El sexo es el motor de esta psicodélica ‘road movie’ que protagonizan Margaret Qualley y Geraldine Viswanathan junto a Domingo Colman y Matt Damon.
Por Roger Salvans
Para Fotogramas
Con este primer film de ficción dirigido en solitario por Ethan Coen –que, pese a encargarse de la realización de todas las películas junto a su hermano Joel no apareció con él en lo créditos hasta ‘Ladykillers’ (2004), el 11.º largo del dúo– se produce una curiosa situación: el espectador, sea o no ‘connaisseur’ de la obra de los de Minnesota, interroga la puesta en escena, la trama, diálogos, uso de la música, el dibujo de los personajes e incluso los distintos guiños en una búsqueda tan involuntaria como inevitable para descifrar quién de los dos cineastas es realmente el guardián de las esencias de aquello que hemos convenido en llamar ‘lo coeniano’. Y puestos a aventurar, ‘Dos chicas a la fuga’ (Drive-Away Dolls) apunta que Ethan es el más Coen de los hermanos Coen.
Supuesta primera entrega de una trilogía, esta comedia es una road movie que transcurre veloz, sin pisar el freno y que va directa al grano, con unos lebowskianos fragmentos psicodélicos que finalmente toman sentido. Un homenaje a las novelas de bolsillo y la serie B USA setentera con especial afecto a Russ Meyer. Una cinta que se regodea y hace cómplice al público con esa concepción ‘cartoonesca’ de la violencia, pero que se descubre (y relame) ante un erotismo en el que mucho tienen que ver unas entregadas Margaret Qualley y Geraldine Viswanathan, dos lesbianas en busca de su destino que viven su propia ‘Odisea’ camino de Tallahassee.
El sexo –“al menos un poco”, como le repetía una y otra vez a Sullivan uno de sus productores en otra road movie referencial– es el motor de ‘Dos chicas a la fuga’, que nos despista con el macguffin más bizarro que uno recuerda en el cine. Esa capacidad de reírse de uno mismo, de los cameos –tronchante la referencia a ‘Juego de Tronos’–, del género narrativo y las expectativas, de todo en general es, junto con la reformulación de la mirada y el deseo dentro del opus coeniano, quizás la aportación de Tricia Cooke, productora, coguionista y esposa de Ethan desde 1990, el gancho de una cinta que no busca otra cosa que quemar gasolina y pasarlo en grande mientras dure el viaje.
Para coenianos y extraños con ganas de irse de viaje ‘queer’ y loco.