Las medialunas que nacieron para injuriar a los soldados turcos y las "bolas de fraile" y "vigilantes" de los panaderos anarquistas. ¿Tortitas negras o caras sucias?
Por Diana Bacaro
Para Clarín
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Aguante Santa Fe, Messi, Los Palmeras y ... las caras sucias. El video viral de una chica del interior que estudia en Buenos Aires circuló por el planeta redes y puso en debate cómo hay que nombrar a las facturas argentinas. Con humor, la estudiante contó que había ido con unas amigas a una panadería y que les preguntó si “estaban para unas caras sucias”. Todas se rieron al descubrir que señalaba a las típicas tortitas negras.
Pero para la santafesina la diferencia no estaba solo en el nombre, si no en la masa de la factura que se exhibía en el local porteño: más ancha, más redonda y con el azúcar que no te ensucia la cara. “En Santa Fe se dice cara sucia porque te manchás cuando la comés y tu mamá te manda a lavar la cara”, explica en el video que superó las 800 mil reproducciones.
¿De dónde viene en realidad el nombre de las facturas cuyas recetas viajaron con los inmigrantes que llegaron a la Argentina en el siglo XIX?
Detrás de cada mordisco hay un vínculo con la historia y la cultura del país. La influencia europea y su evolución a lo largo de los años han convertido a las medialunas, cañoncitos y bolas de fraile en verdaderas pasiones argentinas. Casi tanto como el fútbol y el asado. ¿O existe un placer mayor que el de ahogar un vigilante recién horneado dentro de una taza de café con leche?
Para entender los nombres de las facturas y por qué se convirtieron en una tradición hay que remontarse a la llegada de los anarquistas italianos que se unieron al sindicato de pasteleros que exigían aumentos salariales y 8 horas de trabajo. Huelga va, huelga viene, los panaderos decidieron renombrar todos los pasteles: eligieron apodos para injuriar al gobierno, a los militares y a la Iglesia. ¿Qué mejor forma de llamar a la lucha obrera con algo que se come todos los días?
Así surgieron las “bolas de fraile” o “suspiros de monja” y los “sacramentos”, en alusión a la Iglesia. Y aparecieron los “cañones” y las “bombas”, como burla para el Ejército. También comenzaron a hornearse los “vigilantes”, en referencia a la Policía. Todas facturas rellenas de dulce de leche, membrillo o crema pastelera, y con nombres “subversivos” que se volvieron populares.
Pero el combo blasfemia + gastronomía nació mucho antes. Cuenta una leyenda que a comienzos del siglo XVI, durante el ataque otomano a Viena, los austríacos crearon un pastel de hojaldre con forma de media luna (croissant), en referencia a la media luna y la estrella que son un símbolo del islam. Según esa leyenda, los austríacos las comían frente a los soldados turcos como forma de blasfemar a sus invasores. Siglos después las medialunas llegaron a la Argentina.
Eso sí, la tortita negra -o cara sucia- es una creación 100% criolla. Nació con los panaderos del campo, que tomaron la costumbre de aprovechar la masa que les sobraba del pan para hacer bollos, a los que les agregaban grasa y azúcar negra, la más económica por entonces.
¿Y por qué somos los únicos en el mundo que les decimos facturas a los pasteles? El hilo rojo nos lleva otra vez a las panaderías anarquistas. Factura es producto, resultado de un trabajo. Los obreros llamaron así a sus creaciones para estar en boca de todos. Y vaya si lo lograron.