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Opinión y Actualidad

Crítica de "El juicio de los 7 de Chicago", de Aaron Sorkin

El guionista de "Red social" y creador de "The West Wing" cuenta la historia del proceso legal que tuvo lugar después de los violentos incidentes de la Convencion Nacional Demócrata de 1968. Sacha Baron-Cohen, Mark Rylance, Eddie Redmayne, Frank Langella y Joseph Gordon-Levitt protagonizan este intenso y politizado drama judicial.

21/10/2020

Por Diego Lerer.

Películas como El Juicio de los 7 de Chicago son un ejemplo –una evidencia, usando los términos de la historia que aquí se cuenta– de cómo el cine refleja los tiempos de su producción. Cuando alguien vea este film de acá a diez, veinte años, quizás no recuerde (o no sepa) que fue filmado durante la presidencia de Donald Trump y hábilmente pensado para ser estrenado pocas semanas antes de las elecciones que pueden darle a este sujeto un nuevo mandato o devolverlo a alguno de sus hoteles. Y esa falta de contexto seguramente cambiará, dañará o al menos modificará la experiencia.

El cine y las series de estos últimos años parecen estar atados aún más que lo habitual a la coyuntura social, cultural o política del mundo real, especialmente el que viene de Hollywood. Eso, que es más que saludable cuando se cuentan historias contemporáneas (el cine es, más que ninguna otra cosa, reflejo del mundo en el que se inserta), se vuelve un juego un tanto más raro cuando se hacen películas de época. Y es bueno pensar en El Juicio de los 7 de Chicago más como una película sobre 2019-2020 que sobre 1968-1969. Del primer al último fotograma.

Lo que el film del guionista de Red Social, Cuestión de Honor y creador de The West Wing cuenta es el juicio que siguió a los violentos enfrentamientos que tuvieron lugar durante la Convención Nacional del Partido Demócrata de 1968 en Chicago, en la que se nominó como candidato a presidente a Hubert Humphrey, quien poco después perdería en las elecciones nacionales contra el republicano Richard Nixon. En medio de disputas internas especialmente ligadas a la posición del partido respecto a la guerra de Vietnam (que comenzó y creció bajo la presidencia de John F. Kennedy y Lyndon Johnson, ambos demócratas) una serie de violentos incidentes tuvieron lugar fuera del hotel en el que se desarrollaba la convención. Meses después, ya con Nixon en el poder, se les hizo un juicio a los que se consideraba principales responsables de los enfrentamientos que existieron entre manifestantes y policías. La duda es la usual: ¿quién tiró la primera piedra?


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El guionista de "Red social" y creador de "The West Wing" cuenta la historia del proceso legal que tuvo lugar después de los violentos incidentes de la Convencion Nacional Demócrata de 1968. Sacha Baron-Cohen, Mark Rylance, Eddie Redmayne, Frank Langella y Joseph Gordon-Levitt protagonizan este intenso y politizado drama judicial.

Películas como El Juicio de los 7 de Chicago son un ejemplo –una evidencia, usando los términos de la historia que aquí se cuenta– de cómo el cine refleja los tiempos de su producción. Cuando alguien vea este film de acá a diez, veinte años, quizás no recuerde (o no sepa) que fue filmado durante la presidencia de Donald Trump y hábilmente pensado para ser estrenado pocas semanas antes de las elecciones que pueden darle a este sujeto un nuevo mandato o devolverlo a alguno de sus hoteles. Y esa falta de contexto seguramente cambiará, dañará o al menos modificará la experiencia.

El cine y las series de estos últimos años parecen estar atados aún más que lo habitual a la coyuntura social, cultural o política del mundo real, especialmente el que viene de Hollywood. Eso, que es más que saludable cuando se cuentan historias contemporáneas (el cine es, más que ninguna otra cosa, reflejo del mundo en el que se inserta), se vuelve un juego un tanto más raro cuando se hacen películas de época. Y es bueno pensar en El Juicio de los 7 de Chicago más como una película sobre 2019-2020 que sobre 1968-1969. Del primer al último fotograma.

Tras una brevísima introducción (cierta parte del público, especialmente desde fuera de los Estados Unidos, quizás se pierda un poco entre nombres, agrupaciones y hechos) Sorkin va a lo que realmente le importa: el juicio en sí, con sus discursos, sus enfrentamientos y su usual verborragia dramatizada entre los distintos contendientes, dentro y fuera de la corte. Más allá de ciertos muy bien producidos flashbacks que intentan dilucidar qué fue lo que realmente sucedió en un par de eventos que se tornaron violentos –y quiénes fueron los que los incitaron–, como bien dice el título de la película, lo central es el juicio.

Por el lado de la un tanto forzada acusación a los «Siete», la figura central no es tanto la del fiscal Richard Schultz (Joseph Gordon-Levitt), un cauto abogado que la película presenta como un tipo justo –o, al menos, de buenas intenciones– trabajando quizás para el gobierno equivocado, sino la del propio juez, Julius Hoffman (Frank Langella), un hombre bastante mayor y un tanto desmemoriado que en ningún momento parece operar desde una mínima noción de imparcialidad.

El centro del relato pasa por los distintos acusados. Allí se mezclan los siete del título más un "extra" a la trama que es Bobby Seale (Yahya Abdul-Mateen II), uno de los cofundadores de los Black Panthers, que en realidad no fue parte integral de los disturbios y que aparece ahí forzado por la decisión de la fiscalía de procesar también a ese grupo junto a los demás y "asustar" así al jurado. Sin embargo, el cada vez más tenso y violento conflicto entre Seale y el juez será uno de los ejes centrales de la primera mitad del relato.

Los otros acusados pueden dividirse en tres subgrupos: los peculiares militantes del Youth International Party Abbie Hoffman y Jerry Rubin (Sacha Baron-Cohen y Jeremy Strong) en plan sex, drugs, politics & rock ‘n roll, los más formales líderes estudiantiles del grupo llamado Students for a Democratic Society, Tom Hayden (Eddie Redmayne) y Rennie Davis (Alex Sharp), y otros militantes un tanto menos conocidos como David Dellinger (John Carroll Lynch), Lee Weiner (Noah Robbins) y John Froines (Daniel Flaherty).


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El eje de la película pasa menos por tratar de convencer al juez de la inocencia de estos sujetos –no hace falta leer Wikipedia para darse cuenta que no les dará muchas posibilidades– sino por analizar las distintas actitudes del grupo de militantes progresistas. Pese a lo que dicen sus acusadores, es obvio que estos hombres tienen poco que ver entre sí, tanto en sus modos personales como en la forma de pensar la acción política. Coordinados por el esforzado abogado William Kunstler (Mark Rylance), los que se enfrentan aquí internamente son el sector más, si se quiere, hippie y revolucionario (Hoffman, Rubin y los suyos) con el que, liderado por Hayden (que fue durante muchos años marido de Jane Fonda), trata de gestionar cambios de una manera más «respetuosa» de las formas del sistema.

Si a ellos se les suman los Black Panthers con sus modos de acción directa aún más violentos es evidente que la pelea parece ser más entre ellos que la que existe contra el aparentemente más unificado poder político de turno. El Juicio de los 7 de Chiacago pasa de una primera mitad un tanto más liviana y bastante cómica –con el estilo patentado por Sorkin de rápidos diálogos e incisivas ironías– a una segunda parte en la que, a partir de un hecho violento que sucede por fuera del juicio y que tiene sus consecuencias desagradables en la sala, el asunto empieza a cobrar mayor densidad, seriedad y emoción. Si de algo "trata" la película uno podría decir que el tema es la necesidad de unidad de parte de gente que quizás no piensa exactamente igual pero sí tiene una similar visión general respecto de su país (y de la guerra de Vietnam, en esa época) contra un enemigo común que triunfa dividiéndolos.

Y es ahí que, con la habitual fuerza que le otorgan a sus guiones actores muy capacitados para darles vida y credibilidad (si vieron los clips de Cuestión de Honor con la discusión entre Jack Nicholson y Tom Cruise pueden hacerse una idea de lo que verán aquí), Sorkin conecta la cultura anti-establishment de los ’60 (con Nixon como enemigo) con lo que sucede actualmente en los Estados Unidos, especialmente a partir de las diferencias internas del Partido Demócrata que hoy también tiene sus versiones (o hijos políticos) de Hoffman, Hayden, Seale y compañía.

Más que ninguna otra cosa, El Juicio de los 7 de Chicago es una suerte de llamado a la unidad hacia los sectores progresistas de ese país contra un enemigo común que no va a dar el brazo a torcer para conseguir sus objetivos. Aquel cántico de entonces que rezaba "The Whole World’s Watching" (Todo el mundo está observando), usado aquí varias veces de formas no muy sutiles, es mucho más ajustado a la actualidad en la que verdaderamente todo el mundo está mirando en tiempo real. En tan solo unas pocas semanas veremos si este tipo de gestos –humanistas e inclusivos en términos generales pero también de clara y concreta intención política actual– sirvieron para algo.

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