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Kristen Stewart: "Cuando pienso en la princesa Diana, pienso en alguien que está huyendo"

Niña prodigio del cine, icono adolescente, (anti)estrella de Hollywood, reina del indie y, ahora, favorita para el Oscar. La actriz ha encontrado en la princesa Diana un espíritu rebelde que, como ella, se niega a ajustarse a ningún molde.

19/11/2021

Quien pensase que Kristen Stewart (Los Ángeles, 1990) iba a llevar el sambenito de chica Crepúsculo durante el resto de su carrera, desde luego estaba muy equivocado. Una década después del apogeo de la saga vampírica, la actriz se ha convertido en uno de los talentos más enigmáticos de la industria estadounidense, capaz de dar un volantazo a su carrera para convertirse en una inesperada embajadora del cine indie. Ha tomado decisiones arriesgadas, ha trabajado con directores aclamados por la crítica y, ante todo, se ha negado con tozudez a ser la estrella que todos pensaban que iba a ser. “No tengo que ser ningún tipo de ideal para nadie: ese no es mi trabajo”, cuenta durante una entrevista en Londres, al que llegó con una gorra negra en la que se leía Daddy y una mascarilla verde oliva a juego con el resto de su muy relajado conjunto. Esa naturalidad al enfrentarse a la prensa se lleva hasta sus últimas consecuencias cuando abraza con comodidad aquellos tics que la caracterizan –tocarse el pelo constantemente, gesticular ágilmente con sus manos, hablar erráticamente, soltar tacos en cada frase– y que durante tanto tiempo han ofrecido una imagen algo distorsionada de su personalidad. Ahora sabe cómo mostrar que su actitud no es una declaración de guerra contra el mundo, sino simplemente su manera de ser fiel a sí misma. Su trabajo no es encajar en los esquemas que la precedieron, sino crear su propio espacio. Y esa es la misma filosofía que ha seguido para dar vida a la princesa Diana de Gales en Spencer, la película dirigida por Pablo Larraín que presentó en la última Mostra de Venecia y que, tras pasar también por San Sebastián, la podría llevar directamente al escenario de los Oscar el próximo año.

UNA DIANA DIFERENTE

Spencer no es un biopic y Kristen Stewart no quería ser la perfecta Diana. “Considerando que la película no está aportando nueva información o intenta sentar cátedra sobre ella, nos podíamos permitir hacer algo más personal, dejar que nuestros deseos nos guiasen en el camino tan lejos como pudiésemos sobre esta persona que nos atraía tanto, y después olvidarnos de todo y simplemente estar presentes en el momento”, cuenta. La actriz confiesa que se obsesionó completamente con la figura de Diana Spencer, conocida tras su matrimonio con el príncipe Carlos de Inglaterra simplemente como Lady Di. No es la única: el personaje vuelve a estar en boca de todos –¿ha dejado de estarlo alguna vez?– tras su aparición en la cuarta temporada de The Crown. De hecho, tanto Stewart como Emma Corrin, quien ha dado vida a la princesa en la serie de Netflix, e incluso también Naomi Watts para su interpretación en Diana (O. Hirschbiegel, 2013) se sirvieron del mismo coach, William Conacher, que les enseñó a hablar y moverse como la princesa de Gales.

Para el proceso personal de Stewart, el primer paso consistía en conocer a fondo el personaje: “He intentado hacer mi mejor princesa Diana. He intentado imitarla, clavar el acento inglés, esa voz tan particular, sus movimientos, sus afectaciones... Lo vi todo, lo leí todo, tuve un coach fantástico, un guion increíblemente preciso y un director que estaba totalmente seguro de que yo era la actriz perfecta para el papel, incluso cuando ni yo misma lo tenía tan claro. A partir de aquí, el objetivo era dejarla volar libre. Sabía que no había forma de interpretarla a la perfección y eso lo hizo más fácil, o menos intimidatorio: esta Diana solo podía ser mi versión”, defiende. ¿Le preocupa lo que vaya a pensar la familia real británica al ver la película? “Claro que pienso sobre ello”, reconoce, aunque está convencida de que nunca tendrá la oportunidad de conocerlos en persona. “Por eso es raro a veces hablar de ellos, pero diré esto: el gran legado de Diana han sido sus dos niños, William y Harry, porque ambos están funcionando en el mundo de una forma muy positiva”, afirma.

PRINCESA POR SORPRESA

Las comparaciones son odiosas, pero entre Diana Spencer y Kristen Stewart son, además, inevitables: una mujer joven catapultada a la fama, asediada por los paparazis y poco a poco desafiando a la autoridad y desmarcándose del camino que le habían trazado para encontrarse a sí misma, aunque sea a través de los escándalos en la prensa rosa. ¿O es esa solo una imagen construida por los demás? La actriz guarda las distancias. “Me han sacado muchas fotos, pero ni de cerca tanto como la mujer más fotografiada de la historia de la humanidad”, matza, dejando claro que esas similitudes siempre están a un nivel mucho menor. “Cuando pienso en ella, pienso en alguien que está huyendo. Yo no huyo de nada, me encanta lo que hago, me encanta hacer películas, puedo tomar decisiones, puedo cometer errores; ella no estaba autorizada a hacer ninguna de esas cosas”, explica.

Se identifique o no con ellas, Stewart parece atraída a mujeres que subvierten las expectativas de la sociedad que las rodea tanto como ella misma lo ha hecho con el público en la última década. Ahí está Jean Seberg, la actriz francesa convertida en activista por los derechos civiles en Estados Unidos a la que dio vida en Seberg: Más allá del cine (B. Andrews, 2019), y también Joan Jett, a quien interpretó en The Runaways (F. Sigismondi, 2010), una rebelde imprescindible en la música rock de los 70. Sin olvidar su vuelta de tuerca feminista a Blancanieves en Blancanieves y la leyenda del cazador (R. Sanders, 2012) y su representación como heroína de acción queer en el remake de Los Ángeles de Charlie (E. Banks, 2019). De alguna manera, todas han ayudado a la actriz a llegar a esta catarsis llamada Spencer. “Me sentí más libre, viva y capaz que nunca”, cuenta. “Diana tenía el poder de amar a la gente, y yo sentí este efecto, incluso si me lo estaba inventando y simplemente estaba viviendo la fantasía..., pero qué gran fantasía. Siento que, y puede sonar muy tonto, he aprendido a tener más confianza en mí misma a través de este papel. Fue maravilloso pretender ser ella durante un tiempo”.

CUESTIÓN DE INSTINTO

Mucho ha llovido desde aquellos años en los que Stewart se debatía entre un vampiro y un hombre lobo en la saga Crepúsculo. Fue el papel de Bella Swan en las adaptaciones de las novelas de Stephenie Meyer lo que la lanzó a la fama, pero su carrera se ha ido alejando de las tierras del cine mainstream y ha caminado hacia un cine independiente más arriesgado, que representan cineastas como Olivier Assayas y Kelly Reichardt. “No tengo un manual de normas para esco- ger mis papeles: es más bien lo que siento en cada momento, aclara. Durante un tiempo pensé: ‘¡Haré lo que sea!’ Y, sinceramente, era un buen lugar para estar en ese momento. Por eso es difícil encontrar un hilo conductor en las películas que he hecho hasta ahora, porque me guío por mis sensaciones y no me cierro a nada, pero sí empecé a tener más cuidado”, continúa la actriz, que vivió un punto de inflexión en su carrera con Viaje a Sils Maria (O. Assayas, 2014), por la que se convirtió en la primera actriz estadounidense en ganar un premio César a la Mejor Actriz de Reparto. En los años que siguieron recibió numerosos halagos por sus trabajos en Certain Women: Vidas de mujer (K. Reichardt, 2016), Café Society (W. Allen, 2016) y Personal Shopper (O. Assayas, 2016).

Aunque ahora su carrera habla por sí sola, hubo un tiempo en el que parecía que todo lo que Stewart podía ser era ese tipo de estrella adolescente que vuela demasiado cerca del sol y acaba quemándose. En 2012, en la cima de su fama, la revista Forbes reveló que era la actriz mejor pagada de Hollywood, mientras su vida privada era invadida por la prensa rosa y expuesta en las siempre crueles redes sociales. Tenía tan solo 22 años. Aun así, decidió no quemarse, sino aprender a vivir con el calor. Ahora se guía por algo importante: ella lo llama instinto. “Tengo muy buen ojo para lo que quiero”, asegura. Solo tiene una condición: “Quiero hacer películas que se sien- tan verdaderas y honestas”.

EN PAZ CON EL PASADO

A sus 31 años, Kristen Stewart sabe lo que quiere. Ha superado esa aparente incomodidad con su propia condición de celebridad y ha resignificado la idea de la antiestrella: no es que no le importe ser parte del circo mediático, sino que quiere hacerlo bajo sus propios términos. ¿Y la posibilidad de su primera nominación al Oscar? La actriz esquiva la pregunta. Quizás por falta de tiempo, porque le da vértigo pensarlo o porque en realidad, después de todo, no le preocupa. Su mente está en Diana, en Spencer, aunque los planes de futuro ya llaman a su puerta.

Acaba de rodar Crimes of the Future, la nueva película de David Cronenberg, junto a Viggo Mortensen y Steven Yeun. Quizás no sepa muy bien cómo definirla –“Es una historia de amor entre un satélite y una boya... Es un guion revolucionario”–, pero promete ser uno de los proyectos más bizarros de su carrera. Y eso que ella viene de enamorarse de vampiros que brillan cuando les da el sol y comunicarse con espíritus a través del móvil. Además, en su futuro también habrá un cambio de rol: tras su debut en la dirección con un par de cortometrajes, firmará su primer largo con The Chronology of Water, basada en las memorias de Lidia Yuknavitch. Con una carrera de más de 20 años a sus espaldas y numerosas ambiciones por delante, Kristen Stewart confiesa que solo tiene una cosa de la que arrepentirse: “No haber sido completamente fiel a mí misma durante un tiempo, haberme traicionado en cierta manera. Pero todos crecemos y cambiamos, como el mundo, y aquí estamos, joder”.