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Así contaba Franco Macri el secuestro de Mauricio en 1991

Las negociaciones con los secuestradores y los seis millones de dólares del rescate, de aquel secuestro que cambió la historia de ambos.

03/03/2019

En el 2016, Infobae publicó una nota con respecto al secuestro que sufrió el actual presidente de la Nación, Mauricio Macri. Hoy la refrita por la muerte de su padre Franco, quien había contado cómo vivió ese momento.

Buenos Aires, 24 de agosto de 1991, hora 1.15. Mauricio Macri acaba de ser secuestrado. Empieza un calvario de catorce días.

El drama pone a prueba la nunca fácil relación entre Franco, su todopoderoso padre, y Mauricio, su hijo mayor. En una charla ya lejana, Mauricio me dijo:

–Trabajé catorce años con mi padre: puedo soportar cualquier cosa.

En otra charla no tan lejana, Franco me confesó: "No quiero que Mauricio sufra". Se refería a la decisión clave de su hijo: entrar en la política.

La primera confesión significa "temple". La segunda, "amor filial".

Pero la historia de esos dos hombres es mucho más compleja. Franco quiere –italiano al fin, por tradición– que Mauricio tome el bastón de conductor de SOCMA, su holding de empresas: 500 millones de dólares de facturación por año. Pero no hay caso: otros son los planes de Mauricio. Boca, PRO, el timón de la República. Ideas distintas, ambiciones distintas, frecuentes chispazos.

Sin embargo, a las siete de la mañana del mismo 24, cuando Evangelina Bomparola, pareja de Franco, atiende el teléfono, lo despierta, y el gigante de los negocios oye la voz de su hijo ("Viejo, me secuestraron. Hacé todo lo que te pidan. Son profesionales"), se rompe la barrera –o la muralla– que los separa. Franco lo confiesa en una carta abierta: "Después del secuestro, todo cambió". Porque la cuestión es de vida o muerte…

Franco se pone al frente del Operativo Rescate. Oye el pedido: "Seis millones de dólares", además de otras indicaciones no menos precisas: fajos de diez mil, denominaciones no consecutivas, etcétera.

Franco y un grupo de íntimos, entre ellos Nicolás Caputo, amigo del alma de Mauricio, pasan toda una noche contando los billetes y armando los fajos. Según contó el padre en sus memorias, "cuando terminamos, el dinero formaba una pared de un metro de alto y tres de largo".

Seis millones. Netos. Sin intento de negociación. Franco y sus amigos sudan, agotados. Y el mismo Franco sigue al frente de cada paso. Desde las primeras instrucciones, en un rincón de la plaza Alemania, hasta la liberación.

"No permití que nadie se interpusiera en la negociación con sus raptores, una banda de comisarios. Estuve esos 12 días sin dormir y ese hecho, junto con el posterior secuestro de mi hija Florencia, y la muerte de mi hija Sandra fueron los dolores más grandes de mi vida", dijo en esa carta.

Y es cierto. En esos oscuros días, todo cambió. Tensiones, rencores, competencia. Su hijo mayor, el que nació cuando todavía el poder y el dinero eran apenas una fantasía de inmigrante, estaban lejos, él estaba en peligro, y al menos por el momento, el telón había caído sobre el amor y el no amor de esos dos hombres.

No se enfrentó Franco, en esos negros días, a poca cosa: nada menos que a la llamada "Banda de los Comisarios". Pero inteligente, astuto, y también desesperado, le salvó la vida. Simplemente, con dinero. "Lo que menos me importó", me dijo en otra entrevista. En la misma en que volvió a ponerse en pater familias: "Si quiere ser presidente, primero tiene que terminar su gestión como jefe de gobierno de la ciudad". Traducción: "Cuidado con fallar. Sos un Macri".

Se lo esperaba en la asunción de su hijo como Presidente de la República, y estuvo. Discreto, no en primera fila, pero mirándolo como cuando Mauricio era un adolescente y él, un inmigrante que empezó su colosal fortuna como albañil: con ojos que le recordaban "sigo siendo tu padre, y seguís siendo mi hijo mayor: cuidado con lo que hacés". Rara mezcla de apoyo y orden. Genio y figura.

Aquellos seis millones de dólares se multiplicaron hasta casi el infinito. Una anécdota, casi. Pero entre los dos hombres, más allá de sus enconos y sus batallas, todo había cambiado después del secuestro, y lo mejor había renacido. ¿Esa es toda la verdad, sólo la verdad y nada más que la verdad? Sería soberbio y hasta tonto afirmarlo. En todo caso, que en aquellos catorce días, el padre y el hijo se encontraron y se amaron en el territorio más profundo: el del corazón.