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Opinión y Actualidad

Crítica de "El cautivo"

El director de 'Tesis', 'Los otros' o 'Mientras dure la guerra' vuelve al drama histórico para relatar uno de los episodios menos conocidos del autor de 'El Quijote': su cautiverio en Argel en 1575.

12/09/2025

Por Pablo Vázquez
Para Fotogramas

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No será este crítico quien niegue al ya no tan joven Alejandro Amenábar resistencia, coherencia y capacidad de reinvención. Todos mis respetos para aquel cineasta que revolucionara a mediados de los noventa las hechuras de un panorama apolillado por el exceso de autoría y las  fórmulas desgastadas, reivindicando géneros hasta entonces más asociados a la cinematografía anglosajona como el thriller y el fantástico, con una energía, un ritmo y una factura tan ambiciosos, incluso osados, como provistos, claro, de la intensidad propia de quien continúa teniendo un pie entero, y dos deditos del otro, en esa ciudad encantada llamada Adolescencia. Pues bien, tiempo después, la mera formulación de su última película, valiente, casi digamos temeraria, constata que ese  adolescente no ha muerto, sino que su fuerza sigue vertebrando, y nutriendo con inventiva y rabia, la filmografía del director de "Abre los ojos" (1997). Una suerte de osadía lúcida, con un punto obvio dada su mera sencillez, que emparenta "El cautivo" con la obra de cineastas como Steven Spielberg y la de su alumno más aventajado, Juan Antonio Bayona, no tanto en términos de caligrafía visual o pericia narrativa, sino de arrojo conceptual y de apuesta por la fantasía poética, siempre evocadora, aventurera y sensual, frente al esquematismo y la ordinariez de la prosa de libro de  texto. El emocionalismo de ‘Un monstruo viene a verme’ (2016) solapándose con la épica comunal de ‘La sociedad de la nieve’ (2023); ese Spielberg no tan cerca del estudio puntilloso y grave de ‘Lincoln’ (2012) como de los mundos imaginarios de ‘Hook (El capitán Garfio)’ (1991), donde el director de Ohio convirtió al personaje de Barrie en su alter ego, para filmar un biopic tan sentimental como abrumadoramente  sincero. Algo, o bastante, hay de eso en ‘El cautivo’: la conjunción de la inocencia del niño, la rebeldía del joven y el posicionamiento del adulto. Pero vayamos por partes.

A pesar de que la preocupación social ya aparece en la obra del director en la notable ‘Mar adentro’ (2004), es a partir de ‘Mientras dure la guerra’ (2019) cuando el director forma dupla con el guionista Alejandro Hernández para tratar de encontrar respuestas en la  Historia a unas cuestiones (existenciales, filosóficas, morales) nada  simples y a menudo inextricables. Lo hace, en primer lugar, a partir de la figura de Miguel de Unamuno, con el momento álgido de su discurso en el paraninfo de la Universidad de Salamanca en 1936, para hacer un cine histórico más centrado en la reflexión que en el activismo, un ‘arte de consenso’ que hoy se tacharía injustamente de ‘equidistante’. Es esa misma equidad la que mueve la trama central de la subvalorada miniserie  ‘La Fortuna’ (2021), basada en el cómic de Paco Roca y Guillermo Corral, para convertir en una historia de piratas a ritmo de screwball comedy un contexto real más reciente: la contienda entre España y la empresa cazatesoros Odissey Marine Exploration entre 2011 y 2013. Es ese mismo relativismo, más revolucionario de lo que parece, el que Amenábar y Hernández vuelven a emplear para retratar la relación entre musulmanes y cristianos, enemigos naturales entonces, en el Argel de 1875. El imaginario y la creatividad de Amenábar lo alejan del cartón piedra, tan habitual del cine histórico ‘made in Spain’, cuando apuesta por una  evocación romántica que no pocas veces linda con lo ‘kitsch’; en cierto sentido, como en ‘Ágora’ (2009), pero de una forma menos grandilocuente, más intimista y confidencial. Lo apreciamos en el contraste entre la  fotografía de Xavi Giménez en aquella y la de Alex Catalán en esta. Y esta vez, escoge a Miguel de Cervantes para hablar de su relación con España, con la Historia y sus pequeñas historias, con sus dudas, demonios y de la imaginación del creador como válvula de escape, de nuevo, de la crudeza de una realidad imperfecta y, no pocas veces, hostil de puro incomprensible para el artista y, aún más, para la  persona en los márgenes. 

Argel, ciudad muy caliente

El cineasta halla en este enclave de condena y pecado, carne y espíritu, en esta desigual mezcla de etnias y proclamas, esta Babilonia carnal y bastarda, una inesperada y fértil zona de confort. Y con ello, hay saldado una deuda pendiente: abordar en su filmografía el tema de la homosexualidad, que hasta entonces solo había aparecido de forma muy tangencial o soterrada, como en ‘Regresión’ (2015). Para ello, Amenábar ha preferido recurrir al juego, a la fabulación, al encanto del cuento y a la magia del símbolo: enhebrar el relato con una mezcla  de hechos contrastados, interpretaciones y licencias para plantear la  posibilidad de la homosexualidad del autor del Quijote, que él califica como ‘plausible’ en tales circunstancias, y la relación amorosa con su captor, imbricada también en el poder. No sería de extrañar que el asunto haga rasgarse las vestiduras a aquellos mismos que han bajado la cabeza ante tantos biopics hollywoodienses oportunamente dulcificados, incluso hagiográficos, por motivos comerciales o han aplaudido al ver  como Quentin Tarantino jugaba a distorsionar los hechos en ‘Malditos  bastados’ (2009) o ‘Erase una vez en Hollywood’ (2019). Toda ficción cinematográfica, incluso la histórica, es interpretación y, como tal,  debe ser subjetiva, personal, libre. Y, con todo, lo más interesante de ‘El cautivo’ es que se trata de una notable película de aventuras que funciona rigurosamente como tal. Amenábar no ha hecho cine social, ni activista, tampoco ha firmado una película LGTBIQ+. No puede estar más lejos de Bruce LaBruce, de François  Ozon, de Andrew Haigh, incluso de Almodóvar. Su película no es más ni menos que el relato trepidante que le habría gustado leer de niño, la película de la época dorada de Fox o la MGM que hasta hace poco solo podía soñarse. Por este motivo, ‘El cautivo’ habría hecho saltar las  lágrimas a Terenci Moix, el autor de novelas como ‘No digas que fue un sueño’ o ‘El sueño de Alejandría’. Una superproducción de Hollywood, en este Hollywood portátil que es España, que ya no necesita jugar al  engaño y a la insinuación, al eufemismo de las ostras y los caracoles en ‘Espartaco’ (S. Kubrick, 1960) o del intercambio de miradas insinuantes de ‘Ben Hur’ (W. Wyler, 1959). No me cabe duda de que el escritor de ‘El peso de la paja’, que se encerraba a disfrutar en sesiones dobles de  estas lujosas producciones y lloraba de pena y rabia cuando las luces se encendían y tenía que volver a la crueldad de lo cotidiano, habría celebrado con ahínco estas desventuras de un futuro escritor en un Argel que no dista tanto del Egipto o la Alejandría de sus más conocidas novelas. Que no es otra que la Roma de ‘Demetrius y los gladiadores’ (D. Daves, 1954), el Lahore de ‘Kim de la India’ (V. Saville, 1958) o la  Aqaba de ‘Lawrence de Arabia’ (D. Lean, 1962).