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Julio de 2024
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Opinión y Actualidad

Crítica de "Megalopolis": Francis Ford Coppola pone patas arriba al Festival de Cannes

El director de la saga de 'El padrino', acompañado por un histriónico Adam Driver, construye una sátira retrofuturista sobre la debacle de la civilización occidental.

21/05/2024

Por Manu Yáñez
Para Fotogramas

Después de cuatro décadas merodeando por la imaginación de Francis Ford Coppola, finalmente vio la luz, en la pantalla del Festival de Cannes, la esperadísima ‘Megalopolis’, que no defraudó en cuanto a su capacidad para mostrarnos algo nunca visto. De hecho, en los más de veinte años que este crítico lleva visitando Cannes, nunca había visto que un espectador/actor se levantase de su butaca (de la sala Bazin) para dialogar con un personaje que le respondía desde la pantalla. Sí, esto ocurrió hacia la mitad de ‘Megalopolis’, una obra excesiva en todos los sentidos, una película desbordante, deslavazada, acelerada y descaradamente enamorada de sí misma. Para empezar, la nueva superproducción de Coppola –que ha invertido para la ocasión 120 millones de dólares de su bolsillo– se titula en realidad ‘Megalopolis: Una fábula’ y se presenta como una sátira retrofuturista en la que la Nueva York del siglo XXI se enfrenta a la decadencia de la civilización occidental, que Coppola presenta filtrada por la iconografía propia de la caída del Imperio Romano. Así, la historia se construye a partir del enfrentamiento entre tres representantes del poder: Cícero, el alcalde de Nueva York (Giancarlo Esposito); Craso, el mayor banquero de la ciudad (Jon Voight); y César (Adam Driver), un científico y arquitecto que aspira a reconstruir la ciudad empleando un milagroso material llamado Megalon. En este reparto de roles, cabe señalar que el personaje de Adam Driver, con su instinto creativo, su talante transgresor y su sed revolucionaria, actúa como el evidente alter ego del propio Coppola.

Megalópolis Megalópolis

Pero ‘Megalopolis’ no se contenta con presentar una lucha por el poder bañada de referencias a Shakespeare, sino que también construye dos historias de amor tocadas por la adversidad: la que protagonizan César y la hija de Cícero (Nathalie Emmanuel), que podría verse como una relectura de ‘Romeo y Julieta’; y la que todavía une a César con su esposa fallecida (un hilo narrativo que remite al mito de Orfeo y Eurídice, y de rebote también a la ‘Rebecca’ de Alfred Hitchcock). Este cóctel narrativo aparece aliñado por un sinfín de citas a poetas y filósofos, de Petrarca a Safo, de Marco Aurelio a Rousseau, de Ovidio a Emerson. Los diálogos invocan el alud de cultismos y pedantería del cine del maestro Jean-Luc Godard, con el que la película también comparte la preocupación por la crisis de una cultura occidental golpeada por la barbarie y el culto a la ignorancia. Desde su atalaya creativa y financiera, Coppola nos muestra la peligrosa deriva autodestructiva del mundo contemporáneo e intenta insuflar algo de luz con su espíritu visionario.

Uno de los mayores problemas de ‘Megalopolis’ –una obra flagrantemente irregular– es el escaso éxito de su vertiente satírica. Coppola convierte la vida de las clases acomodadas neoyorquinas en un verdadero circo romano, un esperpento que culmina en la celebración de la boda entre Craso (Voight) y una joven periodista (Aubrey Plaza, la más inspirada del reparto) que en realidad está enamorada de César (un histriónico Driver). El desmadre que pone en escena Coppola podría describirse como un cruce entre las vulgares fiestas de ‘La gran belleza’ de Sorrentino, que a su vez remitían a Fellini, y el gusto por la exaltación del cine de Terry Gilliam, con quien Coppola comparte aquí una vocación quijotesca que neutraliza todo sentido de la mesura y la vergüenza. El autor de la saga de ‘El padrino’ quiere poner patas arriba un mundo dominado por el capitalismo más salvaje y la política de raigambre populista, pero su ataque nunca da del todo en la diana. Queda la impresión de que el cineasta está demasiado apartado de la realidad como para agitar sus cimientos. En este sentido, el espectáculo de hombres poderosos rodeados de mujeres frívolas e ignorantes resulta de lo más anacrónico.