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País

La mirada de los analistas

La opinión calificada de los analistas de la realidad del país y el mundo en los más prestigiosos medios gráficos de la Argentina.

30/06/2013

Política de tierra arrasada
Por Joaquín Morales Solá | LA NACION


El asedio al Poder Judicial es, al mismo tiempo, un diagnóstico y un pronóstico. Cristina Kirchner está reconociendo, sin quererlo tal vez, que es una política derrotada de antemano. Derrotada, al menos, en los grandes distritos del país, sobre todo en la provincia de Buenos Aires. La persecución a los jueces es una ruptura más profunda aún con los sectores medios de la sociedad, sensibilizados últimamente por el desastre institucional.

Ya ni la ilusión de una improbable reelección parece atrapar a Cristina. El presagio consiste en que le aguardan al país dos años, gane o pierda la Presidenta, de sucesivas crisis políticas bajo una estrategia de tierra arrasada. La venganza o el resentimiento sucederán a la victoria o a la derrota.

Cristina cree que todavía puede cambiar la opinión social. No se explica de otra manera que le esté haciendo a Sergio Massa el enorme favor de instalarlo como el político que más detesta. Es el santo y seña que necesita el antikichnerismo para acudir en apresurado apoyo de Massa. Ya le pasó a Néstor Kirchner, en 2009, cuando lo hizo perseguir judicialmente a Francisco de Narváez; éste duplicó su caudal de votos en pocas semanas. A Massa le viene bien esa ayuda inconsciente del cristinismo porque De Narváez está tratando de instalarlo como un candidato muleto del oficialismo.

Es imposible imaginar a Massa como un político consentido por Cristina. Tampoco él ha hecho nada para buscar el beneplácito presidencial. Confeccionó una lista de candidatos decididos a derrotar a la oficialista, llena de cristinistas fanáticos, como Carlos Kunkel, Diana Conti o Carlos "Cuto" Moreno. Estos son el corazón de lo que queda de un oficialismo cada vez más sesgado. Conforman a la Presidenta, pero tienen más talento para expulsar votantes que para atraerlos.

Es posible, sin embargo, explicar la desesperación presidencial y la de De Narváez. Varias encuestas hechas la semana pasada indican que Massa está a unos diez puntos por encima de Cristina (de Martín Insaurralde está mucho más lejos) y que relegó a De Narváez a un tercer y lejano puesto. Casi todos los encuestadores están seguros de que Massa ganará con una ventaja de, por lo menos, entre 4 y 6 puntos. ¿Solución? Está en el primer capítulo del manual kirchnerista: el apriete a los punteros bonaerenses del massimo, que ya empezó. El fenómeno político de Massa es él, no los punteros. Pero no hay un segundo capítulo kirchnerista para resolver estos conflictos. Todo se consume en la presión y el apriete. Aunque Massa prefiere una estrategia de moderación, tarde o temprano la Presidenta lo obligará a subir al ring. A pelear cara a cara con ella. El kirchnerismo, en ninguna de sus versiones, jamás dejó crecer ninguna semilla de moderación.

Ser inmoderados es una cosa. Otra cosa, mucho más grave, es el acoso a la Corte Suprema, porque significa el desbordamiento de un estilo político y la ruptura en los hechos del orden político y constitucional. En el pasado fin de semana largo, el presidente de la Corte, Ricardo Lorenzetti, se enteró en su natal Rafaela, en Santa Fe, que la AFIP había ordenado desde Buenos Aires el análisis meticuloso de todas sus declaraciones juradas, las de sus dos hijos (sobre todo, la del mayor, un abogado de 29 años que se puso al frente del estudio jurídico familiar) y del director general de administración de la Corte, Héctor Marchi, también de Rafaela. Lorenzetti presentó en Rafaela sus declaraciones juradas impositivas desde 1980. Nunca antes, aseguran a su lado, había tenido ninguna sospecha ni alerta de pesquisas impositivas sobre su persona.

El lunes volvió preocupado a su despacho. El caso exponía una persecución personal que iba más allá de cualquier vaticinio previo a la resolución del tribunal que derrumbó la reforma cristinista al Consejo de la Magistratura. La Corte había hecho una evaluación de las consecuencias de esa decisión, pero se esperaban respuestas políticas, no personales. El martes, Lorenzetti contó la novedad al resto de los jueces de la Corte. Sus colegas le pidieron que hiciera una advertencia directa a la Presidenta, porque el caso podía terminar en un mayúsculo escándalo institucional. Nadie sabe, cerca de los jueces, si Cristina atendió ese teléfono.

Seguramente no, porque prefirió encerrase en sus fobias, que es lo que suele hacer cada vez que está furiosa. Dos funcionarios de la Corte (Marchi, entre ellos) visitaron el miércoles a altos funcionarios de la AFIP para averiguar sobre la versión que había recibido Lorenzetti. Les fue confirmada verbalmente.

La Corte recibió otra información, además. Un equipo especial de inspectores de la AFIP trabaja exclusivamente en tareas de persecución política, de venganzas personales y de seguimiento a enemigos potenciales o reales. Los jueces conocen el nombre de su jefe. Este equipo es el que libró la orden de hurgar en las declaraciones juradas de Lorenzetti poco después de que la Corte tumbara la parte sustancial de la reforma judicial. El secreto fiscal, al que el Estado está obligado por la ley, es una garantía que murió en este país.

El Gobierno no considera necesario ni siquiera el disimulo. Dos días después de que trascendiera la persecución a Lorenzetti, el ultracristinista Kunkel presentó un proyecto por el que el Consejo de la Magistratura se llevará todos los recursos del Poder Judicial. El viejo acuerdo entre la Presidenta y Lorenzetti fue barrido de un solo golpe. Cristina dio su palabra asegurando que los recursos de la Justicia seguirían bajo administración de la Corte cuando los máximos jueces del país le anunciaron que, en caso contrario, renunciarían en bloque. La Presidenta ha olvidado también el valor que debe tener la palabra en boca de un político.

El asunto es más complejo de lo que parece. Según la Constitución, es la Magistratura, en efecto, la que debe administrar esos recursos. Pero el Consejo es un organismo político, donde prevalece la voluntad de la mayoría provisional. Esa condición le impide muchas veces tomar cruciales y rápidas decisiones administrativas. Por eso, hace varios años, firmó un convenio con la Corte por el que le transfirió a ésta la administración del dinero del Poder Judicial. Es la política que ahora quiere destruir Cristina por medio de sus diputados. Si triunfaran, en adelante los jueces de la Corte no podrán cobrar ni sus sueldos. Es difícil que triunfen: ese asunto ya fue tratado con la reforma judicial, y el Congreso no puede tramitar una misma cuestión dos veces en un mismo año parlamentario. Pero, ¿importan al cristinismo esos obstáculos legales? No, según su radicalizada deriva autoritaria. La Corte no se salvó ni siquiera de una manifestación de jueces, tan pocos como increíbles, mezclados con organizaciones políticas kirchneristas. Hasta incluyeron teatralizaciones ofensivas y discriminatorias de los jueces de la Corte. Con el inverosímil festejo de otros jueces. Son las fracturas que consigue el cristinismo.

Otra parte del proyecto de Kunkel no tiene raíz constitucional. Es la que transfiere al Consejo el manejo del personal: la incorporación, los ascensos y las medidas disciplinarias de los empleados judiciales. Son facultades significativas para el poder de la Corte. El proyecto de Kunkel elimina de la ley, incluso, el porcentaje del presupuesto judicial que le corresponde a la propia Corte. La penuria económica es la condena, el mismo castigo que el kirchnerismo les asestó siempre a todos sus enemigos. Sólo una estirpe tan vorazmente interesada en el dinero puede suponer que la falta de dinero es el más salvaje escarmiento.

Entre tantos desquicios institucionales, algo sucede este domingo dentro de esta página. Es la última que compartiremos con Mariano Grondona, que seguirá escribiendo en LA NACION. Durante dieciséis años, que es el tiempo que convivimos en esta sección dominical, los dos respetamos sanamente nuestra independencia de criterios y nuestras respectivas formaciones profesionales. Los artículos de Mariano Grondona expresan siempre una inusual mezcla de periodismo y solvencia intelectual. A partir del próximo domingo, compartiré esta página con un querido y admirado periodista, Jorge Fernández Díaz, que es también uno de los mejores escritores de la Argentina actual.

Los números de la democracia
Por Mariano Grondona | LA NACION


Se acerca inexorablemente un momento en que la democracia se traduce en números, acordándoles a unos la victoria y relegando a otros al llano. Es el momento aritmético de la democracia. Si recordamos que el filósofo presocrático Pitágoras sostenía que la realidad, en su esencia, consiste en los números y sus infinitas combinaciones, también tendríamos que reconocer que nuestras opiniones, en definitiva, cuentan porque se cuentan . Los que demuestran ser "más", ganan y obtienen, por un plazo, el poder. Los perdedores quedan en la oposición, esperando su turno.

En aquellas ocasiones en que impera la normalidad democrática, la determinación de quiénes ganan y quiénes pierden ocurre cíclicamente, según lo hizo notar Jorge Luis Borges en aquel poema donde decía " lo supieron los arduos alumnos de Pitágoras, los astros y los hombres vuelven cíclica mente ". La democracia sería tanto más perfecta o, mejor, sería tanto menos imperfecta (la perfección está vedada a los hombres) en la medida en que sus ciclos resultaran regulares, tan regulares como las estaciones del año.

Por lo menos en el papel, así ocurre entre nosotros. Como estamos a comienzos del mes de julio, el calendario electoral nos va llevando como de la mano a las elecciones intermedias que ocurrirán el próximo 27 de octubre. En las anteriores elecciones de 2011, que no fueron intermedias sino "finales", "presidenciales", la amplia victoria de la Presidenta produjo un gran impacto por su rotunda cifra del 54 por ciento, que llenó de euforia el Gobierno y que abatió en el desánimo, del cual aún no ha salido, a la oposición.

La pregunta que deberemos responder los argentinos el 27 de octubre es, entonces, ésta: ¿podrá conservar este gobierno, de aquí a pocos meses, el alto porcentaje que obtuvo hace dos años? Y si llega a ganar otra vez en 2013, ¿se conformará con cumplir su segundo ciclo constitucional de gobierno, que culmina en 2015, o pretenderá forzar un tercer ciclo, no previsto en la Constitución, al que casi todos llamamos la re-reelección ? Y si al contrario llega a perder en 2013, ¿se precipitará el Gobierno en el desmoronamiento político o conseguirá asegurar una transición ordenada en beneficio de aquellos destinados a sucederlo?

La respuesta a esta pregunta dependerá de otra, quizá más profunda: la presidenta Kirchner, ¿es en resumidas cuentas autoritaria o republicana ? ¿Coincide su ambición con el espíritu republicano de nuestra Constitución o ella es, en el fondo, una autócrata que se quedaría con un poder sin límites en el tiempo si la dejaran? La república es un sistema político en virtud del cual ni los gobernantes ni los opositores deben pretender un poder sin plazos . ¿Es ésta la vocación auténtica de Cristina? ¿O, mirada desde la democracia, Cristina la finge pero no la siente ?

"Por sus frutos los conoceréis", advierte el Evangelio. Aquellos que desconfían de la supuesta intención democrática de la Presidenta utilizan este fuerte argumento: que si fuera verdaderamente republicana, ya le estaría dando curso a la competencia entre los que aspiran a sucederla. El poder de Cristina, empero, es cada día más cerrado, más absoluto. A su lado nadie se atreve ni siquiera a chistar. ¿Es ésta la manera de preparar una sucesión "republicana"? Al aferrarse al poder hasta el último minuto, ¿anticipa acaso Cristina la voluntad de abandonarlo dentro de muy poco tiempo? Una presidenta que no delega ni una pizca de su poder pese a que el tiempo corre, ¿en verdad está dispuesta a dejarlo?

El argumento de aquellos que aplauden esta indefinición presidencial es que, si Cristina anticipara hoy su decisión de bajarse de la presidencia en 2015, empezaría a sufrir desde ahora el conocido síntoma del pato rengo que afecta a los presidentes débiles. ¿Por qué, sin embargo, a los presidentes latinoamericanos que en Brasil, Uruguay o Chile han cumplido sin temblores con sus plazos, este tan temido síntoma no los afectó? ¿Será porque previamente no habían dejado traslucir intenciones continuistas? En quienes no permiten que se sospechen este tipo de intenciones, el clima que rodea a una sucesión presidencial es, digamos, "normal". El clima se altera, por lo contrario, cuando el presidente saliente ha revelado intenciones continuistas que iban más allá de la Constitución. Si Cristina se allanara al fin a cumplir su plazo constitucional en 2015, ¿no lo interpretarían ahora tanto sus seguidores como sus adversarios como la confesión de una derrota? En este caso y sólo en este caso correspondería aplicarle la hipótesis del "pato rengo" a una gobernante porque ella, a todas luces, aspiraba a más.

Hay que notar, en este sentido, que coexisten en la Argentina dos ritmos políticos. Uno, el que ha trasuntado la propia Presidenta, es un ritmo monocorde y unitario a través del cual se expresa una única voluntad de poder. Según este ritmo, que ya se había manifestado en Santa Cruz antes de arribar a Buenos Aires, la política sería binaria , reduciéndose a una opción por el sí o por el no a los Kirchner. Pero este reduccionismo no corresponde al esquema republicano de nuestra Constitución, que hizo eclosión esta semana, al mismo tiempo, en el impetuoso florecimiento de cientos de listas de candidatos todo a lo largo del territorio nacional. En este contraste entre dos escenarios políticos, uno solitario y multitudinario el otro, ¿por dónde asoma la república democrática?

Quizás habría que señalar aquí que entre nosotros los argentinos conviven dos generaciones . Una, más entrada en años, lo vivió todo, desde el militarismo hasta la guerrilla, y una sucesión que parecía interminable de golpes de Estado seguidos por restauraciones democráticas. A aquellos que hemos atravesado estos vertiginosos vaivenes, la calma institucional que hoy se vive en el país nos parece un milagro. A la otra generación, que acaba de cumplir los cuarenta años y que conoció el ejercicio continuado de la democracia desde 1983, la paz institucional de la que hoy gozamos los argentinos no le parece, al contrario, sorprendente.

La generación de los "viejos" cometimos innumerables errores. Nos queda el consuelo de pensar que los aciertos de hoy quizás sean el fruto de los errores de ayer. Sólo aspiramos que a la generación de los jóvenes no la afecte también la temible "ley del olvido". Entre 1810 y l852, la Argentina inicial vivió en guerra civil. Pero este desgarramiento interior también le enseñó a valorar la convivencia. A partir de entonces, con el Acuerdo de San Nicolás y la Constitución de 1853, aprendimos a convivir. Por ochenta años, como consecuencia, fuimos la nación más progresista de la Tierra. ¡La letra con sangre entra! Desde el golpe militar de 1930 en adelante, empero, los argentinos volvimos a las andadas. Esta es la otra lección de nuestra historia: lo que trabajosamente construye el aprendizaje, en un instante el olvido lo puede borrar. Estamos sometidos, por lo visto, a un doble proceso. En las malas, aprendemos. En las buenas, nos olvidamos. E incluso hoy mismo, cuando podemos felicitarnos por los treinta años consecutivos de aprendizaje democrático que antes nunca habíamos alcanzado -el ré cord anterior sólo llegó a los 18 años, entre la ley Sáenz Peña de 1912 hasta el golpe de l930- también tenemos que incluir en el "debe" de este balance parcialmente positivo el escandaloso avance de la pobreza. No podríamos olvidar en este apretado resumen, así, lo que dijo el benemérito papa anterior a Francisco: que en un país tan rico como la Argentina, la pobreza es un "escándalo".

La irrupción política de los intendentes
POR EDUARDO VAN DER KOOY | CLARIN


Asoma un cambio político estructural en el peronismo que tendría sus primeras manifestaciones en Buenos Aires. Aquel cambio obedecería a una extraña combinación entre el vacío y la virtud: la ausencia de dirigentes ponderados en la línea de vanguardia parece estar dando paso a una segunda línea que, durante el ciclo kirchnerista, supo combinar gestión y legitimidad electoral con construcción de poder. Para salir del hermetismo teórico se puede concluir algo: los intendentes prometen adquirir gran relevancia en desmedro de la dirigencia peronista tradicional. Hay una liga de jefes municipales que se insinúa en el horizonte del PJ con mayores posibilidades que la histórica liga de gobernadores.

Bastaría para entenderlo con desmenuzar la forma en que fueron compuestas las listas de candidatos que, con distinta identidad, representarán al peronismo. Sergio Massa lidera el Frente Renovador lanzado desde la intendencia de Tigre. Darío Giustozzi es su principal acompañante potenciado desde la municipalidad de Almirante Brown. En ese espacio político se pasean, entre muchos, Gustavo Posse, de San Isidro; Jorge Macri, de Vicente López y Jesús Cariglino, de Malvinas Argentinas.

Cristina Fernández sacrificó a Alicia Kirchner por dos razones. Su pobre valuación en las encuestas y la necesidad de dar respuesta, además, a la nueva realidad que se vislumbra en el sistema político bonaerense. Martín Insaurralde, el elegido para encabezar la lista K, no posee mejor puntuación electoral que la ministra de Desarrollo Social. Pero es intendente de Lomas de Zamora, forma parte de los dirigentes de la nueva generación de esta década y se liga, como una bisagra, con la maquinaria de varios de los viejos barones. La Presidenta aguardó la certeza de la irrupción de Massa para replicar con una moneda parecida. Insaurralde reúne para el paladar presidencial otra ventaja: es peronista cristinista, protegido bajo el ala de Amado Boudou. Aun en su tiempo de larga desventura, el vicepresidente no deja de ejercer influencia.

La construcción de Francisco De Narváez, por su parte, pareciera menos ceñida a esa lógica. No es que carezca del respaldo de algunos intendentes bonaerenses. Pero su alianza principal prefirió tejerla, con mucha antelación, con el sindicalismo de Hugo Moyano y parte del peronismo disidente.

El cambio político cualitativo en ciernes podría ser incluso de mayor dimensión. Excedería a la puja en Buenos Aires. Aunque reste todavía un extenso y árido camino por transitar.

La liga de intendentes no circunscribe su pensamiento de poder sólo a la Provincia.

Hay proyectos que apuntarían, a futuro, a la gobernación, como el de Insaurralde. Pero hay otros que enfocan sin escalas a la Presidencia en el 2015. Sería el caso de Massa.

La persecución de ambos objetivos, en tan poco tiempo, sería posible también gracias a la defección y el desgaste de los caudillos peronistas tradicionales. El último mandatario provincial en 30 años de democracia que llegó a la gobernación desde una intendencia (Lomas de Zamora) fue Eduardo Duhalde. Pero su verdadero trampolín resultó la vicepresidencia junto a Carlos Menem y su colectivo de barones. Hasta ahora pareció impensado que desde un simple municipio pudiera trazarse una carrera presidencial. Massa amaga con subirse a esa competencia. ¿Méritos? Los debe tener. Pero lo favorece el desierto dejado por los actores de otra época.

¿Cuántos gobernadores peronistas estarían con posibilidades de pelear por el 2015?

Tal vez Daniel Scioli, aunque haya quedado magullado después de su controvertida participación en el cierre de las listas. Duhalde lo comparó, sin proporciones, con Nelson Mandela por su inclaudicable afán conciliador. Otros, menos compasivos, también lo equiparan con el gran líder sudafricano. Porque se acercaría a su ocaso. El gobernador de Buenos Aires carga con otra adversidad: ha quedado rehén del cristinismo y ese cristinismo jamás lo querría como sucesor. Salvo para una derrota segura.

Algunos de los demás mandatarios provinciales (Sergio Uribarri, de Entre Ríos; Jorge Capitanich, de Chaco o Juan Manuel Urtubey, de Salta) podrían arriesgarse si contaran únicamente con la bendición de Cristina. Ese supuesto encerraría, al menos, dos peligros: el condicionamiento férreo de la Presidenta; el aval de una líder declinante en la consideración popular.

Aquel trastocamiento del orden político natural obedece a varias razones. Pero existiría una, quizá, central: los gobernadores se han dedicado demasiado tiempo a la conservación de su poder, apelando a cualquier artilugio sólo para permanecer.

Nunca se animaron a expandirlo por el temor a los Kirchner y por la dependencia financiera del Gobierno central. Varios de los nuevos intendentes bonaerenses, en cambio, supieron en los tiempos de bonanza económica generar recursos propios. Y mantener una proximidad con las demandas sociales de las cuales los mandatarios provinciales, atraídos por juegos más grandes, casi siempre se alejaron.

La fortaleza de Massa, amén de su figura, descansa en los intendentes. Algunos de ellos tienen influencia, incluso, más allá de sus distritos. Giustozzi derrama en Esteban Echeverría y en la misma Lomas de Zamora, tierra de Insaurralde. Como el intendente de Tigre lo hace en San Fernando y San Martín. Detrás de ese beneficio el jefe municipal de Almirante Brown oculta un problema discursivo. Tiende a ser concesivo con el kirchnerismo en una campaña que augura una severa polarización.

Los primeros escozores atravesaron al massismo. Ocurre que entre Massa y Giustozzi existió un debate antes de la salida al ruedo. El intendente de Almirante Brown siempre comulgó con el lanzamiento de su colega de Tigre. Aunque prefería que lo hiciera dentro del FPV para plantearle una lucha directa al cristinismo. Massa lo convenció de que esa variante corría el riesgo de diluir al Frente Renovador como una alternativa ante el grueso de la sociedad. También planteó el albur de competir dentro de un aparato timoneado por el ultracristinismo. Giustozzi comprendió, aunque la heterogeneidad del mensaje no desapareció en las filas del massismo. Esa cautela se hilvanó con la postura de Ignacio de Mendiguren. Pero pareció sufrir un desaire ante la firmeza de Felipe Solá contra el Gobierno o los malos presagios del actor Fabián Gianola, que dijo que el país se encamina hacia una dictadura.

Cristina también recurrió a los intendentes, limitó la angurria de La Cámpora, relegó al Movimiento Evita y marginó a la Kolina, de su cuñada Alicia. Pero su extremo personalismo para decidir sembró igual algunos resquemores importantes. Fernando Espinoza, jefe de La Matanza, se había propuesto no ser ahora candidato. Aspira en el 2015 a luchar por la gobernación. Pero lo tentaron con el cuarto lugar en la lista de diputados.

Lo vivió como una afrenta.

A cambio, la Presidenta incorporó a una joven militante de esa comarca. El intendente de José. C. Paz, Mario Ishii, también se ilusionó con una banca nacional después de su prolongada profesión de fe cristinista. Pero terminó aceptando una senaduría provincial.

Era eso o nada. Varios de los alcaldes optaron por volver a hablar con Scioli, en la pretensión de mantener viva la posibilidad de participar en el proceso sucesorio del 2015. El maltrecho gobernador se sintió vivificado y reflotó el optimismo: supone que el viejo peronismo bonaerense se alinearía con él si después de octubre se extingue el cristinismo y Massa empieza a pisar fuerte. Descree del axioma más mentado: que el PJ corre inexorablemente detrás del ganador.

Los candidatos cristinistas y las campañas, sin embargo, dependerán más de los humores de la Presidenta y las acciones de gobierno que de las estrategias pergeñadas.

¿De qué valdría negar la chance de la re-reelección cuando desde sectores parlamentarios, políticos y judiciales K se trabaja para ella?

La propia titular de Justicia Legítima, María Garrigós de Rébori, reclamó la reforma constitucional y un control rígido para los jueces. Su amiga Carmen Argibay, de la Corte Suprema, está perpleja. No habrá negativa que convenza a la oposición a retirar el tema de la campaña. ¿De qué valdría declamar la democratización de la Justicia cuando todos los días arrecia el embate contra la Corte Suprema que declaró inconstitucional la elección de consejeros?

El objetivo de Cristina es ahora tumbar a Ricardo Lorenzetti de la cima de la Corte. La investigación de la AFIP sobre él no es casualidad. Ni siquiera el subsecretario de Coordinación Técnica del organismo, Guillermo Michel, la pudo negar cuando delegados de Lorenzetti le fueron a preguntar. Es un arma frecuente que ostenta el cristinismo. Julio Grondona, el mandamás de la AFA, le pidió hace semanas a la Presidenta por la deuda del 2012 del Estado con Fútbol para Todos. Junto a una parte de esos fondos fueron los allanamientos del juez Norberto Oyarbide a clubes, futbolistas, dirigentes e intermediarios. Claro, cualquiera se puede hacer un festín con las oscuridades del fútbol. Pero no se trata de explicar eso: se trata de comprender la lógica de los arrebatos presidenciales.

Por esa misma razón el cristinismo volvió con la idea de quitarle a la Corte el manejo de los fondos judiciales. El proyecto presentado en Diputados avanzaría más que eso y sembró sospechas entre los jueces. En su confección habría intervenido algún gran entendedor. Nadie duda en ese universo que Cristina lanzará nuevas batallas. Más allá del triunfo o la derrota que le aguarde en las urnas.

EE.UU. ya recuperó su dinamismo económico
POR JORGE CASTRO


La Reserva Federal (FED) advirtió en las últimas dos semanas que comienza en EE.UU. un ciclo de elevación de las tasas de interés y disminuye (hasta cesar en julio de 2014) la compra de títulos del Tesoro que realiza sistemáticamente desde 2009 por U$S 85.000 millones mensuales, a través de la ampliación de la base monetaria.

Lo que indica el comunicado de la FED (19-06-13) es que la crisis desatada en septiembre de 2008 (Lehman Brothers) en lo esencial ha terminado y que la economía norteamericana -la primera del mundo- surge hondamente renovada y más competitiva que la existente antes de 2007. Por eso se ha producido un vuelco brutal de capitales del mundo emergente hacia EE.UU., con la consiguiente caída de las Bolsas en el mundo (-15% en los últimos 20 días) y un aumento proporcional en los rendimientos de los títulos del Tesoro, mientras sus precios se desplomaban.

Este redireccionamiento de las finanzas globales no se debe a una crisis de confianza desatada en el sistema financiero internacional -como ocurrió en 2011 y 2012 con Italia y España-, sino a la comprobación de que EE.UU.

ha completado el arduo esfuerzo de recuperación que iniciara en 2009 y que, tras haber ampliado una vez más la frontera tecnológica del capitalismo avanzado, vuelve a primer plano de la economía mundial.

Un elemento fundamental de la recuperación estadounidense es el cambio fenomenal provocado en la ecuación energética por la explosión de “shale gas”, que impulsa y sustenta la nueva revolución industrial. La FED prevé una expansión de 2,4% este año, que treparía a 3,2% en 2014, y una desocupación que baja a 7%/6,5% en los próximos 12 meses. La transformación estadounidense se revela en los siguientes datos: la productividad aumentó 0,9% anual en el primer trimestre de este año, con una caída de 4,3% en los costos laborales; la industria manufacturera, que lidera la recuperación, experimentó un incremento de la productividad de todos los factores (PTF) de 3,5%, y una expansión en el producto de 5,3%, acompañada por una asombrosa disminución de los costos laborales, que se hundieron 10,3% y que equivalen a un aumento similar de la competitividad.

La industria manufacturera sufre un problema inverso al de la economía norteamericana: le falta mano de obra suficientemente calificada. Esta es hoy su principal restricción. La Asociación Manufacturera (NAM) señaló que dispone de una demanda insatisfecha de 3 millones de puestos de trabajo, que el mercado se muestra incapaz de cubrir. Hay un desajuste estructural entre oferta y demanda laboral en EE.UU.; y en sentido inverso, un núcleo duro de desocupación (entre 3 y 4 puntos de los niveles actuales), necesariamente de largo plazo y doloroso arraigo.

La ardua recuperación de EE.UU. ha sido al mismo tiempo una gigantesca reestructuración, que ha originado en los últimos 5 años un boom de productividad. La economía de EE.UU. es hoy 20% más productiva de lo que era en 2007; y la punta de lanza de este fenómeno es la industria manufacturera, que incrementó su productividad 34% en este período. Hoy hay 6 millones de trabajadores industriales menos y el producto ha aumentado 30%.

Lo propio de la situación norteamericana es que el incremento de la productividad no ha sido obra de un aumento correlativo de la tasa de inversión.

Al contrario, la relación fondos disponibles/ inversión efectiva en capital fijo o hundido es la más baja desde 1935. Todo el aumento de la eficacia en la producción se ha logrado a través del alza de la productividad de la totalidad de los factores. Es el resultado de la pura innovación. La recuperación estadounidense no es un fenómeno cíclico, sino una tendencia secular de carácter ascendente, necesariamente de largo plazo y alcance global. El comunicado de la Reserva Federal del 19/6 es un acontecimiento mundial.