Relación de la serie norteamericana con la actualidad del ser humano. Del ángel vagabundo a la soledad intrínseca del ser humano. La ficción y su traslación a la realidad cotidiana. La soledad y el ser humano.
Por Pablo Argañarás, Lic. En Cine y Televisión
En los años ochenta hubo una serie que se emitía por los canales locales que se llamaba “Highway to Heaven”, “Camino al Cielo”. La protagonizaba Michael Landon, quien hacía el papel de un ángel vagabundo que andaba por las rutas de Estados Unidos haciendo el bien de pueblo en pueblo. Llegaba a un lugar, resolvía el conflicto y seguía viaje. Cada capítulo era un drama con su posterior solución por parte del protagonista. Un ángel solitario que hacía justicia con sus actos minúsculos y sus palabras justas.
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Más aquí en el tiempo comenzaron a abundar en la pantalla de la televisión y de los cines los contenidos con personajes solitarios y justicieros. O mejor dicho, se puso el foco en esta tipología de personajes. En diferentes géneros se empezó a propender esta cuestión del antihéroe, solitario, una especie de incomprendido y nostálgico empedernido.
Quizás sea que al mirar en pantalla a estos personajes nos estamos mirando un poco a nosotros mismos. Nuestras soledades encubiertas. El afán de creernos que estamos acompañados. El tedio de la soledad de un domingo a la tarde, cuando se avecina la semana amenazante. El espanto de la soledad sentida en compañía.
Un amigo me decía que el amor tal vez sea la mayor ilusión para no creernos a nosotros mismos la brutal soledad en la que estamos en este mundo. Nuestra fiel compañía en todo el trayecto es nuestra sombra. Quizás todo lo que hacemos es para no sentir, o anestesiar, esa profunda soledad de los seres humanos.
De esta manera, estos personajes de la ficción, los solitarios, sean una especie de héroes que se bancan estoicamente la soledad. No ponen excusas. La transitan sin parches. No la ocultan sino que la llevan consigo a flor de piel. Nosotros, pobres mortales, nos rendimos ante su valentía. Hastiados, si se quiere, de tanto mentirnos en nuestra patética cobardía.
Los vagabundos, los antihéroes, los marginados, los desterrados, los náufragos, todos comparten esa mirada desoladora. Esa mirada de quien vio al cuco con los ojos bien abiertos. Pupilas que no pueden ocultar tanto espanto y de tan reales nos provocan hasta ternura. Pena que hayan observado lo que nunca debieron haber visto. Mirada franca y cruenta. Mirada que nos desnuda y traspasa.
Esos ojos quizás nos recuerdan a los nuestros en el espejo. En nuestra intimidad. Mirando nuestro vacío. La vacuidad misma de quien en sus propios ojos se pierde y enmaraña. La sincera incongruencia de no saber para que estamos aquí. El no tener plan e improvisar. Eternos títeres. La obstinación de intentar no serlos y cortar los hilos marionetas.
El ángel errante de Michael Landon quizás era eso. Un ser que desde la sencillez nos interpelaba constantemente. La valiente elección de hacer el bien. De no sucumbir ante lo instintivo de nosotros mismos. Ser o intentar ser mejores personas en este mundo abarrotado de tanta maldad.
Una propuesta sencilla, despojada de pretensiones, un programa que aún hoy en YouTube esta subido de manera gratuita para ser visualizado. Quizás repasando sus capítulos nos asustemos de tantas cosas que tenemos en común con el ángel vagabundo. Tal vez nos veamos a nosotros mismos en él. Intentando solucionar el caos que nos rodea. Pretendiendo ser héroes anónimos en un mundo cada vez más desafiante y hostil. Puede que justamente sea ese el desafío. Tener el coraje de animarnos a enfrentar a nuestros propios demonios.