trastornos, que tardarán varios días en ser removidos, sólo para dar un rato de emoción al público tuerca, en el Cultural San Martín se restañan las heridas profundas dejadas por los incidentes. Su directora, Gabriela Ricardes, anunció por la Once Diez que habrá una "apertura paulatina" a partir del sábado próximo, en tanto se reparan vidrios, se hacen peritajes sobre las obras de arte dañadas y se limpia la suciedad que dejó el acampe.

Gobernar también es ser coherente y respetar la convivencia entre todos sin alterar la normalidad. Si los que mandan toman espacios públicos para realizar eventos que no hacen a su tarea esencial, el ejemplo hacia abajo es pésimo y fomenta su imitación.

Cristina y Scioli, en su capítulo final
POR EDUARDO VAN DER KOOY | Clarín


Guillermo Moreno, La Cámpora, Daniel Scioli. En torno a esos tres apellidos parece girar ahora en la Argentina la realidad del poder. El supersecretario y la organización que evoca al presidente de 49 días son las únicas estrellas que mantienen brillo permanente en el firmamento político de Cristina Fernández. El gobernador de Buenos Aires, por designio cristinista, se está convirtiendo en rival irreconciliable, afincado dentro de una geografía que la Presidenta ha decidido relegar: el peronismo. Detrás de todos esos movimientos, por supuesto, se levantan dos telones. Las primarias de agosto y las legislativas de octubre; también la sucesión del 2015.

Cristina siempre termina recurriendo a Moreno cuando la economía la empieza a atormentar. Es un reflejo que, en alguna medida, heredó de Néstor Kirchner. Pero, a diferencia de él, suele aceptar sus recetas hechiceras casi sin objeciones. Otra cosa sucede con Axel Kicillof y Hernán Lorenzino, que encuentran a una Presidenta refractaria no bien le arriman opiniones sobre la economía cotidiana.

El supersecretario le quitó una angustia a Cristina la última semana. Desterró la incertidumbre sobre el día 61 cuando debía cesar el congelamiento de los precios.

La trasladó ahora al día 121 con la extensión del acuerdo sellado con las cadenas de supermercados. La Súpercard, que convino con esos comercios para intentar establecer una competencia con las tarjetas bancarias, fue la hojarasca imprescindible para hacer más atractivo un paisaje desangelado. Aquel congelamiento implicó, con sencillez, patear la posibilidad de alguna solución para más adelante.

Moreno también hace su aporte para enriquecer el relato C-K. Se vuelve a hablar de congelamiento sin ninguna referencia de precios. Se bate el parche sobre el supuesto éxito de los primeros 60 días, pero el propio INDEC informó que la suba de precios en los alimentos resultó en febrero superior a la de enero y diciembre pasado.

La ficción se estrella invariablemente contra la realidad: al hablar del conflicto docente en Buenos Aires la ministra de Educación, Nora De Lucía, afirmó que la inflación que toma la Provincia para cotejar la evolución de las escalas salariales trepa al 152%. Sería el acumulado de los casi 6 años que Scioli lleva en la administración bonaerense. Los datos surgen del índice que mide mensualmente Santa Fe.

El manejo rústico que Moreno hace sobre el problema inflacionario no difiere en mucho del de la política cambiaria. El año pasado inventó el cepo al dólar cuando arreciaba la fuga de capitales. Esa fuga mermó aunque está lejos de detenerse.

El gasto público y el déficit fiscal, en cambio, continúan en ascenso.

El supersecretario sugirió entonces aumentar la presión sobre el gasto con tarjetas en el exterior. Pero llegó a la conclusión de que tampoco resulta suficiente. Con un llamado por teléfono liberó la venta de 1.800.000 toneladas de maíz que le reportarían al Estado US$ 1.100 millones de dólares. Ricardo Echegaray lanzó desde la AFIP una moratoria que apunta a reforzar el colchón cada vez más escuálido de fondos que dispone el Gobierno. Moreno afinca su esperanza en otra cosa: entre abril y mayo deberían liquidarse 5 millones de toneladas de soja, que implicarían un ingreso importante para las arcas estatales.

“Así podremos llegar con cierta holgura hasta octubre”, le prometió a la Presidenta. Habrá que ver. La cosecha de soja, según los especialistas, tendría en América latina este año un excedente de alrededor de 30 millones de toneladas. No por la cosecha en nuestro país, menor a la pronosticada, sino por el aporte, sobre todo, de Brasil y Paraguay. No pareciera un buen horizonte para un comoditie cuya cotización mundial se viene depreciando.

Moreno provoca otro fenómeno ajeno a la economía. Desprecia en la intimidad –nunca en público– a La Cámpora pero los camporistas lo viven venerando. Podría haber en ambos razones de conveniencia: saben que son ahora para Cristina piezas irreemplazables en su ajedrez del poder. La Cámpora gana presencia en el Estado y es la fuerza activa que posee la Presidenta para hostilizar a sus adversarios.

Hubo la semana pasada varios episodios que reforzaron esa impresión. Cristina montó un acto en Ezeiza nada más que para ensalzar la gestión del camporista Mariano Recalde al frente de Aerolíneas Argentinas. Su administración había sido cuestionada por el empresario Eduardo Erunekián, titular de Aeropuertos 2000. A esa concesión le echó el ojo hace rato La Cámpora. Otra señal fue la designación de Norberto Berner en la Secretaría de Comunicaciones. Un abogado, militante de la agrupación HIJOS, que tiene el padrinazgo compartido por Kicillof y el diputado Eduardo De Pedro. No hay ninguna área de Gobierno que no tenga presencia camporista en puestos clave.

Aunque los playones estratégicos estarían en Economía, Planificación (Energía) y Justicia.

Sería improcedente cuestionar a esos dirigentes por su militancia o su juventud. La política y el Estado, al contrario, claman por una renovación. El auténtico problema radicaría en el papel que esos camporistas han venido desempeñando desde que afloraron con nitidez en el cartel público. Cristina habló sobre Aerolíneas como un caso de buena gestión. Es probable que la empresa aérea haya mejorado un servicio que hasta hace poco era una calamidad. Pero lo habría logrado causando una pérdida de US$ 3.100 millones desde el 2008. Su flota, pese a que incorporó unidades de Embraer (aeronáutica brasileña), continúa siendo una de las más antiguas de América latina. También sobresale la estructura burocrática. Desde la llegada de Recalde se incorporaron cerca de 2.600 empleados en cargos de alto rango. Un detalle adicional: la estatización de Aerolíneas, cinco años después de votada, no se formalizó en términos jurídicos. Es decir, no existe posibilidad de fiscalización ni sobre sus fondos ni sobre su gestión.

Kicillof fue uno de los entusiastas impulsores de la expropiación de YPF para hallarle salida a la crisis energética.

Esa salida no se avizora.

La maniobra política para recuperar la empresa, además, condujo en forma progresiva a su descapitalización. Valía entonces US$ 18.000 millones; cotiza ahora US$ 3.200 millones.

Tal vez no serían los números el fuerte de los dirigentes camporistas. ¿El Derecho, sí? Los hechos tampoco lo demostrarían. Desde que coparon el Ministerio de Justicia, con el secretario Julián Alvarez, el Estado no paró de perder litigios. Más que eso. Hubo casos de llamativa mala praxis judicial. Por ejemplo, el decreto con el que se pretendió expropiar el predio de la Sociedad Rural. O aquella ley excepcional sobre el per saltum que no contempló la posibilidad de actuar también de la parte favorecida en un fallo de primera instancia. Fue lo que ocurrió con La ley de medios y que desató la batalla actual contra la Corte Suprema.

¿Sería Berner un entendido en telecomunicaciones? Nadie lo sabe. La lupa sobre el nuevo secretario está ahora colocada en otro flanco: como inspector General de Justicia bloqueó el acceso documental a todas las causas de corrupción. Sobre todo, la del escándalo Ciccone que embreta a Amado Boudou. La duda anticipada radica en aspectos de su conducta, no en la capacidad de gestión.

Los camporistas confabulan contra Daniel Peralta en Santa Cruz. La semana pasada sumaron su boicot contra el mandatario de La Rioja, Luis Beder Herrera. Pero sus principales baterías las destinan para desquiciar a Scioli. En esa acción cuentan con la solidaridad del cristinismo rancio y puro.

Nada de lo que hacen todos ellos carece de la venia de Cristina. El gobernador de Buenos Aires se terminó de convencer que es así aunque en sus declaraciones diga lo contrario. Su relación con los Kirchner respondió siempre a conveniencias y necesidades políticas mutuas, aunque con el ex presidente terminó por enlazar una amistad. Con la Presidenta nunca, porque ella siempre lo consideró muy poco desde su altanería.

A ese abismo personal se añadieron las diferencias políticas.

Cristina descree de la lealtad declamada por Scioli. Le irrita su estilo jabonoso y la decisión de no sumarse hasta el final a todas las batallas que libra ella. Sucedió con el campo, sucede con los medios de comunicación no adictos. Se empeña para no desairar a nadie. El gobernador elogiaba a Francisco, el Papa, mientras la Presidenta trataba de reencontrar la ruta luego del despiste inicial.

El problema mayor ahora no sería ninguno de esos. Lo sería, sin embargo, la forma en que el peronismo no kirchnerista y núcleos de la oposición observan al sciolismo como ariete para octubre y al gobernador como posible sucesor. Varias cartas en Buenos Aires andan por el aire. ¿Negociación con Francisco De Narváez? “Diálogo pero no negociación”, se atajan los sciolistas. En cualquier caso, José Scioli, hermano del mandatario, podría ser candidato en la lista del diputado del PJ disidente. ¿Y Sergio Massa? Nadie sabe qué hará. El intendente de Tigre habría aprovechado su viaje a Miami para recoger opiniones de una consultora estadounidense que suele asesorarlo.

Ante ese panorama Cristina se aferra a su popularidad en el conurbano y a la postulación de Alicia Kirchner para pelear en octubre Buenos Aires. Se comprende por qué razón el derrumbe de Scioli sería una prioridad. El largo conflicto docente ayudaría a ese objetivo. El gobernador está cansado y dispuesto a resistir.

Jamás a romper. La Presidenta tampoco quiere asomar como causante de una fractura y una crisis. Simulan.

Pero la última sintonía política entre ellos parece definitivamente rota.