X
Opinión y Actualidad

Crítica de "Tótem", la vida y la muerte a través de la mirada de una niña

La mexicana Lila Avilés firma este febril y sorprendente relato en el que conviven magistralmente el universo de la infancia, la familia, lo femenino, lo sobrenatural.

06/03/2024

Por Pablo Vázquez
Para Fotogramas

Las primeras secuencias de esta sorprendente, febril producción mexicana nos muestran la complicidad de una madre con su hija. Poco después nos enteraremos de la enfermedad del padre, esto es, de la proximidad de la muerte, y todos los efectos que esto irá provocando en la pequeña y en su entorno más directo. La película escrita y dirigida por Lila Avilés, sin dejar de poseer en todo momento una mirada y una personalidad muy concretas, se hace eco de una tradición a la que pertenecen voces tan dispares y ambivalentes como las de la peruana Claudia Llosa y las argentinas Lucrecia Martel y Lucía Puenzo, edificándose a partir y a través de cuatro vórtices concomitantes que se acercan y repelen constantemente: la familia, lo femenino, lo sobrenatural y el universo de la infancia.

Los muertos no mueren. Con más de un punto en común, en intenciones y resultados, con la reciente y más que estimable ‘Alma viva’ (Cristèle Alves Meira), pero con una perspectiva más inmersiva si cabe, la película de Avilés, quien ya mostrara una capacidad de sugerencia nada desdeñable en su ópera prima ‘La camarista’ (2018), también se acerca al mundo de los muertos desde el punto de vista del folclore y las tradiciones paganas, salvo que en este caso no se refiera a la (subcultura) portuguesa sino a la suramericana. No resulta desencaminado, a la hora de la dirigir nuestros pasos entre el ambiente neblinoso, evocar un título fundacional de la catadura de ‘Fando y Lis’ (1968) de Alejandro Jodorowsky, el cual, sin duda, habría encontrado suculenta la receta cocinada a fuego lento y con mano firme en esta ‘Tótem’.

También la tradición de la poesía macabra hispanoamericana presente en la obra de Jorge Luis Borges, Alfonsina Storni, Vicente Riva Palacio, Gabriela Mistral u Horacio Quiroga. Incluso la aproximación de torvos cuentos infantiles, tocados por el signo de la brujería y el horror, como la excelente ‘Veneno para las hadas’ (1986) de Carlos Enrique Taboada. De hecho, sobre sus imágenes y atmósferas reverberan las de algunos de los clásicos del cine de terror mexicano, no solo las del propio Taboada, sino también las de Chano Irureta o Juan López Moctezuma.

 A medida que sigue los avatares de la niña protagonista (intuitiva y hechizante composición de Naíma Sentiés), Avilés acierta al situar la cámara a la altura de la pequeña, como si contemplara con cierto desapego y desconcierto el mundo fantasmagórico que la rodea, como han hecho recientemente Céline Sciamma y Laura Wandel. Rituales, limpias, festejos, grotescos disfraces, terapias cuánticas, talismanes y semillas de tamarindo se suceden alrededor del singular retrato de una familia sobre el que la cineasta aplica a veces la sorna de Luis Buñuel o Luis Alcoriza, y en el que guardan importancia simbólica capital los animales y los insectos. Sobresale la estupenda fotografía de Diego Tenorio y la perfecta dirección del variopinto reparto, que logra una espontaneidad tal que actores profesionales parecen confundirse con naturales. Muerte y vida como caras de la misma moneda. Hay más películas, pero están en esta.

Para oteadores de paisajes familiares tocados por la mano del infortunio.