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Opinión y Actualidad

Ecuador y Chile, dos alertas para redoblar los esfuerzos en favor de la paz social

El mundo está complicado: llama la atención la apelación a la violencia y que las protestas terminen en enfrentamientos. El rol clave de la Iglesia para pacificar.

21/10/2019

Por Sergio Rubin.

En los últimos días un aumento de la nafta disparó una revuelta en Quito. Otra suba, pero del subte, provocó graves incidentes en Santiago. Y un sector de los separatistas catalanes reaccionó con virulencia ante la condena de un tribunal a los líderes independentistas. A esto deberían agregarse las periódicas protestas con ribetes violentos de los chalecos amarillos en París, por no hablar de las manifestaciones contra el avance del régimen de Beijing en Hong Kong.

No parece novedoso decir que el mundo está complicado. Pero llama la atención la apelación a la violencia. Que las protestas degeneren en violencia. Activistas siempre se cuelan, pero da la impresión de que el fenómeno es más complejo. De todas formas, cabe preguntarse. ¿Y por casa cómo andamos? En principio, mejor porque pese al fragor de la campaña electoral no hubo hasta ahora graves incidentes, comparables con los de otras latitudes.

Acaso lo más sobresaliente en estos lares en materia de conflictividad haya sido el acampe en la avenida 9 de Julio de los llamados piqueteros duros encabezados por el Polo Obrero. Los piqueteros dialoguistas – afines al kirchnerismo – se mostraron bastante tranquilos. En los populosos barrios del gran Buenos Aires tampoco hubo desbordes, más allá de una presión de vecinos frente a algunos supermercados para que les entregaran alimentos y no mucho más.

Con todo, desde la Iglesia se sigue con lupa el discurrir social. La cuestión ya había sido tratada por la cúpula del Episcopado, que encabeza el obispo Oscar Ojea, con el presidente Mauricio Macri, durante una reunión a la que los convocó el mandatario tras las PASO. Quedó claro en aquel momento que para los obispos la prioridad es asegurar la paz social en el delicado tránsito hasta el 10 de diciembre y en el siempre socialmente traumático fin de año.

En ese sentido, la Iglesia no bajó los brazos. En los últimos días, en un inusual video, el obispo Ojea llamó a asumir actitudes que coadyuven a la paz social. "Realmente necesitamos dialogar, acordar y escucharnos para poder preservar la paz social, que es una meta inmediata", subrayó. Y fue más allá: "Por supuesto que preocupa habiendo tantos hermanos nuestros en la calle y con tantas necesidades cualquier incidente que pueda ser fatal", reconoce.

Pero también advirtió sobre el daño de la grieta a la hora de afrontar los problemas del país. "No se puede gobernar en este estado de división social en el que nos encontramos, en este estado de ánimo", afirmó. E insistió con un viejo anhelo de la Iglesia, ahora con la vista en el escenario post electoral: "Los obispos creemos que, cualquiera sea el resultado de las elecciones y a quien le corresponda gobernar, en este momento va a necesitar acuerdos", dijo.

No obstante Ojea no apuntó con su exhortación solo a la dirigencia, a la superesructura, sino también al ciudadano de a pie. "Preocupa en primer lugar el modo de tratarnos, el modo de hablar, el modo de vincularnos entre nosotros, algunos silencios que a veces explotan en actitudes sociales", señaló. A la vez que destacó que una de las misiones de la Iglesia es "ayudar al diálogo" y que así quiere hacerlo tras la finalización del proceso electoral.

Pero puntualizó algunas condiciones para que ese diálogo sea productivo. Recordó lo que decía Pablo VI: "El diálogo debe ser claro, afable, confiado y prudente", y citó también a Francisco: "El tiempo es superior al espacio", "la unidad es superior al conflicto", "la realidad es superior a la idea" y "el todo es superior a la parte".

Concluyó: "El diálogo es un desafío enorme porque se requiere un cambio de perspectiva y un ponerse como dice el Papa 'un escaloncito más arriba' para poder privilegiar y priorizar que es lo más importante y que es lo secundario". Esa actitud de magnanimidad es la que se espera de los ganadores de las elecciones, como también la generosidad de los perdedores.

El pueblo, particularmente el que más sufre, está dando un ejemplo. Ahora le toca a los dirigentes estar a la altura de las circunstancias.

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