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Opinión y Actualidad

El trap en Argentina: crear arte también es cuestión de economía

A comienzos de julio, la vicepresidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, hizo referencia al impacto que unas computadoras entregadas durante su segundo gobierno tuvieron en jóvenes de las clases populares al permitirles dar los primeros pasos en su carrera musical.

14/07/2021

Por Estefanía Pozzo
Para The Washington Post

Algunos de los músicos más importantes del trap argentino, como Trueno, Lit Killah, Neo Pistea o L-Gante, hicieron sus primeras canciones en las máquinas que se entregaban de manera gratuita en las escuelas públicas mediante el plan Conectar Igualdad, que entre 2011 y 2015 llegó a 4.7 millones de personas. Programa que, en 2018, fue discontinuado por el expresidente Mauricio Macri.

La comparación realizada por la vicepresidenta plantea dos cuestiones interesantes: por un lado, la importancia del Estado como garante de igualdad de oportunidades y, al mismo tiempo, la apuesta por la autonomía como clave para el desarrollo individual y económico.

“Si todos los pibes tienen computadoras, y se incorporan al mundo digital, es posible que haya muchos que formen empresas que tengan que ver con las nuevas tecnologías o también descubran sus cualidades artísticas”, aseguró Fernández de Kirchner. Esta frase plantea una complejidad que muchas veces queda anulada en la polémica entre aquellos que defienden el mérito individual y quienes aseguran que la meritocracia no funciona si no existe igualdad de oportunidades. Esta nueva generación de traperos argentinos une los dos extremos de ese debate: cuando una herramienta provista por el Estado se combina con el talento y el trabajo, el cielo es el límite. La prueba son los canales de YouTube de estos músicos que, con millones de reproducciones en tan solo días, no tienen nada que envidiarle a cualquier artista mainstream internacional.

La declaración de la vicepresidenta abrió, como suele hacerlo, un extenso debate en los medios de comunicación. Mientras algunos respaldaron su lectura, otros señalaron que el ejemplo que había puesto no era válido, porque L-Gante no había obtenido su computadora en el colegio sino que se la había comprado a otra persona que no la usaba. Pero a la discusión la saldó el propio músico. En una serie de stories posteadas en su cuenta de Instagram, el joven aseguró que, más allá de la forma en la que había obtenido la computadora, “gracias a la notebook” acomodó su vida y su familia.

La relación de las computadoras de Conectar Igualdad con el trap argentino pone en evidencia cómo el acceso a las herramientas y, sobre todo, a bienes tecnológicos, puede aumentar las probabilidades de éxito profesional en el campo artístico de chicos para quienes esto podría haber dependido de un golpe de suerte. Basta escuchar el diálogo de Lit Killah con el periodista argentino Julio Leiva, en el que cuenta no solo cómo se pasaba todo el día “en la netbook del gobierno” sino también cómo vendía su propia ropa y caminaba hasta 3 kilómetros para ahorrar pasajes de colectivo y poder asistir a los eventos de freestyle, el fuego sagrado en el que la generación de traperos comenzaron a cruzarse y dar origen a uno de los movimientos musicales más importantes de los últimos tiempos en el país. El nuevo rock, como ellos mismos lo llaman.

La brecha en el acceso a los bienes tecnológicos tiene números. La economista Agostina Deiana demostró que, en 2012, 10% de los hogares más pobres de la Argentina destinó 25% menos de su gasto total a equipos (audiovisuales, fotográficos y de procesamiento de la información) que en 10% de los hogares con mayor ingreso del país.

No es ninguna novedad que las desigualdades económicas marcan a fuego el punto de partida de las personas, pero ¿qué impacto tienen esas desigualdades económicas en la cultura y el arte que produce una sociedad? Sin duda, muchas. Si el acceso a los bienes de producción están dados por la pertenencia a una clase social, entonces los discursos dominantes en la escena artística van a representar mayoritariamente a la gente más favorecida, que no solo tiene los recursos económicos sino también el tiempo necesario para desarrollar las actividades creativas.

El trap cuestiona esa hegemonía cultural dominante por doble vía: primero, porque es un movimiento que surge de los barrios y representa los intereses de los jóvenes que viven allí. Y, en segundo lugar, porque los chicos se saltan los circuitos tradicionales de la industria discográfica y producen sus propios temas con el equipo que tienen a mano para después subirlos a sus propios canales de distribución, principalmente YouTube. “Yo soy del barrio, yo soy mi jefe y mi horario”, canta Trueno en una de sus canciones. Bizarrap, el productor más importante de la movida, todavía graba sus temas en colaboración con los artistas más relevantes de la actualidad en su habitación de Ramos Mejía, un barrio del conurbano bonaerense, y él mismo asegura que el mensaje que quiere darle a los chicos es que cualquiera puede hacer su propia carrera.

El trap nos deja, además, otra perla: el valor diferencial de las políticas públicas que favorecen la autonomía y el desarrollo individual. La entrega de computadoras puede ponerse en continuidad con otras políticas (como la Asignación Universal por Hijo y las moratorias jubilatorias) que también favorecieron una mayor independencia en sectores en los que antes no existían recursos. Mal que le pese a los conservadores económicos, la autonomía, sin dudas, es lo contrario del clientelismo paternalista.