“Violeta Chamorro no hizo de su cargo en Nicaragua una plataforma de vanidad ni de venganza sino un espacio para sanar un país quebrado”, dijo a El País el político exilado Félix Maradiaga.
Por Silvia Fesquet
Para Clarín
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“Por lo que no pude cumplir, y por lo que me equivoqué, les pido perdón”. Con esas palabras, al cabo de 6 años de gobierno, Violeta Barrios de Chamorro entregaba a su sucesor la presidencia de Nicaragua. Esa mujer de cabello corto y de un blanco insobornable, que hablaba claro y no temía mostrarse vulnerable ni hacer campaña en silla de ruedas, que sabía de dolores, exilio y grietas, aun en su propia familia había, sin embargo, cumplido con creces. Con su país, con sus promesas y con el legado de su marido, Pedro Joaquín Chamorro, que soñaba con que su país “volviera a ser República”: por esas cosas del destino, ese 10 de enero de 1997 se cumplían exactamente 19 años de su brutal asesinato a manos de la dictadura de Anastasio Somoza.
Doña Violeta, como la conoció su pueblo, no era política ni quería tener nada que ver con ella. Ama de casa, madre de cuatro hijos, fue la fiel compañera de su marido, periodista y escritor, director del diario “La Prensa”, con quien marchó al exilio en Costa Rica, vivió el regreso a Nicaragua, padeció su encarcelamiento, sufrió la censura y las persecuciones y conoció el abismo del duelo: en su casa del Reparto Las Palmas conservó hasta la ropa ensangrentada que usaba él la mañana en que lo acribillaron de tres balazos. “Su sangre salpica a toda Nicaragua”, tituló esa tarde su diario.
Ese día marcó el principio del fin de la dictadura somocista, que sería derrocada el 19 de julio de 1979, un año y medio más tarde, con el triunfo de la Revolución Sandinista. Violeta, que había sucedido a su marido al frente de “La Prensa” y se había convertido en un símbolo, fue invitada a sumarse a la Junta de Reconstrucción Nacional que sustituyó a Somoza. Pero renunció al poco tiempo, sintiendo que “las esperanzas del pueblo nicaragüense habían sido traicionadas”.
En 1990, cuando se celebraron las primeras elecciones democráticas al cabo de casi 10 años de guerra civil, su hija Cristiana le preguntó qué sentía ante la presión para que se postulara. “Si Nicaragua me necesita, yo lo hago”, respondió.
Su falta de experiencia en la política, su imagen de mujer débil haciendo campaña vestida de blanco, le valieron ataques y hostilidades. Las encuestas pronosticaban su derrota frente al oficialista Frente Sandinista que comandaba Daniel Ortega y que reunía multitudes en cada acto. Sin embargo, Violeta se impuso por el 54% de los votos, sin prometer milagros sino paz.
Sergio Ramírez, quien era entonces vicepresidente de Nicaragua por el Frente, escribió días pasados en La Nación: “La lección final fue (...) que no es lo mismo llenar plazas de gente que llenar de votos las urnas”.
Violeta Barrios se convirtió así en la primera presidenta electa en América latina. La socióloga Sofía Montenegro resumió esa victoria frente a la BBC: “Ella representó la derrota de la revolución, el fin de la guerra y la llegada de la transición democrática. Su logro más grande fue la pacificación, el desarme y la desmilitarización de la sociedad. Fue de la guerra a la paz, de una economía de Estado a una de mercado, restableció libertades y sentó las bases para instituciones democráticas”.
Gobernó “con guantes de seda”, como recordaría una de sus hijas, impuso su estilo maternal, dialoguista y campechano y sostuvo a rajatabla un principio que repetía su marido: “Donde no existe independencia de poderes, tampoco hay democracia”.
Con tres de sus hijos exilados y desnacionalizados por la actual dictadura de Daniel Ortega, con sus bienes confiscados en Nicaragua, después de haber sufrido un ACV y otras dolencias, Violeta Barrios de Chamorro murió el pasado 14 a los 95 años, en Costa Rica.
Bautizada “madre de la paz”, honesta, sin rencores ni revanchismo, enemiga de las divisiones, demócrata hasta la médula sin hipocresías, “la reconciliación es más bella que la victoria” era una de sus frases de cabecera. Cualquier semejanza con otra viuda y ex presidenta, es simple coincidencia.