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Opinión y Actualidad

Crítica de "Dialogando con la vida"

Podríamos estar ante la precuela de la no menos autobiográfica Vivir deprisa, amar despacio (2018). Si en aquella Vincent Lacoste era el que llegaba a París para vivir su homosexualidad, como hiciera el propio Christophe Honoré en los 90, el mismo actor es aquí el hermano mayor del más adolescente y granuloso Paul Kircher, que también llega a la capital con el mismo propósito de expansionarse en todos los sentidos.

11/05/2023

Por Philipp Engel
Para Cinemania

Son películas siamesas. Si en la primera el sida formaba parte del comité de bienvenida, aquí retrata el duelo por su padre, fallecido en un accidente de tráfico, cuando apenas tenía quince años. Incluso se reserva el asiento del muerto, demostrando hasta qué punto era importante matar ese fantasma.

Ambas películas comparten esa muy reconocible atmósfera azulada, propia de bistró recién amanecido levantada, mezcla de spleen y de Stendhal, con Alain Barriere en la gramola, que se respira en casi toda su obra. Pero, sobre todo, representan la madurez de un cineasta que empieza a recordar un pasado con regusto a magdalena, alejándose definitivamente de aquella antológica serie de gemas pop, que va de Dans Paris (2006) a Les bien-aimés (2014).

Ojo, que aquí suena Electricity, de OMD, pero incluso esa escena está tratada de otra manera, con cierto desdén. Estamos, ante otro Honoré, el de Habitación 212 (2019), aunque las experimentaciones formales se limitan a unos breves monólogos descontextualizados, como de confesionario de GH, en los que Paul recuerda su deriva entre Eros y Tánatos.

Doy fe de que poco habrá más perturbador que abrirse a la vida cuando tu padre acaba de morir, y esa dolorosa contradicción, entre el duelo y el sexo compulsivo, es el desgarrado corazón de Dialogando con la vida.