Protagonizada por una monumental Tatiana Maslany y donde Oz Perkins sigue jugando a la contra en un género en el que se ha dicho casi todo.
Por Blai Morell
Para Fotogramas
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Al contrario de la gaseosa Ari (Pl) Aster, Oz Perkins ha construido una de las filmografías más coherentes y perturbadoras del terror contemporáneo. Y esta es la constatación. Su cine deja de lado las convenciones del género –las subvierte desde el inicio– porque sabe que la atmósfera es el verdadero motor del miedo.
Por ejemplo, con el propio escenario. Esa casa en medio de un bosque como receptáculo de esa podredumbre que fermenta en lugares cerrados se revela como un personaje más crucial en el relato que transcurre entre lo tangible y lo espectral.
O la puesta en escena, con ese torrente de agua omnipresente y esa fascinante forma de filmar el vacío, que combina el tempo pausado y los encuadres opresivos con un diseño sonoro sublime. Rehuyendo del susto fácil, aunque alguno hay, para buscar la incomodidad permanente.
Con la ayuda de una monumental Tatiana Maslany –lo del resto de actores es otro cantar–, el director de 'Longlegs' sigue jugando a la contra en un género en el que se ha dicho casi todo. En tiempos de terror prefabricado y estética impostada, Perkins demuestra que aún hay cineastas que filman con la piel y el cerebro, no con el algoritmo.