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Opinión y Actualidad

La educación liberal, un escudo contra la barbarie

¿Cómo medir la imaginación? ¿Cómo establecer un nivel adecuado de pensamiento crítico? ¿Cómo mensurar un nivel razonable de empatía o compasión? ¿De qué modo diseñamos un ranking de ética individual en las escuelas?

13/01/2025

Por Diego M. Jiménez
Para La Nación

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A diferencia de las pruebas estandarizadas, que se enfocan en el conocimiento más técnico y en los aprendizajes medibles cuantitativamente, esos aspectos de lo humano, esenciales, escapan a las pruebas de opción múltiple o similares que se utilizan para evaluar la calidad educativa.

¿Entonces? ¿Podemos llamar de calidad a una educación que deja afuera a la hora de evaluarse lo que posibilita el autoexamen personal, la vida con otros y la democracia? Menudo dilema: debemos medir y al mismo tiempo cultivar con igual o mayor énfasis aquello que no incluyen los índices que elaboramos para ponerle una nota al trabajo de todo un sistema o nivel dentro de él.

Las escuelas deben enseñar lo útil, lo práctico, lo que sea necesario para el mundo del trabajo y permita, a quienes estudien, adaptarse y tener herramientas para surfear (y sobrevivir) en el cambiante y cada vez más flexible mercado. Incluso, las denominadas habilidades blandas están mayormente pensadas con un enfoque similar. Por ende, es preciso reducir (o eliminar) los contenidos que no apunten a ese objetivo. Son un gasto innecesario, dado que no tienen una función en el mundo real. Esta es una visión muy presente en el ámbito educativo. Y no solo allí: también en la conversación pública y familiar, en donde lo educativo está asociado, casi en exclusiva, a un futuro con mejor renta.

No es que la educación no contribuya al crecimiento económico y al incremento de los ingresos personales y familiares. Lo hace y es fundamental para ello. Existe una relación causal entre ella y la mejora de la sociedad en múltiples sentidos: social, cultural, institucional, económico y científico. Dicho de otro modo: para obtener un mayor bienestar y calidad de vida. ¿Mejor democracia? También, pero gracias, fundamentalmente, a esa parte de difícil o imposible medición que se denomina cultivo de las humanidades.

Cultivar las humanidades no es otra cosa que fortalecer las emociones, las facultades del pensamiento y la imaginación. En esto, las artes en general y la literatura cumplen una misión central. La educación liberal aporta para ello una visión integral del fenómeno educativo. En ella, la pluralidad de disciplinas, la diversidad de estrategias de aprendizaje favorece el interés en pensar por uno mismo, lejos de los dogmas, pero cerca de los buenos maestros carentes de un rígido criterio de autoridad y de todo provincialismo que obture el análisis autónomo.

Este tipo de educación promueve también la ciudadanía activa, es decir la participación fuera del ámbito escolar. El denominado servicio comunitario, aquello que se realiza por fuera de las aulas, en el contexto en donde uno vive. Por otra parte, a diferencia de la educación meramente profesional, la liberal contribuye a ser consciente de uno mismo y a saber afrontar los conflictos internos y externos de la vida. Esa dimensión “no material” de la existencia que influye en todo lo demás.

Este tipo de educación requiere, sostiene y al mismo tiempo promueve la democracia liberal. Una noción que aúna la idea de igualdad de oportunidades propia del liberalismo y la que considera necesario un poder restringido, propia de la democracia. Tiene origen en el Iluminismo francés, protege la vida y la libertad individual, y, al mismo tiempo, sostiene la idea de igualdad de derechos aunada con la de cohesión social.

Este tipo de educación humanista pretende colaborar en la construcción de una ciudadanía libre pensante, democrática, consciente de la diversidad y la interdependencia de los humanos más allá de los límites del propio grupo, nación o país. Y son las democracias, con instituciones fuertes y sociedades libres, a pesar de sus dificultades, las que mejor pueden hacer frente a los múltiples dilemas que tiene el mundo de hoy. Porque son más conscientes de los beneficios de la diversidad y el pluralismo, del peligro de discursos xenófobos, de la violencia verbal, de la desprotección de los más vulnerables y del nacionalismo cultural.

Aunque el ejercicio de la libertad democrática suponga también el peligro del advenimiento de sus enemigos desde su propio seno, vale la pena apostar a ella. Y una educación liberal es sostén adecuado para ello. Su humanismo, imprescindible en los tiempos que corren, es un escudo que se debe reforzar día a día, para hacer frente a las nuevas formas de barbarie que la amenazan con dogmatismo, salvajismo verbal y anticiencia.