Los principales temas del mundo no encuentran cauce en las estructuras partidarias y surgen entonces luces que encandilan con el eco del descontento profundizando las grietas culturales.
Por Guillermo Sueldo, en diario Clarín
A punto de cerrar un nuevo año, las reflexiones buscan analizar lo sucedido y las perspectivas de lo que pueda comenzar como nuevo ciclo. Nunca resulta sencillo ese análisis y suelen quedar cosas pendientes. Más aun, cuando debemos hacer un esfuerzo de poder de síntesis en un tema tan profundo como el señalado en el título de este aporte.
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Comencemos por considerar que la democracia no solamente está basada en el clamor popular y las decisiones que por su imperio se imponen, sino que cualquier mayoría circunstancial necesita de un límite, dado por la república, en donde gobierna la ley.
Y ello resulta así en tanto por la sola voluntad de una mayoría se puede decidir linchar a un ladrón, pero el valor de república impone entregarlo a las autoridades; destacada diferencia y valor agregado que impone en las sociedades la necesidad de reglas, equilibrios y frenos. Porque la imposición de una mayoría circunstancial e ilimitada, rompe la armonía y aquello que comenzó como fruto de la voluntad popular, concluye en autocracia y hasta en dictaduras.
Pueden observarse desde hace tiempo efectos que van marcando el camino hacia romper el equilibrio y la armonía de intereses, a través de la polarización, a veces dada por las circunstancias y otras, porque las circunstancias brindan la oportunidad de generar la discordia, a través de los medios, del mismo discurso político y desde las redes sociales, que vienen a ser también canales de participación y propagación no solo de ideas, sino también y sobre todo, del miedo y hasta del odio.
Debe sumarse a esto el anquilosamiento de estructuras burocráticas y de partidos políticos, la desilusión y la corrupción, que generan hartazgo y aumentan el individualismo haciendo caer a esas sociedades agotadas, en un abrazo casi desesperado a ciertos populismos, siendo el descontento generalizado el elemento aglutinador y también plebiscitario que los sostiene. Los partidos han dejado de ser el vehículo de representación y pertenencia a ideas, florecen entonces las democracias de personas, no ya de partidos; y se plebiscita a quien mejor mide mediáticamente como exponente del cansancio social, no ya de ideas y proyectos.
Los principales temas del mundo no encuentran cauce en las estructuras partidarias y surgen entonces luces que encandilan con el eco del descontento profundizando las grietas culturales como herramientas electorales, aprovechando el germen causado por aquellas estructuras anquilosadas que se han alejado de la población, incluso muchas veces con soberbias intelectuales y medidas políticas que terminan en ilusiones teóricas. Y aparecen los discurso simplistas, exacerbando realidades molestas y pesadas angustias.
El actual panorama político argentino no escapa al del resto del mundo, en una era en la que la democracia ya no es de partidos políticos, sino de personas y cómo estas impactan en la opinión pública. En este panorama, ya no se discuten ideas sino personas y lo que estas generan en el electorado, para convertirlos en referentes y luego en líderes. Y cuando se logra un liderazgo, no hay lugar para otros en el mismo nivel porque no se concibe la alternancia ni la conjunción de ideas, solo debe prevalecer un solo líder. En primer lugar, el nuevo exponente, si quiere ser líder y perdurar, va a necesitar quitarse la sombra de quien lo impulsó o apadrinó.
Luego, buscarán, si no lo tienen, crear un exponente antagónico para confrontar generando la polarización y “matando” otra u otras opciones, especialmente las que pretendan reflejar la centralidad de pensamiento. Y eso hace que los regímenes republicanos queden débiles frente al liderazgo personal plebiscitado de un único líder, sobre todo en sistemas presidencialistas como el nuestro.
Las sociedades se desilusionan y se cansan; y el sistema democrático republicano se va resquebrajando por efecto de ese cansancio. Pero es un problema que se retroalimenta, pues la apatía ciudadana por lo público es también causada por el distanciamiento de los partidos políticos y sus dirigentes, de la sociedad, especialmente con comportamientos cuyos ejemplos distan años luz de lo ético. La pérdida de confianza hacia el sistema y las instituciones es entonces aprovechada por los cantos de sirena de los autócratas.
No asistimos hoy a mensajes que expongan sobre la democracia y el desarrollo, sino a cómo la supuesta fortaleza de un líder genera más atracción que el sistema republicano de gobierno. Por sobre la razón, la empatía, la armonización de intereses y la alternancia política, prevalece, como consecuencia del hartazgo social, el auge de autocracias de origen democrático en lo formal, pero que en lo sustancial y en su ejercicio, se apartan del concepto republicano.
Cuesta que los ciudadanos encuentren respuestas a sus actuales demandas de bienestar y se acentúa la desconfianza y la pérdida del valor republicano. Y las nuevas formas de interacción con las redes sociales son otro factor de la pérdida de representación política, ya que desdibujan la representación tradicional de los partidos políticos, a punto casi de reemplazarlos totalmente.
Es necesario retomar mensajes claros y concretos de democracia republicana con desarrollo, armonizando lo privado con el Estado, el capital con lo humano y acercarse a las realidades, porque las consecuencias de la crisis de representatividad se pueden profundizar y causar severos daños políticos y sociales.