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Opinión y Actualidad

Crítica de "Anatomía de una caída", la extraordinaria Palma de Oro en el último festival de Cannes

La cineasta francesa Justine Triet disecciona un misterioso caso con varias versiones contradictorias en esta cinta protagonizada por la extraordinaria Sandra Hüller.

07/12/2023

Por Sergi Sánchez
Para Fotogramas

Es muy posible que Justine Triet pensara en el Otto Preminger de ‘Anatomía de un asesinato’ para entender que, en su película, la disección forense de una muerte (que puede ser un suicidio o, sí, un asesinato) tiene por fuerza que ser una puesta en escena de la realidad, y que, de esa representación, que puede tener varias versiones contradictorias, solo emergerá una verdad ambigua. Lo importante, claro, es el proceso: si Preminger privilegiaba el punto de vista del abogado defensor, Triet se alinea con la acusada. Las consecuencias de ese desplazamiento de perspectiva se cuecen a fuego lento: sin apenas darnos cuenta, ‘Anatomía de una caída’ nos ofrece dos misterios que resolver. Uno, si esa escritora de autoficción pagada de sí misma es culpable de la muerte en cuestión (el clásico whodunit), y dos, si esa mujer es la que aparenta ser en el juicio, fría e insensible. Un cuerpo ha caído desde un ático en obras y ha de caer una máscara: una caída física arrastra una caída psicológica, y entonces el film se convierte en el estudio clínico de una subjetividad femenina, como ya lo eran, a su manera, ‘Los casos de Victoria’ y ‘El reflejo de Sibyl’.

Es ahí donde la extraordinaria interpretación de Sandra Hüller extrae todos los matices de un personaje que ha aprendido a refugiarse en sus opacidades. Su caída es la de una memoria que abre y despliega un correlato paralelo a los patrones del cine de juicios. Esa es la trama que más le interesa a Triet: esto es, el retrato de la crisis de un matrimonio, afectado por la culpa y la desconfianza, que se ha desmoronado mucho antes de que nadie se caiga. Triet tensiona con convicción lo que ocurre en los tribunales –el cine de la palabra– y lo que emerge de la memoria de su (anti)heroína –el cine de las imágenes– sin despertar simpatía por ella. Es sintomático –y algo forzado, sobre todo por la madurez que demuestra el testimonio de un niño de 11 años– que quien tenga la clave del enigma sea un ciego: el que no puede ver hace visible la verdad, o lo que queda de ella.

Para amantes del thriller judicial con cargas de profundidad.