Y ya el aforismo inicial... “A una mano abierta, siempre la guía un corazón… abierto”.
Por José Narosky, en diario Ámbito
Ignacio Pirovano nació el 23 de agosto de 1844 en Bs. As., en el barrio de Belgrano. De escasos recursos económicos, pudo graduarse como farmacéutico.
Posteriormente, con 28 años, se recibió de médico. Era un hombre muy serio, seguro de sí mismo y muy reservado.
Pero al lado del paciente era bondadoso y muy cordial en su trato.
Ya su bisabuelo y su abuelo, habían sido también médicos, en Italia.
Recién recibido, hecho no común, había obtenido un cierto prestigio como cirujano.
Becado por el gobierno de Buenos Aires, viajó a París, donde conoció y frecuentó a Luis Pasteur.
Y allí también conoció al Dr. Lister, uno de los principales impulsores de las modernas medidas de asepsia, es decir de higiene total, para las salas y prácticas quirúrgicas.
Este contacto con Lister, le daría a nuestro científico los fundamentaos de los métodos antisépticos, que introduciría en el país.
Regresó a Bs. As. 3 años después, doctorado en la Facultad de Medicina de París. Y fue inmediatamente designado profesor titular de la cátedra de Histología y Anatomía Patológica, en Buenos Aires.
La vestimenta en el quirófano, a sugerencia suya, incluyó un largo guardapolvo de mangas cortas. Suplía así el anticuado y sucio chaqué, con que se operaba en esa época.
Nuestro médico fue el primer director del hospital en Buenos Aires que hoy lleva merecidamente, su nombre. Está ubicado en el barrio de Belgrano.
Y una anécdota final. En una operación de urgencia, una imprevista hemorragia sufrida por un paciente, hizo indispensable, una muy urgente trasfusión de sangre.
Pero el enfermo tenía un grupo sanguíneo no común y el hospital no contaba con ese material.
Además, ya casi no había tiempo para obtenerlo, con lo que la vida del operado se iba extinguiendo sin remedio.
El cirujano que operaría, decidió consultar a nuestro protagonista de hoy, notificándole, el casi insoluble problema que afrontaba.
El director del hospital, Ignacio Pirovano, le respondió de inmediato.
-“No se desespere, doctor. Yo poseo casualmente, ese grupo sanguíneo”.
-“¿Y Ud. va a dar su sangre dr.?”.
-“En este momento no soy el director del hospital. Soy un ciudadano que puede ayudar a un semejante. Preparen ya la trasfusión que en pocos minutos estaré en el quirófano”.
Efectuada la misma, el paciente salvó su vida.
Este hecho, define claramente la condición humana de nuestro hombre de hoy. “El generoso regala algo que le pertenece. El altruista, regala algo, de sí mismo”.