Arribarán a Ezeiza en un vuelo de Alitalia que partió el domingo desde Roma. Se mataban a piñas por subirse a un bote", relataron.
A tres días del trágico hundimiento del crucero frente a las costas de Italia, los primeros argentinos que lograron sobrevivir al hecho que aún conmociona al mundo entero arribarán a nuestro país en un vuelo procedente de Roma.
El primer puñado del total de los 18 argentinos -entre ellos cinco niños- que viajaban en la embarcación tienen previsto llegar minutos después de las 8 a la Argentina en el vuelo que partió ayer de Alitalia.
Nicolás Lypka, el joven que estaba de luna de miel junto con su mujer, Gretel Stegemann, en el Costa Concordia, no puede olvidar, por ejemplo, la barbarie de la que fue testigo a la hora del "sálvese quien pueda".
"Los argentinos siempre tuvimos fama de brutos frente a los europeos del primer mundo, pero en medio del pánico de la desastrosa evacuación, los europeos, italianos y alemanes, se mataban a piñas entre ellos en la lucha por subirse a un bote", contó a LA NACION.
"Yo no lo podía creer, fui testigo de escenas impresionantes, los europeos se pegaban y se insultaban. Era la típica situación límite en la que ya a nadie le importa nada. Nosotros, en cambio, ayudamos a subir a una lancha de salvataje a un hombre discapacitado, que tuvo que dejar ahí su silla de ruedas. Nadie de Costa lo ayudó", denunció Nicolás, que perdió todo el efectivo que llevaba para el viaje.
Antes de subirse al maldito crucero en Civitavecchia, Nicolás había estado en Roma, Atenas y Creta, y tiene la esperanza de ser indemnizado para seguir su periplo por Europa hasta fines de febrero, como había planeado. "Ahorré como dos años para esto, pedí plata prestada, ahora me la tienen que devolver los de Costa para que pueda seguir con mi luna de miel", reclama Nicolás, de Vicente López.
Los sobrevivientes argentinos coinciden, sin embargo, en destacar que fueron tratados "diez puntos" por los habitantes de la isla del Giglio, el primer lugar al que llegaron en tierra firme. "Era de noche, hacía frío, nosotros veníamos con lo puesto y nos recibieron en una iglesia, donde nos dieron mantas o hasta las túnicas de los curas para taparnos", cuentan.
Lo mismo ocurrió con los habitantes del puerto de Civitavecchia. "Así como los de Costa nos ratonearon todo el tiempo, dándonos comida horrible y tratándonos como si fuéramos unos pobretones, los vecinos de la ciudad nos ofrecieron de todo", contó Gretel.