Para aquellos que busquen una película navideña les descoloque.
Por Beatriz Martínez
Para Fotogramas
Ya sabemos que cuando una película pertenece al género ‘reuniones entre amigos’ en citas como Acción de Gracias o Navidad, la cosa no va a terminar bien. Se come mucho, se bebe más y se habla demasiado, así que no es difícil que pronto afloren los conflictos entre el grupo de comensales y salgan a la luz sus respectivas miserias.
En el caso de Silent Night, sin embargo, los clichés adquieren una dimensión diferente. Están ahí para que los reconozcamos, para que nos sintamos cómodos a través de ellos y, justo a continuación, para hacerlos volar por los aires.
La debutante Camille Griffin transforma todo este espacio reconocible en un polvorín de alta toxicidad en el que los juegos, las canciones y las conversaciones poco a poco van adquiriendo un tono más incómodo hasta que todo ese espacio artificial que se había intentado crear, se desintegra al darse de bruces con una realidad apocalíptica.
A partir de ese momento, el verdadero terror se colará por las esquinas y aflorarán todos los miedos, algunos de ellos terribles, sobre todo los que tienen que ver con la infancia y también una ambigüedad moral inesperada que termina por descolocar por completo.