La nueva película del noruego Joaquim Trier, director de "La peor persona del mundo".
Por Manu Yáñez
Para Fotogramas
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En su aparatoso y endiablado arranque, ‘Sentimental Value’ fija las dos coordenadas esenciales de su itinerario formal. En primer lugar, el director Joaquim Trier pone en escena, mediante un frenético montaje, el retrato impresionista de la historia de una casa. Las imágenes de diferentes periódicos históricos aluden a la memoria de ese espacio doméstico, como si estuviésemos ante una versión arty de lo que proponía Robert Zemeckis en la reciente ‘Here’. De esta manera, el autor de ‘Thelma’ presenta el escenario principal de la película, una antigua casa familiar, y también un arco histórico que abarca a varias generaciones. Luego, en la segunda escena, Renate Reinsve –quien deslumbró en su colaboración con Trier en ‘La peor persona del mundo’– exhibe su talento para las explosiones melodramáticas al encarnar a una actriz de teatro, Nora, que sufre un ataque de pánico escénico. Como motivo narrativo, la figura de la actriz en crisis trae a la memoria la premisa argumental de ‘Persona’ de Ingmar Bergman, aunque Nora, lejos de la catatonia, es capaz de expresar sus deseos con claridad. Cuando, tras la muerte de su madre, su padre (Stellan Skarsgård), un director de cine, le ofrece a Nora un papel en su próxima película, la actriz responde con una negativa tajante, un reflejo del abismal distanciamiento entre padre e hija.
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Experto en el retrato de personajes al límite, con una inclinación a la autoflagelación o la agresión inconsciente, Trier completa el esqueleto narrativo de ‘Sentimental Value’ con un tercer personaje (además de los de Reinsve y Skarsgård): una estrella de Hollywood, a la que da vida Elle Fanning, que es contratada por el padre para encarnar el personaje inicialmente pensado para la hija. A partir de aquí, la batalla de egos y susceptibilidades está servida, y Trier la disecciona con su habitual mezcla de ironía y gravedad. Una ambigüedad en el tono a la que los tres actores protagonistas se amoldan a la perfección. Skarsgård comienza erigiendo un retrato socarrón del artista engreído, pagado de sí mismo, para luego ir revelando un trasfondo de melancolía y angustia existencial. Para Reinsve, la desesperación parece un estado natural: la interpreta con una destreza admirable, convirtiendo cada uno de los tempestuosos giros dramáticos de la película en aparentes pasos de bebé. Y por último está Elle Fanning, una de las actrices más infravaloradas del panorama actual. Con su genio para encarnar una ingenuidad soñadora, que al mismo tiempo esconde una corriente subterránea de fatalidad, Fanning borda el personaje de una estrella arrojada al pozo de las dudas.
Con este arsenal de ingredientes, Trier construye una película sólida, quizá incluso demasiado. Uno echa de menos el zarandeo emocional que orquestó el cineasta en ‘La peor persona del mundo’, aunque sería injusto acusar al cineasta de falta de ambición, ya que su nueva película despliega una tupida arboleda de líneas de fuga narrativas (la memoria de la casa familiar, las películas pasadas del padre, los amoríos del personaje de Reinsve, y la vida de su hermana y su encantador hijo). Sin embargo, hay algo de previsible y académico en el modo en el que Trier encaja las piezas del puzle dramático. Una estructura especular que, a través del juego metafílmico y la herencia del cine de John Cassavetes, acaba desembocando en un canto al hermanamiento entre el arte y la vida.