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Abril de 2024
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Opinión y Actualidad

Crítica de "Última noche en el Soho"

Para pensar que el feminismo puede ser también cosa de hombres.

25/11/2021

Por Manu Yáñez
Para Fotogramas

En los últimos lustros, varios maestros de la posmodernidad, del Paul Thomas Anderson de Pozos de ambición (2007) al Quentin Tarantino de Django desencadenado (2012), se han atrevido a abandonar las mansas aguas de la cinefilia para adentrarse en las arremolinadas corrientes del cine de raigambre histórica y horizonte sociopolítico. Este es el tipo de salto mortal que se propone Edgar Wright, todo un chef de alta cocina pop, en Última noche en el Soho, un inspirado thriller psicológico que exorciza la cosificación femenina que se ocultaba tras el glamuroso oropel del Swinging London.

Wright pone pie y medio en el zeitgeist, pero no renuncia a su debilidad por el pastiche fílmico. De hecho, ese interés por traer al presente motivos del pasado deviene el mecanismo narrativo central de Última noche en el Soho, en la que una joven aprendiz de modista, Eloise (una versátil Thomasin McKenzie), se ve transportada misteriosamente del Londres actual al de los años 60. Para avivar el juego de espejos entre lo pretérito y lo contemporáneo, Wright desdobla a la morena Eloise en el cuerpo de la rubia Sandy (Anya Taylor-Joy entregada al divismo), quien aspira a triunfar cantando en los clubes nocturnos del Soho londinense.

¿Es Última noche en el Soho una relectura (muy British) de Mulholland Drive (2001)? Allí donde Lynch diseccionaba la siniestra trastienda de Hollywood, Wright se abisma en las catacumbas del Londres de ayer y hoy, un universo marcado por el violento mercadeo con el cuerpo femenino. Así, exprimiendo el potencial político del cine de género, el director de Scott Pilgrim contra el mundo (2010) imagina la posibilidad de construir una obra de vocación feminista invocando una ilustre colección de miradas fílmicas masculinas, de los maestros del giallo al Michael Powell de El fotógrafo del pánico (1960) o al Alfred Hitchcock de Vértigo (1958), con su interés por la fantasmagoría, la dualidad femenina y la pulsión tanática. Así subvierte Wright toda una trágica Historia de violencia.