Eli Roth patina en el género de la ciencia ficción con esta cinta con intención de no gustar, donde los errores son más interesantes que los ocasionales aciertos y los mejores momentos los protagonizan Cate Blanchett y Jamie Lee Curtis.
Por Fausto Fernández
Para Fotogramas
En 'TerrorVision', uno de esos clásicos básicos, más de videoclub que de cines de barrio, de finales de los 80, las emisiones pirata de origen alienígena que una sociedad terrestre acipotada consumía compulsivamente servían de medio para una invasión, gomosa y grimosa, en toda regla, también la de un cine que no las tenía (las reglas), y que no les importaban. 'TerrorVision' era como el reverso de otra ciencia ficción de la época, la de 'Exploradores', de Joe Dante, donde la tele, los videojuegos y la cultura terrestre volvían estúpidos a los extraterrestres. Si la piensas un poco (y eso que parece que nadie haya pensado en nada durante el proceso de guión y dirección), 'Borderlands' es lo que aquellos nosotros finiochenteros recibíamos, sin filtros de calidad, de la ci-fi VHS, y lo que le llegó al género de lo más convencional de unos tiempos de reciclaje donde la sabiduría que se busca (la de la cámara de la raza alienígena en el nuevo largometraje de Eli Roth) no son más que fragmentos.
No es 'Borderlands' una "buena" película, signifique eso lo que signifique (o importe lo que importe que lo sea o no), pero sí que es un ejemplo palmar de cómo existió y existe vida inteligentemente no inteligente en una ciencia ficción sin referentes "respetables", de puro consumo formulario, y en donde los errores son más interesantes que los ocasionales aciertos. Producto al servicio de un videojuego de culto, 'Borderlands' ni siquiera se preocupa de dotarlo de andamiaje y dramatis personae cinematográfico: sus pantallas se van sucediendo fiel y mecánicamente, y sin embargo, notas que en el fondo a Eli Roth y su compinche en el libreto todo les importa un bledo, y que ellos dos son los verdaderos (y triunfadores) villanos del film, no esa corporación Atlas con un Edgar Ramírez decididamente en otra parte; ni los tarados, los súper tarados o esa némesis acorazada de Krieg, importante en los bytes videojugables, despachado aquí en un visto y no visto. No recordaba un acto de quintacolumnismo tan maravilloso desde que Steven E. De Souza dinamitó 'Street Fighter'.
Como las emisiones de 'TerrorVision', 'Borderlands' es un desvarío total (en una versión sí que de verdad marciana de 'Desafío total'), un cúmulo de decisiones equivocadas, de nula progresión dramática y con voluntad de no gustar al público actual, mal acostumbrado a que lo chapucero les horrorice y no les fascine. Eli Roth amontona a personajes de derribo (cuando no directamente odiosos), con un confeso look de los cómics de Jamie Hewlett, en decorados llenos de basura, chatarra, orina y materia fecal. Busca ser una ci-fi trash sustanciosa, de 'Star Crash' a 'Las aventuras de Flesh Gordon' (las criaturas en stop motion); un homenaje a directores que ni siquiera el James Gunn amamantado en la Troma ha tenido el detalle de citar (de momento) en sus aventuras Marvel y DC: Ted Nicolau, David DeCoteau, Fred Olen Ray, Albert Pyun (hay mucho de su 'Cyborg' en 'Borderlands') y muchos otros olvidados por un presente que compra tomates físicamente perfectos, pero sin sabor alguno.
Los mejores momentos de 'Borderlands' no son cuando quiere ser graciosa y no tiene ni puñetera gracia (por ejemplo el logorreico robot con la voz de Jack Black convertido en un minion), sino cuando no lo pretende y lo es, verbigracia en sus secuencias de acción cafres. O cuando Cate Blanchett y Jamie Lee Curtis dan con la clave de lo que están haciendo, y dónde lo están haciendo: echarle morro y divertirse. Tal vez no se transmita demasiado la sensación de bromazo a costa del videojuego, de la ciencia-ficción y de la propia inexperiencia de Eli Roth en el género (se le nota con mayor comodidad en el terror y la violencia, como si soñara con lo que Joe D'Amato hubiera hecho con 'La Guerra de las Galaxias'), no obstante, su asumida intrascendencia y ganas de hacer pocos amigos no pueden resultar más que simpáticas.
Es una pena que 'Borderlands' no se nos descubriera en los expositores de un videoclub allá por 1986, con nuestra inocencia gamberra VHS incólume. Alquilarla, verla un viernes noche con amiguetes, comida basura y bebidas. Comentarla, reírla, criticarla y decidir volver a verla otra vez, escriban lo que escriban de ella los críticos de cine esos, hasta los de Fotogramas, que estas tonterías les encantan. Ojalá en el 2024 sigan así.
Para los vecinos poligoneros de los Guardianes de la Galaxia.