El Presidente se enfrenta a un escenario político donde todos los cables son todos rojos.
Por Luciana Vázquez
Para La Nación
Hay un símil que funciona para explicar la Argentina de hoy: un artefacto explosivo donde los cables son todos rojos. Cada vez que se quiere desactivar, la madeja de intereses está tan sistémicamente tramada que el intento de cortar cualquier cable genera una reacción en cadena. Ante ese panorama, hay dos opciones: negociar para desenredar los cables sin cortar ninguno o, en las antípodas, hacer estallar la bomba. En el primer caso, la bomba no estalla nunca aunque siempre esté a punto. En el segundo caso, todo explota y ante eso, sólo queda empezar de nuevo. Javier Milei se ve a sí mismo ante esa disyuntiva. Hacer política a la vieja usanza, respetando los cables del status quo. O, en las antípodas, arrasar con todo para que el reloj de la Argentina empiece de cero. La semana pasada optó por este camino.
“Está todo tan bien tramado y tan a propósito”: así lo resume un economista acostumbrado a revisar regulaciones con lupa para entender el funcionamiento del Estado argentino. Malas noticias: no se entiende, o sí, una máquina de impedir. El problema es tan viejo como la frase que lo sintetiza, que fue el título del libro del periodista Emilio Perina en la década del ´80. Pero ahora, además, es más grande: pasaron 40 años. Cuatro décadas del Estado como una trama de regulaciones que potencian la discrecionalidad de los funcionarios y restringen el margen de maniobra de los que deben obedecerlas. Lo malo, cuando dura mucho, es peor.
El símil de la bomba es otra manera de ver el problema de la casta, el eje del diagnóstico estructural de la visión de Milei sobre la Argentina. Uno de los argumentos que caló hondo en la gente y le dio el triunfo electoral. No es casualidad: después de cuarenta años de democracia, cualquier argentino, no importa su posición en el tejido social, vive esa experiencia todo el tiempo. O para intentar garantizarse algún beneficio o para evitar un perjuicio. Eso también es parte del clima de época que Milei sintetizó: hay un balance de época que remite a esa experiencia social de indefensión ante la madeja de trabas y privilegios con eje en el Estado.
Un ejemplo claro de ese funcionamiento paralizante de la política argentina quedó expuesto en la polémica en torno al ya legendario Artículo 4 Inciso H de la Ley Ómnibus. El de los Fondos Fiduciarios, unos 10 mil millones de dólares, 2 puntos del PBI, según los cálculos publicados por Hugo Alconada Mon y Francisco Olivera. Una caja política opaca sobre la que no se rinde demasiada cuenta desde hace exactamente treinta años.
Los fondos fiduciarios nacieron en pleno menemismo y al año siguiente de la crisis del Tequila. Se pusieron de moda en América Latina para enfrentar las crisis financieras. Apuntaron primero a consolidar el sistema financiero y luego viraron hacia la obra pública. En la Argentina, se estrenaron en 1995, con la Ley 24.441. Doce años después, en el último año de la presidencia de Néstor Kirchner, en 2007, ya había 16 fondos fiduciarios y representaban el 5,2 por ciento del Presupuesto Nacional. Entre 2001 y 2007, la evolución de la ejecución del gasto fiduciario mostró un crecimiento del 6 mil por ciento. Así lo señala un trabajo de Cippec, de Gerardo Uña, de 2007.
En ese mismo años, el tema de los fondos fiduciarios fue parte de una gran polémica por su rol en un caso de corrupción: fue por el caso Skanska, el escándalo de sobreprecios en la construcción de los Gasoductos Norte y Sur, cuando se determinó que también había involucrado un fondo fiduciario de Nación Fideicomiso. La primera causa de sobornos de la era kirchnerista. “Fiduciarios: un agujero negro”, titulaba Ambito Financiero en 2007. “La vedette del gobierno de Néstor Kirchner”, explicaba el artículo sobre los fondos fiduciarios. Es decir, el problema de los fondos fiduciarios no es nuevo, remite a lo peor de la política y la corrupción estructural y ahora es todavía más grande: de los 16 fondos que había en 2007, se pasaron a 29 en la actualidad.
El artículo 4to inciso H iba directo a los fondos fiduciarios, y también a los fideicomisos: con ese inciso, Milei quería libertad de acción para “transformarlos modificarlos, unificarlos o eliminarlos”. Perdió la votación 142 a 112.
Cuando quedó claro que la rosca del Congreso haría volar ese inciso central para el proyecto del presidente, Milei encendió la mecha. Puso a la política y a la sociedad en modo de autodestrucción con la ilusión de un reseteo purificador. El primer tiempo del proceso quedó claro. Todavía no se adivina el ingreso al segundo tiempo: el momento en que la Argentina recoge los pedazos, desbloquea la puja de intereses e inicia el camino de la racionalidad con libertad y prosperidad.
De la aprobación en general de la Ley el viernes 5 a la incertidumbre política de la semana pasada que se dio desde el retiro de la Ley Ómnibus y, en el medio, el Poder Ejecutivo de gira mística por Israel y Roma: lo sucedido en los últimos diez días pone sobre la mesa una pregunta central. ¿Qué es hacer política y qué es gobernar para Milei? Explicar siempre. Negociar cuando conviene. Romper cuando negociar irrita su identidad política. En esos tres pasos se sintetiza su acción política. “Decile a tu hermano que tiene que llamar por teléfono: que llame a cinco gobernadores. Con eso destraba todo”: esas fueron las palabras de uno de los diputados más avezados de la Cámara dirigidas a Karina Milei el día del tratamiento particular de la Ley Ómnibus. Pero Milei tenía otra idea: “cambiar de modus operandi”.
Lo explicita en su proclama difundida en X: “Cambiar las reglas”, la tituló. “No vinimos acá a seguir jugando el mismo juego empobrecedor de los políticos de siempre”, dijo. “No vinimos a continuar con la rueda del juego de la política de siempre. Vinimos a romperla”: clarísimo. Otra vez, el Milei de campaña que cumple su palabra como presidenta. El presidente demoledor.
Aunque en otro trono y otros resultados, Milei se muestra hábil para cumplir a su manera con la definición del expresidente de Brasil, Fernando Henrique Cardoso: “Gobernar es explicar, explicar, explicar”. El mismo consejo le dio el Premio Nobel de Economía Tom Sargent a Patricia Bullrich cuando visitó la Argentina hace dos años: “Usted es política. Su tarea es explicar”. El desafío es evitar la pérdida de poder constructivo en la traducción del lenguaje de la política que va del estadista modelo Cardoso al líder modelo Milei.
La pedagogía Milei es la que le dio voz a un estado de cosas dentro de la ciudadanía argentina. Ahora en la gestión y en la tensión del día a día, Milei la acentúa: el mensaje de X con el que buscó hacer de la derrota en Diputados un arte del hacer política uso 3.700 caracteres.
A diferencia de Pro que llegó al poder y disfrutó el juego de la esfera política como una extensión de su poder tradicional, una avanzada sobre la esfera institucional, Milei desprecia la esfera política. No nació ahí. Ganó a pesar de ella. Y no le preocupa romperla.
Su burbuja es la de una democracia virtual en la que el territorio que gobierna se extiende de la Argentina al mundo que lo aprueba. La semana pasada fue Israel, al Vaticano, Roma. No sólo sale al mundo a licuar derrotas domésticas sino porque el mundo es el territorio en el que refuerza su autoridad. Si el Congreso le da la espalda, se entrega a los brazos de las redes sociales y del planeta.
En la diaria, el resultado por el momento es perplejidad. Una ley con consenso en la ciudadanía y en el Congreso, tal como lo demostró la aprobación en general, fue retirada por el mismo gobierno apenas empezado su tratamiento. ¿A dónde puede conducir la vocación purificadora y descastizadora de Milei? Esa sigue una pregunta abierta: cómo transformar la vida de una sociedad si no se transforman sus instituciones de manera estructural, es decir, por Ley.
Corre el riesgo de caer en la discrecionalidad pero de otra forma: que los cambios que dependen de una voluntad política férrea y sus cinco hombres y mujeres de confianza no duren cuando el tiempo pase y otras voluntades tengan el poder.
Milei lo sabía al empezar su mandato. Y lo sabe hoy aunque haya jugado al límite y reiterado la Ley de Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos que “refleja su proyecto de país”. Como Alberdi en Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina, Milei apuntó a sellar por escrito el fruto de su imaginación política. No le salió: todavía le falta encontrar la manera de usar la democracia sin romperla. Por ahora, deberá conformarse con un presidencia donde la gestión diaria está obligada a construir sentido.