Críticos cinematográficos del “progresismo” y actores de adscripción peronista que han dejado pasar bodrios argentos durante décadas, de pronto se convirtieron en feroces voceros de la defenestración.
En la otra vereda, y convertidos en bruscos semiólogos de cineclub, mileístas de primera hora y también de último minuto salieron a pontificar estupideces y a usar las viñetas como armas arrojadizas: llegaron a transformar a un abuelo fanfarrón derrotado por la realidad en un héroe cotidiano atacado por el resentimiento colectivo, y a un ciudadano próspero que viaja a sus orígenes y descubre que su mítica familia siciliana no es sufrida y abnegada sino mafiosa, en una alegoría acerca de cómo funciona “la nefasta justicia social”. Delirios que, según contaron ellos mismos, los obedientes “violetas” del León escucharon en Olivos con la cabeza gacha. De repente Francella era parte de las “fuerzas del cielo” y Darín era un irreductible militante “nacional y popular”: a los dos actores les cayeron encima rayos y centellas, lodo y ridiculez, en esos ataques piraña tan simpáticos que alientan las usinas políticas y mantienen entretenidos a los gamers diurnos del insulto y a los enamorados nocturnos de la enemistad. Mientras tanto la película verdadera y no la espectral urdida por este doble show de tribus, discurría por las salas de cine batiendo records.
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La extrema polarización, una nueva vuelta de tuerca más caricaturesca y asfixiante incluso que la antigua grieta, nos está volviendo negadores, necios e imbéciles. Ya casi no es posible leer y apreciar -como este articulista ha hecho y no dejará de hacer durante toda su vida- a narradores que no agradan nuestro paladar ideológico; lo mismo acontece con el consumo de cine y teatro o la prensa. El pensamiento binario va aislándonos en una realidad paralela y parcial, y resulta toda una paradoja que, cuando por primera vez en la historia el pluralismo está al alcance de un botón, los ciudadanos nos neguemos a probarlo: no sea cosa que el “enemigo” tenga algo de razón o nos desmoralice en nuestro confort de trinchera.
La profunda inseguridad de cada uno está implícita en cada certeza que cacareamos, y bien decía Larra que “es más fácil negar las cosas que enterarse de ellas”. La semana acaba precisamente con un giro que le da la razón y que Cohn y Duprat también podrían industrializar a su manera, puesto que trata en apariencia de dos hermanos que se alzan con el poder desde un discurso de purificación del Estado y se ven, justa o injustamente, involucrados en un grave hecho de corrupción que comenzó con unos audios ilegales, reveladores y escabrosos, y siguió con un proveedor que portaba una fortuna en sobres y un funcionario estatal en posesión de una máquina para contar billetes. El tornillo y la tuerca. Tardaron muchas horas los libertarios de corazón y de bolsillo en aceptar los hechos, en esperar de arriba (de Casa Rosada o directamente del cielo) una explicación plausible y una línea de alegato, y en demostrar con su parcial mutismo o con su directa relativización que la grieta no es moral, como sostenían algunos de ellos. Que a imagen y semejanza de sus antagonistas, a los amigos todo y a los enemigos ni justicia. Con la baja de la inflación y el deseo genuino de que los kirchneristas fracasados no regresen, es lógico aunque penoso que una larga serie de rumores “recaudatorios” hayan pasado de largo y se hayan olvidado: la memoria anticorrupción es borrosa y desganada con los propios y aguda e hipersensible con los ajenos. Tomar como modelo al menemismo sin comprender que esa criatura peronista protagonizó una década de estabilidad monetaria pero también una era de escándalos turbios (“robo para la corona”, “roban pero hacen”), y pretender que la emulación no traerá consecuencias, se parece un poco a cuando Perón vino de Roma, se reunió con algunos miembros prominentes de la comunidad italiana y les dijo: “Me propongo imitar a Mussolini en todo, menos en sus errores”. Contemplar a periodistas, dirigentes y actores kirchneristas rasgándose las vestiduras por “la república violada” y la presunta “venalidad de Estado” de los hermanos Milei es un grotesco que también parece escrito para Cohn y Duprat. Polarizados, abrazados al doble rasero y ciegos a las verdades dolorosas que nos atañen, nos hemos vuelto esa cosa burda e involuntariamente cómica. Una viñeta más de Homo Argentum.