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Julio de 2024
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Opinión y Actualidad

Homenaje a Carlos Menem: Milei, la casta y la corrupción

“Hoy estamos haciendo un homenaje al mejor presidente de los últimos 40 años, al menos” afirmó sin dudar el presidente Javier Milei en el acto de inauguración del busto del expresidente riojano en la Casa Rosada.

16/05/2024

Por Daniel Santa Cruz
Para La Nación

Milei tiene todo el derecho de elegir a quien quiera cómo el “mejor presidente” porque en estos casos manda la subjetividad, pero cuesta entender su selectividad a la hora de castigar a unos y ponderar a otros. Hay momentos de la historia donde la realidad manda, porque son los hechos los que terminan conformando su trazado.

Uno de los aciertos de Javier Milei fue señalar que “casta” y “corrupción política” iban de la mano, como si una fuese consecuencia de la otra. Fue así que cargó contra todo el arco político favoreciéndose de su condición de outsider, sin un pasado que lo demande, tanto personal como partidario. Pero esta identificación política con el menemismo tira para atrás esa posición y si destaca a Carlos Menem como el mejor de todos y resalta la filiación personal no solo con sus ideas sino también con su gestión, estamos frente a una gran contradicción o bien ante un acto de clasificación conveniente que lo saca de su incólume pasado político y lo embarra con el resto, es decir, con la misma casta a la que dice combatir.

Si bien es importante que los presidentes constitucionales tengan un lugar en el recuerdo de la Casa Rosada, no se pueden ignorar los hechos históricos que caracterizaron cada uno de sus períodos. Durante el menemismo se conocieron más de un centenar de causas de corrupción, en doce de ellas estuvo involucrado Carlos Menem con denuncias en su contra por corrupción, malversaciones, coimas y hasta existe una que aún es recordada e indigna muy especialmente a un sector de la población como la voladura en noviembre de 1995 de la fábrica de armamento de Río Tercero, explosión que pudo estar destinada a ocultar el faltante de armas que fueron traficadas a Croacia y Ecuador y que costó 7 muertes, 300 heridos y un pueblo destruido. Una causa en la que Menem fue condenado a 7 años de prisión. La lentitud de la justicia hizo que pudiera ampararse en los fueros de senador para no ir preso durante los 30 años en los que se manejaron todos los vericuetos judiciales para hacer caer el proceso. También fue condenado por la causa conocida como “sobresueldos” y la venta del predio de la Sociedad Rural.

Quizás una de las denuncias más preocupantes para la historia moderna -porque a punto de cumplir tres décadas aún se mantiene bajo el manto de la impunidad- fue cuando estuvo acusado por encubrimiento al atentado a la AMIA, en la que terminó absuelto. Eran épocas de la mayoría automática enquistada con jueces no tan probos en la Corte Suprema de Justicia. ¿Habrá tomado este ejemplo el Presidente para candidatear al juez Ariel Lijo para ocupar un lugar en el máximo tribunal?

Esto no pasó inadvertido por la sociedad. En 2021 una encuesta de la Consultora Giacobbe y Asociados ubicaba al gobierno de Carlos Menem como el más corrupto desde la vuelta de la democracia con un 84,5% que así lo señalaba. Lo seguían de cerca los gobiernos de Cristina Kirchner con un 69,2% y Néstor Kirchner con un 61,1%. Eduardo Duhalde, Alberto Fernández y Fernando de la Rúa, en ese orden, cerraban la fila, dejando último en esta calificación oprobiosa a Raúl Alfonsín con solo un 15,9% de valoración negativa en cuanto a corrupción.

Seguramente para el presidente Milei los hechos de corrupción menemistas no tienen el valor que sí tuvieron en otros gobiernos, que en todo caso siempre estuvieron mal. Basta recordar los alarmantes casos de corrupción que caracterizaron al kirchnerismo y la condena en primera instancia contra la expresidenta Cristina Kirchner por la Causa Vialidad. Sencillamente no puede utilizarse la corrupción que se sembró durante una etapa política para ocultar otra menos reciente, simplemente porque en aquel período la economía estuvo administrada en una dirección que el actual presidente reivindica. Datos que también vale la pena revisar, porque los niveles de pobreza en la década de los 90 fueron muy altos, al igual que la desocupación. En todo caso explotaron en la crisis de 2001 y dejaron un núcleo duro de pobreza de un tercio del total de la población, un piso que ningún gobierno que los sucedió pudo perforar.

Si bien la convertibilidad al bajar la inflación tuvo un efecto positivo en los niveles de pobreza, no se puede obviar que los mismos estuvieron en un 30% en 1992 -veníamos de un 47% producto de la hiperinflación de 1989- pero terminaron cercano al 40% en 1999 (Dato Cedlas de la Universidad de La Plata). A pesar de que un sector de la sociedad pudo acceder al crédito que le permitió consumir desde inmuebles, autos y hasta electrodomésticos con mayor facilidad y hasta podía viajar al exterior producto del tipo de cambio 1 a 1, los años 90 fueron una etapa que dejó una pobreza inalterable, el inicio de la debacle educativa con la denostada Ley Federal de Educación y el derrumbe de los servicios esenciales como la salud pública. Existió una modernización de algunos servicios, pero no redundó en la calidad de vida de todos los argentinos. Menem no dejó un país para todos.

También en su discurso de homenaje a Carlos Menem, Milei recordó los indultos dictados por el presidente riojano y los calificó de “pacificadores” con una acentuación al señalar y repetir que fueron “otorgados a militares sino también a guerrilleros, como así también a guerrilleros”, reiteró, sentando una posición que su gobierno tiene respecto a lo sucedido en esa noche oscura de nuestra historia. Si bien este gobierno se encargó, con justicia, de buscar un lugar en el reconocimiento oficial para las víctimas civiles de las organizaciones guerrilleras en la lucha armada, la vicepresidenta Victoria Villarruel tuvo mucho que ver en esto, el Presidente deja trascender un favoritismo por los militares a pesar de que cometieron crímenes de lesa humanidad, imprescriptibles y aberrantes, que no podemos obviar. Su apego al menemismo le sirve para exponer esa posición, que no deja de tener cierta dosis de infortunio, viniendo de un presidente de la democracia.

Milei dijo también que Menem le vaticinó, cuando aún no incursionaba en la política, que “algún día iba a ser presidente”. Era sabido que el caudillo riojano les decía lo mismo a todos los jóvenes políticos que se acercaban a saludarlo y a demostrarle admiración. Lo confirmó Pascual Albanese, exfuncionario menemista, en una entrevista realizada ayer por la colega Silvia Mercado: “Lo dijo varias veces como una forma de empatizar o elogiar al interlocutor y no por mentiroso” señaló. No sabemos si Milei sabía de este comportamiento complaciente del carismático riojano, pero queda en evidencia su deseo de ser su preferido o sucesor.

Carlos Menem fue presidente constitucional elegido por el voto popular durante dos períodos, durante esos años se reformó ni más ni menos que la Constitución Nacional. No es un presidente olvidable y es correcto que tenga su busto en Casa Rosada, como todos los presidentes constitucionales. Javier Milei seguramente tenga el suyo cuando la historia lo demande. Eso no eximirá a nadie de hacer una valoración de sus gestiones, pero además servirá para identificar las marcas aspiracionales del presente, a través de la admiración y la necesidad de asociarse con ese pasado que se reivindica. Ese es un derecho del actual presidente. El nuestro debe ser recordar que no hay corrupciones buenas ni corrupciones malas, que el mote de “casta” si se utiliza debe ser para que todos sean medidos con los mismos valores y que no se puede disfrazar la historia con adornos que no encajan en lugares y situaciones que no ocurrieron. Porque si aceptamos mansamente que se oculten las vivencias de una realidad cercana solo por simpatía y coincidencia ideológica, será entonces que estamos dispuestos a volver a transitarla.