El Presidente destrata al Congreso y a los políticos, pero no siempre es una virtud decir sin filtro lo que uno piensa: a veces, sencillamente no conviene.
Por Pablo Vaca
Para Clarín
A partir de los cuatro, cinco años, los chicos dejan de decir lo primero que les viene a la cabeza. Allí entienden algo que practicarán el resto de sus vidas: no siempre se puede soltar sin filtro lo que uno piensa sobre los demás. A veces es necesario callar o reformular frases para evitar consignas hirientes o insultantes. A veces, simplemente no conviene.
No se trata de mentir, sino de aplicar las habilidades sociales que se desarrollan a esa edad y que nos permiten, justamente, vivir en sociedad.
Si fuéramos por ahí expresando sin filtro nuestros pensamientos no habría matrimonio que dure, nos echarían del trabajo a la semana, careceríamos de amigos y nos agarraríamos a las piñas un par de veces por día en la calle. Algunos considerarán, erróneamente, que se trata de una actitud hipócrita: quien no entienda la diferencia también confundirá coherencia con terquedad.
Es un tamiz esencial. Sea uno comerciante, colectivero, ingeniero o presidente. Sin embargo, esa distancia que los adultos ponen entre su cerebro y su lengua pareciera en ocasiones desaparecer en el caso de Javier Milei.
Ejemplos sobran, basta recordar las críticas a Lali Espósito y a Alejandro Borensztein, pero la sospecha tiende a la certeza cuando califica de “nido de ratas” al Congreso y sostiene que los políticos “son una mierda que la gente desprecia”.
En vistas de que su personaje continúa siendo bastante indescifrable y sorprendente, se le podría conceder el beneficio de la duda al Presidente: podría ser que suelta enunciados de ese tipo a propósito, porque ha resuelto reservarse el papel de policía malo. Le dio resultado en la campaña electoral, ¿por qué cambiar?
Así, él insulta y otros dialogan. El problema es que la campaña terminó y el sistema de gobierno, si fuera ese, parece no estar funcionando. Su principal apuesta hasta ahora, la Ley Ómnibus, tuvo que salir de Diputados con el rabo entre las patas.
En gran medida, porque una cosa es una chicana y otra un misilazo bajo la línea de flotación. Encima, los exabruptos presidenciales suelen apuntar a personas que han osado pensar levemente distinto a él pero que en verdad podrían ser aliados. Que lo diga si no Ricardo López Murphy, a quien se lo puede acusar de varias cosas, pero no de no ser uno de los más conspicuos liberales del país.
Nadie pide que el Presidente piense bonito del Congreso o de los políticos. Fue diputado los dos últimos años, con lo cual su opinión tendrá algún sustento. Pero meter a todos en la misma bolsa de basura nunca ayuda. Y en primer lugar, no ayuda a su propio gobierno que, le guste o no, deberá lidiar con esa legislatura los próximos dos años y frente a la cual deberá poner la cara para dar su discurso de apertura de sesiones en apenas diez días.
Las destemplanzas presidenciales equivalen a asegurar que los libertarios son fascistas. Habrá algunos que lo sean, pero las generalizaciones siempre son injustas.
Dicho sea de paso, Nido de ratas es uno de los grandes clásicos del cine, estrenado en 1954. Dirigido por Elia Kazan, protagonizado por Marlon Brando y con música de Leonard Bernstein, ganó ocho premios Oscar, incluyendo Mejor película, Mejor director y Mejor actor.
Basado en una serie de artículos periodísticos publicados por el New York Sun, cuenta la historia de un exboxeador (Brando) que se arrepiente de trabajar para un mafioso y cuenta todo lo que sabe a la Justicia.
Su título original es On the waterfront y Nido de ratas fue su versión hispanoamericana. Curiosamente, su nombre en España hubiera servido para tirarle un palito más elegante al Congreso. Duro, pero no insultante y grosero como el calificativo al que apeló Milei.
Allá se llamó La ley del silencio.