En menos tiempo del que tarda tu cerebro en registrar el peligro, los colmillos ya han penetrado.
En un abrir y cerrar de ojos –a veces en menos de 100 milisegundos– muchas serpientes son capaces de hundir sus colmillos en la presa, alcanzando una velocidad superior al tiempo de sobresalto de la mayoría de los mamíferos.
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Ahora, esta rapidez extrema ha sido finalmente capturada en detalle gracias a un estudio internacional sin precedentes por su nivel de detalle.
En concreto, un equipo de científicos liderados por Alistair Evans y Silke Cleuren, de la Universidad Monash en Australia, logró documentar con precisión milimétrica cómo atacan las serpientes venenosas, revelando las distintas estrategias que emplean las principales familias de estos reptiles.
"Me sobresalté un par de veces", confesó Cleuren, autora principal del estudio, publicado en Journal of Experimental Biology, recordando su experiencia al provocar a serpientes venenosas para que atacaran un gel médico caliente que simulaba ser una presa. Pero, según explica, el riesgo valió la pena para capturar estas impactantes imágenes.
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Cámaras de alta velocidad capturan el ataque de serpientes
Para su estudio, el equipo internacional de científicos logró filmar más de 100 ataques de serpientes desde múltiples ángulos y a 1.000 fotogramas por segundo, revelando los sofisticados estilos de ataque de 36 especies de víboras, elápidos y colúbridos.
Según Live Science, los científicos han intentado capturar el momento del ataque desde la década de 1950, pero las cámaras antiguas no eran lo suficientemente rápidas para registrar todos los detalles de un proceso que ocurre en apenas 0,1 segundos.
La investigación se realizó en Venomworld, una institución especializada en la extracción de veneno para usos médicos y farmacéuticos ubicada en las afueras de París, Francia. Allí, según explicaron los autores, las serpientes fueron expuestas a una presa falsa: un cilindro de gel médico calentado a 38 °C, que imitaba la textura y temperatura de un pequeño mamífero.
Algunas, como la víbora de nariz roma (Macrovipera lebetina), no dudaron en lanzarse sobre el señuelo en apenas 22 milisegundos, alcanzando aceleraciones vertiginosas de hasta 710 m/s² y velocidades de 4,5 m/s.
Tres estrategias diferentes de ataque venenoso
Los resultados del estudio mostraron que cada grupo de serpientes ha desarrollado su propio método para administrar veneno, afinado por la evolución y la anatomía de sus colmillos.
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Las víboras son las más rápidas y decididas. Su ataque comienza con una embestida relámpago desde una posición enroscada. Una vez que el colmillo se clava, lo reposicionan si es necesario, "desplazándolo" para encontrar el ángulo óptimo antes de cerrar las mandíbulas e inyectar el veneno.
Esta habilidad fue observada en especies como la víbora de fosa Bothrops asper y la víbora de nariz afilada Deinagkistrodon acutus.
Los elápidos, por su parte, como la cobra coralina del Cabo (Aspidelaps lubricus) o la serpiente de la muerte (Acanthophis rugosus), adoptan un enfoque más sigiloso.
Se acercan lentamente, acortan la distancia y luego atacan con múltiples mordidas rápidas, usando los músculos de la mandíbula para prolongar el flujo de veneno. Sus colmillos, permanentemente erectos, pero más cortos, están adaptados evolutivamente para inyecciones repetidas y controladas.
Y luego están los colúbridos, las serpientes "de colmillos traseros", como la serpiente de los manglares (Boiga dendrophila) y la arbórea de Fischer (Toxicodryas pulverulenta).
Estas no solo se abalanzan desde mayores distancias, sino que, tras morder, realizan un movimiento lateral, de lado a lado, con sus mandíbulas. Este desgarro en forma de medialuna permite que sus colmillos, situados al fondo de la boca, penetren mejor y liberen más veneno.
Colmillos rotos y regeneración continua
No todo es precisión quirúrgica. En uno de los episodios grabados, una víbora de nariz roma falló el cálculo de la distancia y su colmillo derecho se rompió contra el gel, saliendo despedido. Aunque puede parecer dramático, este tipo de accidente no es tan raro.
De hecho, se han hallado colmillos en los excrementos de serpientes, lo que indica que a menudo los tragan tras perderlos durante la alimentación. Por suerte, la naturaleza les tiene cubiertas: los colmillos se reemplazan continuamente a lo largo de su vida.
Las serpientes venenosas habitan la Tierra desde hace más de 60 millones de años. Como explica Evans en The Conversation, estos antiguos reptiles han prosperado gracias a un eficaz sistema de defensa y ataque basado en el veneno y la velocidad de su mordida. En la actualidad existen cerca de 4.000 especies de serpientes, y unas 600 de ellas son venenosas.
El estudio –el más grande de su tipo hasta la fecha, según los autores– abarca solo una pequeña fracción de esta diversidad, pero proporciona información fundamental sobre cómo estas criaturas han evolucionado estrategias diferentes, pero igualmente efectivas para cazar.
Como apuntó a The Guardian el investigador Alessandro Palci, de la Universidad de Flinders, que no participó en la investigación, el estudio "llena los vacíos en nuestro conocimiento sobre el comportamiento de ataque de las serpientes".
Por su parte, el profesor Evans subrayó al medio británico que los hallazgos también pueden tener implicaciones en materia de conservación. "Solo conociendo su dieta y sus métodos de caza podemos estar seguros de que vamos a proponer planes de protección que vayan a tener éxito", concluyó.