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Opinión y Actualidad

No hay películas malas de Clint Eastwood: la ficción de la crítica "objetiva"

Clint Eastwood es un gran cineasta, pero ¿es necesario estar atados a su legado a la hora de reseñar sus películas?

24/07/2020

Por Javier Porta Fouz

Crítico cinematográfico

¿Cuántas veces habremos leído una crítica a una crítica porque la crítica criticada no era "objetiva"? A un género del periodismo cultural como la crítica, a un texto que suele presentarse sin ambages como de opinión, y que además suele llevar -lamentablemente- estrellitas, numeritos o monstruitos que marcan una valoración determinada, todavía se le pide "objetividad", y no con poca frecuencia. Es tan raro que casi no haría falta explicar porqué es raro. A la crítica se le puede pedir que carezca de animosidad o de favoritismo, o al menos que no tenga intereses relacionados con el éxito o el fracaso de aquello que reseña.


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Y aún así, esto último puede ocurrir por los motivos más puros: hay críticos interesados en que a determinadas películas les vaya bien, porque eso implicaría su permanencia en la cartelera cinematográfica -si vuelve alguna vez en su modo físico- o la invitación a que los distribuidores compren más películas de ese mismo estilo, o que hayan sido dirigidas por la misma persona ¿Eso debería cambiar nuestra apreciación sobre tal o cual película? Es decir, ¿dado que siempre hemos deseado que se estrenen todas las películas que hizo, hace y hará Clint Eastwood, debimos haber dicho que Río Místico era una buena película cuando a algunos, como a quien esto escribe, nos parecía la peor de su carrera? No parece muy recomendable entrar en esos contubernios mentales y morales. ¿Decir que Río Místico nos parecía mala y pedante y recargada de solemnidad entonces era ser objetivo? No, era ser consecuente con lo que se pensaba. O con lo que uno pensó, porque "cambia, todo cambia". Pero ese es otro asunto, quizás para otra columna.


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¿El crítico debe ser fiel a los cineastas? Suena un tanto mafioso, ¿no? Sin embargo, hace unas cuantas décadas circularon esas ideas de fidelidad, de hacer oídos sordos y ojos ciegos con algunos lindos fundamentos, pero eso también es materia para otro texto. Por ahora no perdamos de vista el objeto de hoy: la objetividad. Si a una crítica legendaria, pionera y valiente como Pauline Kael alguien osaba pedirle objetividad, primero le tiraba un zapato por la cabeza y luego le explicaba que la crítica, que para ella podía ser un arte, era más que nada la comunicación de una impresión, esa que la película provocaba en ella, de primera mano y en una primera visión. Y Kael abogaba por una única visión de una película antes de escribir. Y Kael pedía a las películas que involucraran todos los sentidos, y por eso hacía comparaciones entre el cine y el sexo, y hablaba de la importancia de la escritura, de no saber realmente qué pensaba de una película hasta terminar de escribir ese proceso individual, único, singular, subjetivo que era una reseña. Ahora imaginen el zapatazo de Kael ante el reclamo -estilo vegano fanatizado- de objetividad.


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Uno de los mejores ensayos sobre la crítica -el mejor de todos, según dictan las leyes de la objetividad, la ecuanimidad y la justicia eterna- es El crítico como artista, de Oscar Wilde. Y está hecho en forma de un diálogo, para hacer honor a la crítica, que debe proponer al menos un diálogo, con la obra y con el lector. Aprovechemos entonces que El crítico como artista es un diálogo para que una de las preguntas que hace uno de los personajes sea respondida aquí. La pregunta giraba en torno de si el crítico debía ser capaz de ver el objeto tal como es en realidad. Y la respuesta de Wilde era que pensar que el objetivo de la crítica es ver el objeto como es en realidad constituye "un grave error, pues no reconoce la forma más perfecta de la crítica, que en esencia es puramente subjetiva y busca revelar su propio secreto, nunca el secreto ajeno. Porque -agrega- la suprema crítica se ocupa del arte no como expresión, sino tan sólo como impresión". Y ahí se unen con claridad, claro que no con objetividad, Wilde y Kael. Y ahora, para pegar un salto muy brutal, sumemos que en la crítica no se juega la virginidad de la mirada del crítico: se juega justamente la preparación de su mirada, su solvencia, su originalidad, su seducción, su espíritu, su estética, y muchos más sustantivos unidos a "de su mirada". Y, además, no solamente de su mirada sino también de su escritura. La objetividad, la neutralidad, la capacidad de ser fríos... ¡qué ganas de prohibir el entusiasmo, qué ganas de anular el goce y su transmisión!

En la crítica debe jugarse el crítico mismo. Debe demostrar que su creación -la crítica- tiene derecho a existir, no por alguna garantía legal o laboral sino más bien por motivos más atractivos: sobre todo por su estética. La crítica debería apuntar a acrecentar la belleza del mundo. Porque, como decía Oscar Wilde, las grandes épocas del arte se corresponden con grandes épocas de la crítica y porque, como también decía Wilde, las formas que nos rodean determinan nuestra formación estética. Por eso no hay que construir adefesios arquitectónicos, ni adefesios fílmicos ni tampoco adefesios críticos. Pero lo cierto es que se hacen; Wilde diría entonces lo mejor es escaparles. Claro, pero el crítico no puede siempre escapar del adefesio fílmico: tiene que escribir sobre él. El mandato ante ese objeto, entonces, no es ser objetivo sino ser menos adefesio, proponer a través de la crítica algo mejor que la película. Y aquellos que creen que la peor película es siempre mejor que la mejor crítica, bueno, quizás no estén siendo objetivos.