ONU: la conmemoración de un aniversario es una oportunidad de dirigir nuestra mirada hacia el futuro para adaptar nuestros ámbitos de acción a las nuevas realidades
Por Ricardo E. Lagorio
Para La Nación
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La conmemoración de un aniversario no es solamente un tiempo de recuerdo del pasado. Es, ante todo, una oportunidad de dirigir nuestra mirada hacia el futuro para evaluar lo realizado y, fundamentalmente, adaptar nuestros ámbitos de acción a las nuevas realidades.
En esta lógica, la conmemoración del octogésimo aniversario de la creación de la Organización de las Naciones Unidas cuyo ideario esta plasmado en la Carta de las Naciones Unidas, nos convoca a “Nosotros los pueblos de las Naciones Unidas” –palabras iniciales de la Carta– a renovar nuestro compromiso con la paz y la justicia internacional, a través del andamiaje institucional global, recurriendo a la diplomacia multilateral.
Las instituciones que fueron creadas en 1945: el sistema dual de San Francisco –Naciones Unidas– y Bretton Woods –Banco Mundial y FMI– se basaban en una definición de paz, guerra y desarrollo que ya no es tan vigente.
Guerra definida en términos principalmente bélicos, por lo tanto, la respuesta no podía ser otra que la militar. Y paz, no como ausencia de guerra, o como un interregno entre dos guerras. Eso definió la forma como se instituyó la Organización de las Naciones Unidas y la modalidad en que la diplomacia multilateral operaba en dicho contexto.
En este dinámico, mutante y acelerado escenario del siglo XXI, que trasciende lo internacional para convertirse en global, no hay espacio para reditar formulas del pasado.
No es posible extrapolar o aggionar el annus mirabilis de 1945. No es posible recrear formulas y ámbitos imperiales con sus respectivas zonas de influencia, ni encerrarnos en nacionalismos soberanistas.
Es así como, pensar el futuro, se transforma en una empresa compleja y novedosa. Estamos frente al desafío de un nuevo ejercicio en tres planos y dimensiones diferentes: instrumento, ámbito y sustancia.
Por lo que el desafío actual no radica únicamente en adaptar el funcionamiento de la ONU a los nuevos tiempos. Hoy debemos redefinir la sustancia: ¿qué es la guerra?; repensar el marco institucional para su obtención y mantenimiento en la forma más sustentablemente posible –ONU–, y diseñar los nuevos mecanismos de la diplomacia multilateral para su efectivo abordaje.
Tomemos conciencia de que, ante las nuevas complejidades y variantes de la guerra, es imprescindible abordar la paz con una ingeniosidad diferente.
No comencemos intentando modificar el ámbito (ONU) y su instrumento (diplomacia multilateral), dejando la sustancia (paz) al margen. Eso generará un gatopardismo de poder, que de ninguna manera será responsabilidad de la Organización de las Naciones Unidas.
La Organización de las Naciones Unidas, como ámbito de acción, cooperación y colaboración colectiva, no es autónoma de sus miembros. Es, más bien, recipiendaria de las voluntades colectivas. La ONU es, en la mayoría de las cuestiones, lo que sus ciento noventa y tres miembros quieren que sea; aunque en ciertas cuestiones sensibles de gobernanza global, los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad tienen un papel determinante en su funcionamiento, y bloqueo.
Es así como en 2015 todos los miembros de la ONU acordaron los diecisiete Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), y en 2024, los mismos ciento noventa y tres miembros adoptaron el Pacto del Futuro (aunque luego de la adopción la Republica Argentina se disoció de aquél).
Estos dos documentos –más allá de sus falencias y limitaciones– no solo constituyen hojas de ruta para generar progreso y desarrollo más equilibrado, sino que son la clara expresión de que aun hoy hay espacio para el diseño de un mundo más fraternal.
Es así como la adopción de una paz sistémica y sustentable como norte para la navegación de las aguas turbulentas de este siglo XXI es la clave para no desmagnetizar la brújula que todos debemos seguir.
Por lo que debemos evitar quedar inmersos en la polemología de lo cotidiano –guerra de tarifas, guerra psicológica, guerra cognitiva…– y batallas culturales.
El arte de la guerra de Sun Tzu, debe ceder espacio ante el arte de la paz. La paz por la diplomacia debe imponerse frente a la barbarie de la violencia bélica.
Según el Instituto de Investigación de la Paz de Oslo (PRIO), el mundo está experimentando un aumento de la violencia nunca visto desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. El año 2024 es el de mayor número de conflictos armados entre Estados en más de siete décadas.
En este contexto no hay justificativo moral ni práctico para que el gasto militar en 2024 haya sido del orden de 2,718 billones de dólares (2.718.000 millones de dólares), lo que representa un incremento del 9,4 % en términos reales respecto de 2023, y constituye el aumento anual más pronunciado desde, al menos, el final de la Guerra Fría.
En cambio, la inversión en paz está lejos del 1% de este monto: el presupuesto de la ONU para 2024 fue de 3.580 millones de dólares y el de las operaciones de mantenimiento de la paz de la ONU de 5.590 millones de dólares.
¿Qué hacer?
En primer término, este proceso requiere de los ciento noventa y tres miembros de la ONU –sus Estados, gobiernos y “nosotros los pueblos”– un renovado compromiso con la paz y con la justicia internacional.
Paz que en siglo XXI no puede seguir siendo un estadio entre dos guerras, ni aun la ausencia de esta, ya que la paz en el siglo XXI es mucho más que esto.
En tanto y en cuanto la guerra contemporánea no es solo el producto de amenazas militares, la paz ya no puede ser definida únicamente en términos bélicos y militares. Se define, en cambio, muy en consonancia con el concepto de seguridad humana, tal como surge en el Informe sobre Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas de 1994.
En este contexto la paz está íntimamente ligada a la posibilidad de que necesidades fundamentales del ser humano –alimentación, salud, educación, respeto a derechos humanos, respeto y coexistencia pacífica…– sean satisfechas.
En términos más prácticos, debemos comprometernos con nuestras responsabilidades globales y con los documentos adoptados: 17 Objetivos de Desarrollo Sustentable y Pacto del Futuro.
Debemos, asimismo, comprometernos a cooperar eficazmente en cuestiones globales como la ecología, el desarme tanto convencional como nuclear, los derechos humanos, el comercio, las pandemias, migraciones, pobreza y desigualdad económica, tensiones sociales e inestabilidad institucional que, entre otros, está alimentando la marea baja del multilateralismo.
Y finalmente, parafraseando a John Lennon, darle una oportunidad a la paz.
Con idealismo realista, permitamos que la diplomacia multilateral se imponga y en las palabras del Secretario General de la ONU, Antonio Guterres: “…que todos los estados miembros cumplían: con el espíritu y la letra de la Carta; con las responsabilidades que exige. Y con el futuro que nos convoca a construir. Por la paz. Por la justicia. Por el progreso. Por nosotros, los pueblos.”