Cómo opera la ficción en la niñez. La traslación de la pantalla a la realidad en la infancia. Lo real y lo imaginado. La ensoñación y lo lúdico.
Por Pablo Argañarás, Lic. en Cine y Televisión
Cuando éramos niños el miedo de las películas de terror nos duraba muchos días. Nos cubríamos hasta arriba de nuestras cabezas quedando debajo de las sábanas. Quizás así, al escondernos, los cucos no se acercarían a nosotros.
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Recuerdo la habitación que compartía con mi hermano Huguito y las charlas luego de ver alguna película o programa de televisión de terror. La clásica búsqueda debajo de las camas o adentro del ropero para chequear que no había nadie. Cómo si algún monstruo se iba a querer meter en nuestra habitación. El apagar el velador era un suplicio. Y hasta que conciliamos el sueño, escuchar los ruidos que indefectiblemente posee la noche era un sufrimiento.
A mi memoria llegan muchas series y películas de esa época: "El pulpo negro", "El ente", "El exorcista", "Pesadilla", y muchas otras. No sé el motivo pero nos identificábamos tanto con las historias que las transportábamos a nuestra realidad. De esta manera teníamos terror que el diablo entre y nos atormente ya que era invisible como en "El ente". Recuerdo vigilarnos el sueño con mi hermano para ver si algo raro sucedía ya que al ser invisible el diablo podía estar y nosotros no verlo. Un delirio total. O Freddy Krueger de "Pesadilla" podía aparecernos de noche en el patio o en la calle de vuelta a casa. Éramos de traer esos monstruos a nuestra realidad de manera sencilla.
Había mucha superstición por aquellos años. En casa teníamos una tortuga. Se llamaba Pepa. No recuerdo porque motivo pero un cierto día la llevamos y la dejamos en el zoológico en la jaula con las demás tortugas porque alguien decía que eran yeta tener tortugas en las casas. Hubo un exilio de tortugas en el barrio Autonomía por aquel 1985.
Salir a la siesta era una peripecia, ya que andaba en el monte el enano y si te pillaba de daba una paliza y te hacía perder en el monte. Me acuerdo andar hondeando en medio de algún montecito sin hacer ruido e ir vigilantes por si el enano aparecía. A la noche el terror era es sonido de cadenas del almamula. Y lo curioso era que siempre había alguien que contaba experiencias con éstas entidades. Alguien había hablado, peleado o se había topado con algunos de estos monstruos vernáculos.
Quizás ese era el motivo de traer a lo cotidiano los monstruos del cine y la televisión. Teníamos ya los nuestros y sumarlos a los de la tele o el cine era pan comido. Más entidades para tener miedo.
A la distancia recuerdo esas noches eternas de insomnio. Noches de terror de niños. Dónde un maullido de gato podía ser un sonido de un Alien y un crujido de la madera de la mesa del living los lagartos de "V invasión extraterrestre" que habían entrado ya en la casa.
La imaginación estaba al orden del día. Quizás los mayores nos cuidaban del terror de la realidad y nos daban espacio para que nos preparemos para los terrores futuros de la vida de adultos.