Jorge García Cuerva encabezó la tradicional ceremonia religiosa en el Día de la Independencia, con la presencia del presidente Javier Milei, la vicepresidenta Victoria Villarruel e integrantes del gabinete nacional.
El arzobispo de Buenos Aires, Jorge García Cuerva, presidió el Tedeum que se realizó por el Día de la Independencia en la Catedral metropolitana. En sus palabras ante el presidente Javier Milei y sus funcionarios, moseñor reclamó por la “falta de termómetro social” ante la pobreza y pidió “vivir la libertad” sin odio. Asimismo, realizó un fuerte pedido de unidad para sobrepasar el complejo contexto social que vive la Argentina, amparado en Jesús y en el espíritu de los congresales de 1816 en Tucumán.
“Jesús, ayudanos a posicionarnos siempre desde los conflictos, la grieta, los enfrentamientos. Si los hombres que cargaban la camilla del paralítico hubiesen actuado como nosotros, el enfermo terminaba en el piso, revolcado en el barro, y la camisa tironeada y rota por ellos. Si los congresales de Tucumán en 1816 insistían en sus diferencias sobre el modelo para la organización nacional o sus distintas concepciones ideológicas sin buscar consensos todavía estarían discutiendo en la casa de Tucumán, aunque no sé sin con los gritos, descalificaciones, expresiones vulgares y agresiones a los que nosotros tristemente estamos acostumbrados hace años. Pero no, los congresales entendieron que por sobre todo está la Nación y el bien del pueblo argentino, por eso cargaron con una enorme responsabilidad la declaración de la Independencia y quisieron estar a la altura de las circunstancias”, sostuvo, en un paralelismo histórico.
Entonces, enfatizó en que muchos argentinos hacen “un esfuerzo enorme, que conmueve y esperanzador”, y fue ahí cuando entró en el tramo más fuerte de su discurso. “No permitan que los cascoteemos con intereses mezquinos, con la voracidad del poder, con conductas reprochables que demuestran que a muchos les falta el termómetro social para saber lo que les pasa a los argentinos de a pie. Demasiadas cosas hicimos mal en un pasado del que todavía nadie se hace cargo. El resultado: seis de cada diez chicos son pobres, hay niños con hambre, no escolarizados, que no pueden leer o interpretar”, marcó, para pedir que la educación sea “el primer objetivo” de cualquier plan de desarrollo.
Antes, cuando comenzó con sus palabras, aclaró que buscaban ser un “aporte”, más allá de que pudieran ser tomadas frases aisladas para alimentar la fragmentación. Lo mismo había hecho en el Tedeum del 25 de Mayo.
Tras eso, retomó el Evangelio, que hablaba de aquel momento en que a Jesús le presentaron un paralítico en una camilla. “Tantos hermanos paralizados hace años en su esperanza, tantos atravesados por el hambre, la soledad, y una justicia largamente esperada. Tantos argentinos tendidos sobre una manta en el frío de las veredas de las grandes ciudad es del país, postrados por la falta de solidaridad y el egoísmo. Una Argentina que nos duele hace mucho, que se dice independiente hace 208 años pero que sufre las cadenas de diversas esclavitudes que no nos dejan caminar como pueblo hacia un desarrollo pleno y una mejor calidad de vida”, remarcó en la primera parte, en un llamado de atención por la crítica situación social.
Pidió, entonces, no “cortarse solos” y no tirar cada uno para su lado. “Nuestro gran objetivo tiene que ser que la Argentina se cure, que se ponga de pie, que camine. Que la Argentina se independice de las camillas que la tienen postrada, paralizada y enferma. Como decía el papa Francisco: no hay tiempo para la indiferencia. No nos podemos lavarnos las manos con la distancia, el menosprecio. O somos hermanos o se viene todo abajo”, advirtió.