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Opinión y Actualidad

40 años después, Argentina no ha aprendido la lección sobre las Malvinas

El 2 de abril se cumplieron 40 años del inicio de una guerra en las Islas Malvinas que Argentina jamás debió iniciar. No fue una guerra defensiva, ni se necesitaba.

11/04/2022

Por Hugo Alconada Mon
Para The Washington Post

Argentina estaba muy cerca de recuperar el ejercicio efectivo de soberanía sobre las islas, pero “chocó la calesita”, como decimos aquí. Lo hizo por los intereses mezquinos de Leopoldo Fortunato Galtieri, el dictador vigente, y contó con el fervor nacionalista de millones. Pero atentamos contra nuestros propios intereses. Acaso para siempre.

Hoy, las Islas Malvinas —o Falkland Islands, como exigen los habitantes que se las llame— se encuentran más lejos que nunca de Argentina y más fuertes de lo que jamás estuvieron. No necesitan ni dependen del continente en temas económicos o logísticos. De espaldas a Argentina, los isleños apenas si miran por el espejo retrovisor para cotejar si estamos por tirarles una piedra.

La guerra resultó todo lo contrario a lo esperado. Terminó con la derrota fulminante del país que la inició —y la muerte de al menos 600 de sus soldados—, la caída del dictador y la aceleración de la apertura democrática. Llevó también a Gran Bretaña a ofrecerles mejores condiciones y ciudadanía británica a quienes, hasta entonces, estaban en un limbo como habitantes de una colonia más de ultramar.

Después de la guerra de 1982 los cambios fueron muchos. El gobierno británico fijó una zona económica exclusiva alrededor de las islas, en el Atlántico Sur, donde los isleños pudieron emitir y cobrar licencias de pesca redituables, multiplicar su Producto Bruto Interno e iniciar un camino de crecimiento.

Lejos de caer en la tentación populista, sin embargo, los isleños apostaron por el desarrollo sustentable. Comprendieron que debían potenciar la educación. Por eso decidieron becar a todos los adolescentes de 15 o 16 años que obtuvieran buenas notas durante la escuela secundaria para que continuaran sus estudios en las mejores universidades del Reino Unido.

La esperanza era que algunos de esos jóvenes volvieran a las islas. Y lo hicieron. No todos, pero muchos. Hoy son la generación que comienza a liderar las islas. Entre ellos, la Chief Medical Officer, Rebecca Edwards, quien estudió en la University College London y volvió al archipiélago.

La educación fue una prioridad. Pero también cuidaron las cuentas públicas y mantuvieron un superávit fiscal, alimentando las reservas públicas y fomentando créditos blandos e inversiones.

¿Tienen problemas? Por supuesto. Sus costos logísticos son un dolor de cabeza para exportar o impulsar obras públicas. Apenas pueden asfaltar cinco kilómetros anuales por el clima y los precios, además de que el servicio de internet es pésimo y los costos laborales aumentan por la falta de mano de obra. Pero sobran las oportunidades. Los isleños se ilusionan con la próxima temporada alta de turismo.

Argentina y su gobierno insisten en recuperar las islas y este 2 de abril hicieron un llamado a esa soberanía, ¿pero qué puede ofrecerle Argentina a sus habitantes en ese contexto? Esa es la pregunta que deben responder los políticos argentinos. Con una inflación galopante, un subibaja económico que es la envidia de un electrocardiograma, con uno de los peores historiales de defaults del mundo e índices de pobreza de 37%, ¿por qué querría un isleño ser argentino?

Quizá se podría responder que no importa qué quieran los isleños dado que ese archipiélago es argentino. Y hay una amplia parte de razones geográficas, históricas, jurídicas y diplomáticas que lo avalan. Pero no todas. Y más vale que recordemos que, cuando intentamos la vía de los hechos, perdimos una guerra que nosotros iniciamos.

¿Qué haremos si los isleños no quieren ser argentinos? ¿Ningunearlos? ¿Funcionó hasta ahora? ¿Obligarlos? En ese caso, ¿qué hacemos con la protección de los derechos humanos que hemos fijado como política de Estado? ¿O vamos a comprarles sus tierras al triple o quíntuple o décuplo de su valor? ¿Y aún si no quieren irse porque algunos de ellos llevan nueve generaciones allí? ¿Expropiarlos y echarlos? ¿Londres permitiría algo así tras el derramamiento de sangre británica en las islas?

Acaso el camino sea otro. Argentina quizá deba volver a su prédica diplomática tradicional, cuando se abocó durante décadas a avanzar paso a paso en su reclamo soberano, con tanta firmeza como delicadeza.

Los discursos beligerantes, efectistas, tribuneros, demagógicos del 2 de abril pueden servir para consumo dentro de Argentina. Pero no ayudan a avanzar un centímetro en el reclamo internacional por la soberanía. Por el contrario, el talento diplomático que llevó incluso al envío de maestras desde 1974, sí.

Aquellos días mostraron que estuvimos muy cerca de recuperar el control definitivo de las islas. Ocurrió cuando Argentina tendió ambas manos a los isleños mientras negociaba con Londres. Así lo refleja el museo principal del archipiélago, que muestra con precisión ese ida y vuelta de 1968 a 1981.

Pero nos faltó paciencia y nos sobró temeridad e improvisación. Y 40 años después, parece que no hemos aprendido la lección.